martes, 5 de abril de 2022

"EL GATO QUE AMABA LOS LIBROS" (Sosuke Natsukawa, 2022)



    El gato que amaba los libros” nos recuerda a esos cuentos que leíamos de pequeños en los que el protagonista corría innumerables aventuras. Aquí, el joven Rintaro, heredero de una pequeña librería de segunda mano a la muerte de su abuelo, es acompañado por Tora, un gato sabio e ingenioso, con la delicada misión de salvar los libros que están en peligro de desaparecer. Juntos pasarán por varias pruebas que harán cambiar la vida de Rintaro de forma definitiva.

El argumento, los diálogos y la forma en que se narra la historia hacen de esta novela una delicia para el lector a la vez que le hace reflexionar sobre temas importantes como la lectura fácil, los libros destinados al consumo, y el placer de la lectura sosegada y tranquila.

Como podemos leer al principio de la novela “Los libros tienen poder. Si lees muchos de ellos, tendrás un montón de amigos con los que podrás contar siempre”. Descubrir ese poder y encontrarse con esos viejos amigos son una de las claves de esta fábula que ha de saborearse poco a poco como los buenos vinos.

Rafael Guillén

Sobre el autor

Sosuke Natsukawa (Japón, 1978) es médico y escritor. Con más de tres millones de ejemplares vendidos de sus novelas, ha sido galardonado con el Premio de los Libreros de Japón y el Premio Shogakukan de Ficción. El gato que amaba los libros lo ha confirmado como autor best seller en Japón y se ha convertido en su carta de presentación para los entusiastas editores de más de treinta países.

Ficha Bibliográfica:

Título: El gato que amaba los libros

Autor: Sosuke Natsukawa

Editorial: Grijalbo

Año: 2022

Páginas: 256

domingo, 3 de abril de 2022

CENTENARIO DEL NACIMIENTO DEL POETA JOSÉ HIERRO

 

José Hierro, (Madrid, 3 de abril 1922 - 21 de diciembre de 2002) ocupa una posición tan destacada como difícilmente clasificable en la literatura de la posguerra. Su poesía, a la vez intimista y testimonial, es apreciada como uno de los valores más consolidados de la lírica española contemporánea.

Tenía dos años cuando su familia se trasladó a Santander, donde transcurrió la infancia del poeta. Sus versos de juventud aparecieron en diversos medios afines al frente republicano. Acabada la contienda civil sufrió cuatro años de cárcel que marcaron su trayectoria vital y tuvieron fiel reflejo en su producción poética. En 1942 formó parte del grupo fundador de la revista Proel y en 1947 publicó sus dos primeros libros: Tierra sin nosotros, en el cual describe mediante metáforas otoñales el panorama de un país en ruinas, y Alegría, contrapartida del anterior porque a través de una exaltación vitalista proclama la necesidad de la esperanza, sin abandonar totalmente un cierto tono pesimista y amargo.

Esta visión se convirtió en escepticismo y padecimiento existencial en sus siguientes obras, Con las piedras, con el viento (1950) y Quinta del 42 (1952). La década del cincuenta la consagró a escribir composiciones de mayor calado social, si bien, a diferencia de sus coetáneos, nunca dejó de preocuparse por las cuestiones formales, como puede observarse en Cuanto sé de mí (1957).

En el prólogo a la antología completa de sus poemas, publicada bajo el título Cuanto sé de mí, 1974, el autor distinguió entre dos tipos de composiciones: las "crónicas", que tratan el tema poético de modo directo y narrativo pero con un ritmo y una emoción velados, y las llamadas "alucinaciones", de tono más hermético, en las que se funden el recuerdo y la imaginación, a veces con elementos surrealistas. Entre los dos extremos, el del intimismo y el de la voluntad testimonial, se desarrolla en su poesía una tensión dramática que se manifiesta también en la relación entre tales extremos, si bien las vicisitudes personales se transforman casi siempre en colectivas, dado que el poeta, como hombre sujeto a la temporalidad, comparte con los demás una serie de problemas y, más aún, una época particularmente difícil.

En consecuencia la poesía, ya sea desde el punto de vista personal, ya colectivo, debe constituirse en el instrumento clarificador del mundo. En este sentido, el tiempo se impone como una constante de la poesía de José Hierro: a través de la memoria, el poeta recupera, en su esencia, tópicos como el de la juventud, la amistad, la tierra de Santander, el mar o la naturaleza. La euforia y la dulzura del recuerdo permiten, al superar la frustración del presente, la apertura a la gran pasión por la vida que recorre su obra, en la que participan también la realidad inmediata y el análisis introspectivo.

En cuanto a la forma, Hierro es un poeta que prefiere la expresión austera y simple, que no suele recurrir a metáforas ni utilizar un léxico complejo; en realidad, no cree tanto en la belleza de las palabras como en su "oportunidad", es decir, en su adecuación al entorno poético. Prefiere pues, el uso de vocablos sencillos, incluso cotidianos, pero reforzados en su significado por el contexto poético. En lo que se refiere a la métrica, muestra una gran variedad en un abanico que se abre a diferentes modelos de estrofas, incluido el verso libre.

Sus inquietudes estéticas se manifestaron y culminaron en Libro de las alucinaciones(1964), donde la adjetivación cromática, los elementos mágicos y el cuidado por la imagen tienden a apresar "lo imposible", según afirmación del autor, y rompen definitivamente con las categorías espaciales y temporales para desentrañar los elementos más ocultos del poema. Tras un dilatado silencio publicó Agenda (1991) en 1998 Cuaderno de Nueva York, poemario de signo narrativo repleto de ternura y tensión lírica. Vio reconocida su labor con importantes premios como el Príncipe de Asturias (1981) y el Cervantes (1998).

             Biografía de José Hierro (biografiasyvidas.com)

A continuación transcribimos uno de los poemas de su libro "Alegría" (1947):

El buen momento

Aquel momento que flota
nos toca de su misterio.
Tendremos siempre el presente
roto por aquel momento.

Toca la vida sus palmas
y tañe sus instrumentos.
Acaso encienda su música
sólo para que olvidemos.

Pero hay cosas que no mueren
y otras que nunca vivieron
y las hay que llenan todo
nuestro universo.

Y no es posible librarse
de su recuerdo.


LAS ALAS (Carmen Soto)

 

LAS ALAS

Yo no soy celoso. La prueba es que nunca pretendí que Marian solo estuviese pendiente de mí. Me parecía bien que saliera alguna vez con sus hermanas, que hablara todos los días con su madre, que se tomara una cervecita con sus colegas… pero hay cosas a las que nunca le encontré sentido y que fueron los verdaderos obstáculos en la convivencia.

Marian prescindía con facilidad de las cosas que no necesitaba, pero no las tiraba, reconozco que tenía mucha habilidad para que llegaran hasta las personas que le pudieran dar buen uso. Yo admiraba tanto esa capacidad, como odiaba su deseo de mantener a su lado sus “vivencias”. Así llamaba ella a fotos, piedras, piezas artesanales… que tenían para ella un valor sentimental. Porque, joder, yo no soy celoso, pero es que esas “vivencias” las había vivido con otras personas, muchas veces con otros novios.

Ahí nunca nos pusimos de acuerdo, yo siempre le decía que había que dejar el pasado atrás y que si ella se empeñaba en guardar cosas era porque mantenía sentimientos hacia las personas y los sitios anteriores. Marian, al principio de nuestra relación me argumentaba muchas veces que cada uno es lo que es precisamente por lo que ha vivido, que donde se ha puesto el alma es donde se ha vivido de verdad, y que por eso sus “vivencias”, tenían tanto valor para ella, eran parte de su vida. A mí, lógicamente todo aquello me parecían cursiladas de novelita rosa.

Poco a poco, muchas veces sin intención, fui haciendo desaparecer aquellas piezas. Creo que Marian nunca sospechó ni temió que yo tuviera algo que ver con aquellas desapariciones, porque nunca se enfadaba conmigo cuando se perdía o se rompía algo. Pero, no sé por qué, se ensimismaba. Bueno no se ensimismaba, se ponía a hablar con Keta, no sé si era por una necesidad suya o para fastidiarme, porque Keta no era una “vivencia” más, era una “vivencia” viva.

A Keta lo trajo de Costa Rica un novio de Marian que había estado allí cumpliendo una misión de observador internacional. Se supone que un individuo que lleva esa tarea debe tener una conducta intachable ¡no?, pues no, no la tenía. Cuando terminó su misión en Costa Rica se trajo el loro sabiendo que es una especie protegida y que están prohibidas sus ventas y la salida del país. Lo consiguió con la ayuda de un veterinario corrupto, que le dio la medicación y los consejos adecuados para que Keta hiciera todo el vuelo intercontinental dormido.

Marian me contó varias veces cómo había conocido a Keta: “Traía las alas cortadas, era la primera vez que se las habían cortado. Su despertar hubiera sido más lento si no hubiese extrañado todo lo que le rodeaba. Keta, atemorizada, intentó volar, pero su aletargamiento y el tamaño de sus alas hicieron que cayera al suelo. La recogí y la tuve entre mis manos y mi cuello y así, cobijada, estuvo un rato, el tiempo que Keta tardó en despertar y observar el nuevo mundo al que había llegado. Creo que esos momentos determinaron nuestra relación”.

Eso me lo contó Marian muchas veces, creo que lo que pretendía era que yo entendiera la relación entre ella y el dichoso loro. Bueno, esa es otra cuestión, porque a mí me molestaba llamarlo por su nombre y tampoco me acordaba que era hembra. Ni una sola vez que yo dijera loro, dejaba Marian de aclarar que era lora o que se llamaba Keta.

La primera vez que vi al loro me sentí extraño. Marian le dijo: “Keta este es Tomé, y ahora dile tu cómo te llamas. ¿Cómo te llamas, Keta?” el loro dijo “Keta”. A mí me hizo gracia y solté una carcajada. Keta repetía la carcajada tan igual a la mía que parecía que yo me había reído varias veces. Me desconcertaba cuando miraba a la persona que hablaba como si siguiera la conversación. De vez en cuando repetía las últimas palabras.

Hasta que no comencé a convivir con Marian, no fui consciente de todo el espacio que ocupaba aquel bicho. Marian lo tenía todo preparado para que él pudiera desplazarse por la casa sin tener que estar siempre en el suelo, a veces colocando un palo entre dos muebles o soportes un tanto distantes, o aproximando objetos para que él pudiera llegar a los sitios dando pequeños saltitos. A veces se caía porque instintivamente iniciaba el vuelo.

He vivido con Marian cerca de dos años, al principio me esforzaba por aceptar al loro como el que acepta a un perro y sabe que el papel que le toca es secundario porque el perro ya tiene y reconoce a su amo. Algunas veces lo cuidé, procurando que no le faltara el agua o ayudando a que le recortaran las alas; había que cuidar que no saliera volando por la ventana y se perdiera.

Últimamente se había acostumbrado a no volar y no lo intentaba siquiera. Yo no me había dado cuenta, ¡qué sé yo de loros!, yo no distinguía si tenía las alas largas o cortas, todavía si hubieran tenido distinto color en la punta… pero no, eran verde. Verde desde el comienzo hasta el final. Marian, bajando mucho la voz, casi en un susurro para que el loro no la oyera, me dijo: “Keta” tiene las alas largas, pero ella no lo sabe”. No servía de nada que yo le razonara que un loro no comprende lo que oye, que solo lo repite.

Según fue pasando el tiempo y fui viendo la relación entre Marian y el puto loro, cada vez me sentía más incómodo. No podía soportar oír a Marian el relato de su llegada, los primeros momentos que pasaron juntos. Además, de todas las “vivencias” que había en la casa, el loro era la más significativa y la más difícil de eliminar. Pero yo delante de Miriam siempre hacía como si me llevara bien con el loro.

Hace unos días le dije a Marian que convenía recortar las alas de Keta porque va haciendo calor y cada vez es más frecuente que dejemos las ventanas abiertas. Marian estuvo de acuerdo y dijo que esta vez iba a aprovechar que tenía revisión con el veterinario para que él mismo lo hiciera, porque a ella cada vez le “dolía” más molestar a Keta. Tengo que reconocer que cuando volvieron, el loro estaba radiante, como recién salido de un salón de belleza. Por un momento pensé que si le “pasara algo” lo echaría de menos.

Cuando Miriam hace turno de tarde, es de noche cuando vuelve. Ese es el turno que peor lleva el loro, hace verdaderos esfuerzos para esperarla despierto, pero se le nota el cansancio. Era el mejor momento… Parecía que el puto loro sabía mis intenciones, me evitaba. ¡Por fin! Conseguí cubrirlo con un gran trapo, y teniéndolo así, inmovilizado, salí a la terraza. Todas las luces de la casa, un quinto piso, estaban apagadas. Reteniendo el trapo, lancé el loro con todas mis fuerzas al suelo de la calle, entré inmediatamente en el salón y me dispuse a hacer como si estuviera ocupado con el ordenador. Tenía el oído puesto en los sonidos que pudieran venir del exterior. Nada.

Sonó el móvil, por la sintonía supe que era Marian, pensé que debía mostrarme natural y cariñoso, pero no me dio esa oportunidad “¡Sal de mi casa para siempre!”, -me dijo.

No supe qué pasaba hasta que distinguí las dos voces:

    - Estamos en el portal de la casa, cuando subamos, cuando lleguemos, quiero que tú no estés.

    -  ¡puto loro, puto loro, puto loro!

    -  ¡Ah, y que sepas que a Keta no le habían cortado las alas!”


                Carmen Soto (Del libro "Ruiseñores y otros relatos")

sábado, 2 de abril de 2022

MÁXIMO DE PASTOR (Ana Mª Silván)

 

MÁXIMO DE PASTOR


De no haber sido por su perro Pecas, Máximo no habría podido realizar su sueño más deseado: ejercer de maestro en un pueblo cercano a Quintana del Castillo, su aldea natal, y escribir su experiencia de niño en forma de relato para sus alumnos. Cambió los nombres de los personajes, excepto el de su querido perro, porque su experiencia le indicaba que es más creíble la ficción que la realidad.

***

Mariano era un niño feliz. Sus padres, Vicente y Elena, un matrimonio pobre y honrado, sustentaban a la familia con el trabajo del campo y la ganadería. Durante el invierno, Mariano estudiaba en la ciudad. Pero cuando llegaba el verano, realizaba trabajos de labranza y tareas de pastor. Para él, ser pastor era una tarea gratificante, se diría que el mejor de los juegos.

Los días que llevaba las cabras y ovejas a pastar al monte se levantaba antes de amanecer. Se lavaba la cara, tomaba un vaso de leche azucarada migada con pan y salía al alba con el ganado hacia lo más alto de la montaña. Siempre le acompañaban dos perros: Taco y Pecas. Pecas era su favorito.

Mariano disfrutaba contemplando el lento clarear del firmamento, que tras la intensa oscuridad, poco a poco tomaba un color gris perlado, casi blanco. Y disfrutaba viendo la aurora que precede el despertar del sol, cuando aún la luna estaba presente entre las montañas y los destellos de un sol aún invisible en la línea del horizonte teñían las nubes de tonos rosados, rojizos y amarillos. Máximo pensaba que valía la pena levantarse temprano para ver tan singular espectáculo e incluso imaginaba que era un regalo la naturaleza exclusivo para él.

Conforme avanzaba el día las nubes se hacían blancas y se convertían en un caballo, en un columpio, en vagones de tren tirados por su máquina de vapor, en la lana apretujada de los corderos...e incluso en un platillo volante.

Durante la subida cuando el reloj marcaba la diez, hacía un alto en el camino para tomar el desayuno sentado sobre las piedras de una pequeña loma bajo la sombra de un castaño gigante, al lado de una fuente de agua cristalina y fría para contemplar el gran embalse que se embutía entre las montañas. A esa hora el sol se reflejaba oblicuamente sobre el agua y los días que bajaba el nivel del embalse, podía ver la torre derruida de la iglesia, y las ruinas del viejo pueblo de Oliegos, que había sido abandonado para la construcción del pantano.

Tras reponer fuerzas, seguía monte arriba hasta alcanzar los mejores pastos para el rebaño. Las ovejas iban ligeras, pegadas unas a otras, como un amasijo de caracolas blancas. Una vez allí, dejaba en libertad al rebaño sin perderlo de vista. Mientras pastaban, se sentaba en una gran piedra redonda, extraía del zurrón un libro de texto y aprovechaba para estudiar. Tenía interés por aprender. Soñaba con ser un buen maestro. Quería aprender de los libros y de la naturaleza para enseñar sus conocimientos a los alumnos...Los días en que el viento venía del este podía oír repicar las doce campanadas de la iglesia de Quintana, que avisaba de la hora del Ángelus. En ese momento los trabajadores hacían un descanso. Se quitaban la gorra, rezaban la oración del Ángelus a la Virgen, y aprovechaban para tomar un bocadillo y recuperar fuerzas para continuar sus tareas de labranza. Mariano seguía estudiando y después de comer, se tumbaba un rato a dormir en la hierba a la sombra de los robles

Por la tarde, mientras las ovejas pastaban entre los riscos, Mariano paseaba aspirando profundamente el olor a hierba fresca. Le gustaba observar las diminutas flores blancas y amarillas que asomaban con timidez entre el esplendor de las amapolas rojas. Conocía el nombre de todos los árboles y plantas que crecían en la montaña y distinguía con seguridad los sonidos que rompían el silencio. Tenía buen oído para la música; silbaba bien y era un entusiasta de la armónica y de la flauta que siempre llevaba consigo. Él mismo fabricaba sencillas flautas haciendo ojales con la navaja en el tallo de los juncos.

Cuando nacía un corderillo en el monte, vivía el momento con intensidad y se  emocionaba. Una vez fuera de la tripa de la madre, lo limpiaba con el agua de la fuente. Luego, lo cogía entre sus brazos para darle calor, lo arrullaba con canciones y lo ponía al lado de la madre.

Si una oveja se lesionaba, la tranquilizaba, la curaba, y al regreso, la cargaba sobre sus hombros hasta llegar al establo. Su corderilla favorita era Nube. La llamaba así porque su lana era tan blanca, que bien podría confundirse con cualquiera de las nubes iluminadas por los rayos del sol.

Cuando las ovejas rebrincaban o se enfadaban Mariano se mantenía firme. Las trataba como a niñas pequeñas, regañándoles sin brusquedad, pero con firmeza y  energía. Ellas parecían entenderle y poco a poco se calmaban. Dos horas antes del anochecer las agrupaba y las contaba. Si alguna quedaba rezagada iba a por ella y la espabilaba.

Uno de los días, era ya de noche y Mariano no había regresado a casa. A Elena su madre le preocupaba el retraso, puesto que no era habitual en el niño. Le añadió aún más inquietud el que Pecas llegara a la casa, jadeante y nervioso. Felicitas pidió a los vecinos que la ayudaran a buscarlo. El perro seguía excitado y parecía que sus movimientos indicaban la necesidad de que le siguieran. Los vecinos decidieron seguir la pista del animal, que conforme se iba aproximando al lugar donde se encontraba su amigo, ladraba alertando de la cercanía. Al fin encontraron a Mariano, inconsciente y tendido en el suelo. Tenía rasguños en los brazos y en las piernas, y la ropa hecha jirones y manchada de sangre. Le zamarrearon y le echaron agua por el rostro. Cuando despertó, aunque sin fuerzas, pudo reconocer a su madre.

        ¿Qué te ha pasado hijo mío?

        Fui a rescatar a una oveja que se había enredado entre los matojos. Estaba encima de un risco muy alto. Tan rápido quise ir por ella que tropecé con una piedra y me caí. No recuerdo más.

Varios hombres fuertes lo bajaron con mucho cuidado y lo llevaron hasta su casa. Cuando llegaron el médico ya estaba allí.

Ha tenido una conmoción cerebral –dijo tras el reconocimiento–. Pero afortunadamente ha recuperado la conciencia y tiene sentido de la orientación. De momento, debe permanecer en reposo veinticuatro horas.

Después de unos días de descanso, Mariano se recuperó por completo y continúo su alegre labor de pastor. A partir de entonces, Juanito su hermano menor se empeñó en acompañarle. Los dos se querían mucho y lo pasaban muy bien juntos. Se divertían oyendo el eco en las paredes de la presa del pantano y repetían la experiencia una y otra vez sin cansarse. También cogían castañas; tendían una manta bajo los castaños y tiraban piedras a los erizos que colgaban del árbol hasta hacerlos caer sobre la manta. Luego, los machacaban con piedras y, con cuidado de no arañarse, extraían una a una  las castañas. Algunas se las comían; el resto las ponían en un cesto y se las llevaban a su madre. A Publio le gustaba jugar a las canicas. Mariano solía dejarle ganar. Cuando el pequeño lo descubría, se enfadaba, pero tras un pequeño lloriqueo los dos se hacían bromas y se echaban a reír.

Otras veces, colocaban dos o tres piedras grandes a modo de palos de una portería y jugaban al fútbol. Hacían apuestas sobre quién metería más goles. Casi siempre ganaba el pequeño con gran regocijo por parte de los dos.

En ocasiones, el pequeño, cansado, se quedaba dormido, reclinado sobre el tronco de un árbol. Estaba seguro que si no despertaba, su hermano lo llevaría en brazos a casa.


Un día, que regresaban con el rebaño, se levantó de repente una fuerte tormenta con truenos estremecedores, precedidos de relámpagos zigzagueantes en el negro horizonte. El retumbar aumentaba en el silencio del monte y Juanito comenzó a llorar, aterrorizado... Había oído decir que un señor se había muerto de repente porque le había alcanzado un rayo. Mariano le tranquilizó:

—No llores...No nos va a pasar nada.

—Me dan mucho miedo los rayos y los truenos...¿Nos vamos a morir?

De ninguna manera. Llegaremos pronto a casa. Los rayos son peligrosos cuando están cerca, pero los que vemos están todavía muy lejos.

           ¿Por qué sabes que están lejos?

         Muy sencillo: porque ha pasado mucho tiempo entre el relámpago y el trueno. Si la tormenta estuviera cerca, el relámpago se vería en el mismo instante en que se oye el trueno.

El pequeño, aliviado, dejó de llorar.

En el establo, Mariano llamaba a cada oveja por su nombre: Blanquita, Morena, Rizada, Lucero...Cerraba la puerta del establo con la aldaba y las ordeñaba. Antes, fregaba y limpiaba bien dos calderos: uno lo llenaba de agua y el otro lo dejaba vacío para la leche. Se lavaba bien las manos y, sentado en un taburete bajo, limpiaba a fondo con jabón las ubres de las ovejas antes de sacar la leche. Juanito le miraba extasiado y le pidió que le enseñara a ordeñar.

De acuerdo. Lávate bien las manos, acerca un taburete y ponte a mi lado.

Mariano cogió entre las suyas las manitas del pequeño para ayudarle a exprimir las ubres de las ovejas. El niño se sentía feliz viendo la salida del chorro de leche caliente que caía al caldero, mientras que las ovejas permanecían mansas, agradecidas por las suaves caricias de las pequeñas manos.

La vida de Mariano transcurría feliz. Poco imaginaba que debería enfrentarse a un avatar inesperado.

Ocurrió un día de intenso calor. Al atardecer, cogió su libro favorito y buscó un sitio que le aportara la tranquilidad necesaria para concentrarse en el estudio Dejó a su hermanito entretenido leyendo cuentos y subió a lo más alto de la montaña donde se erguían varios castaños gigantes y cerca de ellos brotaba una fuente transparente que calmaría su sed y le refrescaría la cara.

Mariano conocía la existencia de lobos en la Cepeda. Algunas veces oía comentarios sobre desgracias que ocasionaban. Pero jamás tuvo miedo. Además los lobos no solían acercarse demasiado al poblado. Sin embargo esa tarde, alguien más necesitaba saciar su sed y conocía bien donde hacerlo. Mariano no oyó llegar al lobo que tras un leve aullido se abalanzó sobre él. El pastor reaccionó rápido y entabló una lucha cuerpo a cuerpo con el animal. Pecas, que estaba con el rebaño, al ver la pelea, acudió a todo trote para defender a su amo. Mordió al lobo, y lo hirió de gravedad en las patas traseras. La bestia se alejó cojeando de aquel lugar dejando un abundante rastro de sangre por el camino.

La ropa de Mariano quedó rasgada pero su cuerpo solo sufrió algunos arañazos producidos por el lobo.

***

Han pasado veinte años y los alumnos de Máximo han quedado entusiasmados tras leer el cuento escrito por su maestro. Uno de ellos levantó la mano.

            —¿Tienes alguna pregunta, Ramón?

            —Sí, señor maestro. Ese niño...¿Era usted?

            Máximo sonrió.

Ana María Silván.

LA TRIANA OCULTA: MARÍA NIÑO (Mª Paz Hidalgo)

 

LA TRIANA OCULTA: MARIA NIÑO


    Como en Pedagogía se aconseja que el curriculo oculto debe ser lo menos oculto posible quiero, antes de comenzar, expresar mi deseo de que a pesar de los datos y fechas que son necesarios para informar, repito “a pesar de ellos”mi intención es conmoverlos al dibujar la silueta de la protagonista que nos ocupa, MARÍA NIÑO.

Para ello quisiera invitarles a que me acompañen nada menos que a exhumar unos restos. No pretendo asustar a nadie, los restos que voy a sacar a la luz han alcanzado ya el grado de reliquias y lo único que busco es que luzcan como las ruinas acristaladas de cualquier museo subterráneo. Son estos restos una parte de la historia del suelo que pisamos en este momento. Es decir, la Triana oculta.

Todo empezó, me refiero a mi afición por desenterrar antigüedades, en un paseo guiado por la Triana del flamenco no hace mucho.

Es por todos bien conocido que Triana y los gitanos han ido de la mano durante muchos siglos (ya en siglo XVI hay seis de ellos empadronados aquí y dedicados al negocio de la herrería como olleros).

Recordemos que llegan a España con los reyes católicos en 1465 y que, a diferencia de los musulmanes, son muy bien acogidos por su referencia a ser “egipcianos menores” (turcos) perseguidos por aquellos debido a su cristianismo.

Eso sí, debido a su carácter errante se les obliga a trabajar so pena de “cortarles las orejas o darles amo” en una pragmática de Carlos I en 1525.

Hay que excavar poco para que aparezcan sus vestigios. Algunos conservando su pureza todavía hoy los representan con sus cantes y su duende inconfundibles. Pero hay que reconocer que, aun siendo admirables, el mercantilismo les ha desposeídos, pienso, de su original autenticidad.

Hoy las gitanas jóvenes que quedan en Triana con frecuencia fuman, manejan internet para buscarse pareja y se dan mechas rubias, al menos las que yo conozco.

Su liberalidad no es como antes una nota distintiva sino más bien un gesto de identificación con el ambiente.

Es evidente que Triana ha dejado de ser el arrabal de antes. A Los corrales de vecinos en la Cava Nueva o Cava de los Gitanos, les ha dado la “puntillá” algo más que la avaricia inmobiliaria (el significado de periferia lo ostentan ahora las urbanizaciones dormitorios de la cornisa del Aljarafe que, a pesar del río de por medio, nadie los vive como arrabales). La globalización ha hecho de Sevilla y Triana, no ya un pañuelo, sino un clínex y de una sola capa. Eso sí, algo impregnó su aire que suele imprimir carácter a los Trianeros nuevos que la vivimos, y a los que se fueron que lo transmiten como un valor a sus orgullosos descendientes de polígonos y barriadas.

Pero volviendo a los primeros hallazgos, a los más superficiales, es evidente que los que más proliferan son de raza calé.

Y es entonces cuando tropiezo con Demófilo, Manuel Machado Álvarez, el padre de los Machado casado con una trianera, Ana Ruiz, hija de un modesto dulcero. Demófilo recopila coplas, como la que habla de los montes de la Encarnación en su colección de Cantes flamencos de 1881

SI TU MARE TE PREGUNTA/ POR LAS MOÑAS E LOS SAPATOS/ EN ER CAMINO E CARTUJA/ AYI LOS TIENE CORGAITOS./SI SI PERO NO/ ARBOLEITAS E PINOS VERDES, MONTES DE LA ENCARNACION.

Mas tarde Emilio Jiménez Díaz en su libro “Triana en labios de la copla “recoge ésta.

DOS MONTES TIENE TRIANA / QUE ERAN PA VOLVERSE LOCO / UNO DE MARIA NIÑO / OTRO DEL MONTE PIROLO / CUANDO EN TRIANA / SE DERRAMABA EL ARTE DE MADRUGADA.

Empiezo a tirar del hilo de este tema partiendo por tanto de los MONTES (o montículos) DE LA ENCARNACION.

La Encarnación era una preciosa y grandiosa ermita que en dos ocasiones llegó a sustituir a la parroquia de santa Ana en sus funciones por cierre. Una cuando el terremoto de 1755 para su reconstrucción. Otra cuando en 1900 la epidemia de cólera hizo necesario tapiarla por el olor hediondo que desprendía los cadáveres enterrados en sus bóvedas, como Justino Matute cuenta en su APARATO PARA ESCRIBIR LA HISTORIA DE TRIANA de 1818.

En estas dos ocasiones supuso, dice textualmente, el traslado de “SU MAJESTAD” a la dicha ENCARNACION, iglesia de tres naves separadas por columnas de mármol y con pinturas en su retablo de Herrera el Viejo.

Estaba situada inmediata a las Mínimas, en la actual Pagés del Corro y tuvo su origen en el hospital de mismo nombre extinguido antes de 1587. La Cofradía que aquí tenía su sede era la del Santísimo Cristo de la Sangre y La Virgen de la Encarnación titular ésta hoy de la de S. Benito, la llamada “Palomita de Triana”.

Parece que esta Hermandad se funda en 1554 en el cercano convento Mínimo de la Victoria (¡ojo que este convento va a ser el eje alrededor del que voy a ir desenredando la historia de la “Triana Oculta”!) y que después de pasar por santa Ana compran unos terrenos en la Cava Nueva en 1565 donde permanecen hasta que, después de la desamortización de 1868 es derruida (1874).

Pero volvamos a los montes de dicha Encarnación con los que he comenzado.

Por el plano del asistente Álvarez Benavides de mediados del XIX se sabe que colateral a la actual calle Paraíso estaba situado en el s. XIX una plaza de la Encarnación donde se puede decir que terminaba la Cava de los Gitanos y en ella los dos montes citados.

1ºMonte Pirolo. Deduzco que este nombre se debe a la palabra culta Pirología; conocimiento del trabajo del fuego, por la abundancia de fraguas de gitanos en la zona. Caganchos en Evangelista, Pelaos en la esquina hoy de Farmacéutico con Pagés del Corro, la de los Puyas enfrente… Y que el nombre, precisamente y en principio, es un cultismo más propio de gente ilustrada que de gitanos, aunque estos después la hicieran suya hasta el punto de adoptarla para su negocio. Y así el tío Antonio Cagancho a principios del XIX llamará a su fragua con este nombre, “Monte Pirolo”.

2º monte de María Niño. El monte nombrado y cantado en las coplas de Triana, precisamente por ser lugar del cante, es el de María Niño que, según dicen por deformación en la transmisión oral dio lugar al nombre de monte de Marianillo.

No es de extrañar. Se sabe que por la transmisión oral de un viejo romance castellano Nerón de tanto mirar desde la roca Tarpeya se convirtió en “marinero de Tarpeya” (Cervantes en Rinconete y Cortadillo lo comenta).

Pero lo que me molesta es que sin que la citada señora, María Niño, pidiera “cambio de sexo”, hoy en Triana y muy cerca de donde estuvo rotulada la calle, antes callejón, (así en el callejero de Moreno Gálvez 1845) de María Niño (en los años 70 sustituida por la de F. M. HERRERA) se encuentre la de MARIANILLO a quien el transeúnte, lógicamente, toma por un hombre. En el mejor de los casos por un hombre relacionado con el flamenco.

Antes de continuar sostengo la hipótesis de que posiblemente los dos montes de los que habla la copla fueran físicamente uno. (Lo de “monte” podría ser por que esta parte de la actual Pagés del Corro estuviera más elevada que la, hoy, otra acera. También porque fuera una apreciación subjetiva de contemplarla desde el otro lado del foso que era la cava y que supondría una ascensión el llegar a ella).

En principio, según lo investigado y la lógica, se llamaría de María Niño por su propietaria, luego, éste mismo monte fue rebautizado con el nombre de Pirolo en un gesto culto por las fraguas que lo poblaban cuando la citada María había ya muerto. Convivirían los dos nombres, pero María se masculinizó por pereza del lenguaje y porque la masculinidad del Pirolo lo imponía. El compadreo y el machismo bautizaron, de hecho, al monte en cuestión en dos topónimos distintos, pero machos los dos.

La mujer, al parecer, como tal ya tenía bastante. P0r ello,¡vivan los dos tíos, PIROLO y MARIANILLO marcando territorio!

Es ahora, y en un arranque de feminismo, cuando me arremango y decido desenterrar esa estatua mutilada y oscurecida por el paso de los siglos que aparece con la inscripción imborrable de María Niño, a pesar del paso del tiempo. (La escritura de la casa donde vivo de principios de los años 70 nombra los terrenos donde se construye como situados en la calle de María Niño).

Lo hago con cuidado y hasta con mimo pues me llena de ternura el conocer por la historia del arte parte de la vida de esta mujer por otro lado envuelta en un halo misterioso y romántico.

Creo que ahora debo aclarar que la María Niño de la que voy a hablar es la de la que lo hace A. Santos Márquez (catedrático de arte) en su estudio sobre la capilla funeraria de Alonso Daza y que sustenta en legajos del Archivo de Protocolos notariales de Sevilla, publicado en 2006.

Modestamente discrepo en cuanto a que el Marianillo que nos ocupa proceda de María Niño de Guevara, como afirma en su Callejero de Sevilla el justamente reconocido académico José Mª de MENA. Sencillamente porque esta señora con la que tuvo dos hijos naturales Fernando Cortés Ramírez de Arellano, 3º marqués del Valle y nieto de Hernán Cortés, además de ser natural de Madrid y haber tenido sus hijos allí, debió nacer entre 1560 y 70 y por tanto imposible que ocupara el monte que ya ocupan las Mínimas esos años. Por otra parte, no parece posible, desde el punto de vista fonético, la evolución de tan poderoso apellido en “Marianillo”.

Debo reconoce una dificultad que debilita en cierto modo mi tesis: pudiera ser que la huerta de Marianillo en Triana sea la vulgarización de otra María Niño, una posible compradora a los frailes Mínimos, ya a partir de 1835 tras la desamortización de Mendizábal. No tengo pruebas de su existencia, pero eso no es suficiente para descartarla, aunque sí para aparcarla. Sin embargo, no hay duda de la existencia y presencia en Triana de MARÍA NIÑO a mediados del XVI procedente de ultramar como protagonista del arte funerario y en relación estrecha y documentada con los frailes Mínimos del convento de la Victoria.

Los libros especializados, como la revista Arte Hispalense, hablan de la capilla funeraria de D. ALONSO DAZA en el convento Mínimo de N. Sra. de la Victoria (Antonio Santos Márquez, catedrático de arte). También de María Niño, su viuda, que una vez que éste murió viene a Triana por deseo expreso de D. Alonso en testamento de emplear parte del dinero ganado en Nueva España para darle pompa fúnebre construyendo una capilla funeraria para él y su familia.

Lo primero que se viene a la cabeza es que el propósito no era otro que comprar con dinero un reconocimiento entre sus vecinos del que adoleció en otro tiempo.

¿Pudo ser que Alonso Daza quisiera resarcirse de la espina de la discriminación que llevaría clavada cuando el 1 de Agosto de 1519 tuvo que ocultar su nuevo cristianismo al embarcar en el velero llamado Cristóbal Verde (¿familiar de un marinero que acompañó a Colón en su primer viaje?) como pasajero rumbo a las Indias después de comprar una licencia falsificada a cualquiera vendedora clandestina, que las había, como la famosa Francisca Brava que hacía negocio por la puerta de san Juan, o, quizás, pagar los 80.000 ducados que Cisneros, como un favor después de las revueltas en contra de la prohibición de viajar a las Indias a los cristianos nuevos, ese año precisamente había estipulado?

Me inclino por lo primero por que en el libro de embarque del archivo de Indias no consta lo segundo, que era lo establecido.

Es muy posible que pudiera ser por eso por lo que este mercader de pieles indiano (está documentado en 1508 el encargo que hace a los carniceros del Aljarafe de proveerlo de todas las pieles que pudiesen) quisiera ser enterrado con todos los honores.

Es una sospecha que avala, además, el que algunas de las capillas de la catedral de Sevilla fueron con sus enterramientos de conversos la forma de demostrar, también, la limpieza de sangre del difunto para su familia.

Como ejemplos, la capilla de don DIEGO CABALLERO, conocida por la del MARISCAL por el cargo que desempeñó en La Española este hijo de judío castigado en acto de fe y que había embarcado en 1502 en la expedición de Ovando con una mano delante y otra detrás, como criado del genovés Grimaldi.

Su carrera allí se inicia con el apresamiento y comercio de indígenas, carimbándolos, herrándolos (hasta 1526 no se ilegaliza esta práctica, y no en todos los casos), y de perlas después, para acabar siendo dueño de una flota de barcos

También la de otro converso, don Fernando de Jaén, con el famoso cuadro descendimiento hoy en la catedral al desaparecer la Iglesia de la Santa Cruz, en el barrio del mismo nombre, donde estuvo su capilla funeraria. Como recuerdo hoy queda solo el nombre de la plaza donde estuvo Iglesia y cuadro, también de Pedro de Campaña que la presidía

Sin embargo, después de conocer las circunstancias políticas y sociales en Nueva España a partir de 1542, que debió conocer antes de morir don Alonso, Daza, deduzco que el verdadero motivo de la venida de María Niño a Triana fue asegurar para ella y su familia un futuro económico y social que vería peligrar con el revuelo de las llamadas Leyes Nuevas con las que el emperador, respondiendo a las críticas entre otros de padre Las Casas, dejaba ver el principio del fin de los privilegios y abusos de los conquistadores y colonos como auténticos señores feudales.

Lo de su capilla funeraria, creo, fue una argucia o carta de presentación en aquella sociedad donde la protección de la Iglesia, comprada con la fundación para la capilla, era el mejor seguro de vida que podía dejarle, diríamos con vocabulario de hoy.

¿Fue casualidad o más bien un recurso de moda entre los cristianos nuevos el encargar las pinturas de los retablos de sus capillas funerarias en los mismos años a Pedro de Campaña? Esto último sostiene el erudito Celestino López Martínez cuando en su libro “De Jerónimo Hernández a Martínez Montañés comenta la de D. Alonso Daza.

Este, además del deseo fúnebre común a los conversos, sabemos que había nacido en Huevar, donde hay constancia histórica de que hubo judería.

Sin embargo, el lugar de nacimiento de María Niño es desconocido. Se encuentra en el Archivo de Protocolos Notariales un documento notarial fechado en Tenochtitlan en 1536en el que se declara la dote entregada a la dicha María por su casamiento con Alonso Daza.

Acompaño fotocopias de un extracto de la trascripción de dicha nota.

En ella se declara que es hija natural de Domingo Niño oriundo de Triana, ya fallecido, y que está bajo la tutela de otro Trianero llamado Francisco de Ávila en ese momento de contraer matrimonio.

No era normal que un hombre embarcara como soldado o como mercader con una niña sin su madre. Por ello lo lógico es pensar que fue fruto de una relación con alguna indígena, cosa frecuente entre los españoles. Pensemos en Hernán Cortés que de sus once hijos con seis mujeres distintas varios fueron mestizos.

Tampoco era frecuente que los reconocieran. Corrían suerte adversa y solían acabar abandonados por ambas familias y en la calle. Muy pronto, promovidos por el primer obispo de Nueva España, el franciscano Zumárraga, la corona comprendió que era provechoso no sólo cristianizar sino españolizar y existieron colegios para estos niños (en 1530 en Coyoacan, ya, para niñas).

Los colegios para indígenas y mestizas no fueron valorados por los nativos ya que decían que las hacían “vagas para el trabajo como en Castilla”. La mujer indígena no sólo trabajaba la tierra, sino que debido a la normalidad de la poligamia estaba bien visto el amancebamiento con españoles como modo de sustento para la familia.

En el caso de María Niño supongo que el ser reconocida conllevaba que su padre pudiera vivir con su madre (¿fue la esclava indígena Isabel a la que hace alusión la nota?).

El abandono por parte de los españoles de los hijos habidos con indígenas era, en muchos casos consecuencia de tener ya familia oficial.

De lo leído en la nota a la que he hecho alusión se deduce que tenía una posición más que desahogada, pero eso no quita el pensar que se encontraba desprotegida en lo social, y que el matrimonio era una solución de urgencia para una joven huérfana. Tuvo suerte-. Tampoco eran frecuentes los matrimonios de españoles con mestizas al principio a no ser que fueran adineradas y educadas, que era su caso.

La edad que tenía en ese momento, suponiendo, es lo más lógico, que hubiera nacido allí, serían entre doce y dieciséis años, ya que hasta 1522 no conquista Cortés Tenochtitlan.

Resultan significativos los nombres de los testigos que aparecen en el documento (repito, fechado en 1534).

Si, por parte de ella declara García Terrazas, conquistador mayordomo personal de Cortes, por parte de él uno de los miembros de la familia de los Farfanes, famosos marineros soldados en la conquista de Tenochtitlan procedentes de Triana.

El tutor de María parece se trata de Francisco de Ávila recompensado por Cortés por ser uno de los primeros pobladores con la encomienda de Tulancingo (una de las más grande y fértiles), a medias con el conquistador citado García de Terraza.

Los encomenderos eran conquistadores a los que al no poder pagar con oro se les recompensaba con indígenas. Toda una historia negra hay sobre las encomiendas que al parecer eran más bien explotaciones humanas (en 1542 Leyes Nuevas van contra sus abusos y sobre su carácter hereditario).

Me ha parecido curioso y significativo entre los personajes citados el que le debieran dinero, que deduce el desahogo económico de Domingo Niño. De manera especial que esté entre ellos Nuño de Guzmán (según Las Casas “el gran tirano” por su crueldad con los nativos) mandado por Carlos V como presidente de la Audiencia para controlar a Cortés y que le salió rana. Cortés a su lado “un angelito”. Puede que más que una deuda fuese el peaje, del padre de Maria para poder vivir sin ser molestado y tenerlo como valedor ante los problemas diarios.

La vida nada idílica de aquellos colonos, aunque tuvieran una huerta en Tacubaya, zona de descanso de la élite colonial, no debía ser fácil y, si era necesario, se aliaban con el diablo para sobrevivir en medio de intereses y ambiciones por doquier.

No he podido, sin embargo, encontrar referencias de Domingo Niño ni en el libro de embarque de la Casa de Contratación, (existente desde 1503), ni en el Archivo Parroquial de Santa Ana (bautizos desde 1502), ni entre los acompañantes de Cortés por el libro de Bernal Díaz del Castillo “La verdadera historia de la conquista de Nueva España”, atribuida, actualmente, al propio Cortés por un historiador francés llamado Duverger para intentar rehabilitar su fama.

Lo primero que se viene a la cabeza es que estuviera relacionado de alguna forma con la extensa familia de marineros conquistadores de Moguer de los que la estudiosa A. GOULD dice que “respecto al parentesco entre ellos todo está liado”.

A ciegas me decanto porque fuera hijo de Francisco Niño, de Moguer, grumete ya en 1492, por eso de que muere en Puerto Caballos, la actual Honduras, como alcalde puesto por Cortés en 1526, después de vencer a Gil Dávila entre otros aspirantes a la zona. En ese caso Domingo podría habría nacido, como su hija, en las Indias.

Pero el que hable de Triana como lugar de procedencia me lleva a relacionarlo, supuestamente y de forma extramatrimonial, con el famoso piloto Andrés Niño avecindado en nuestro barrio mientras recorría en distintas expediciones aquellas tierras (en 1504 ya hay constancia documental de este hombre en las Indias). Era normal el ir y venir del mismo personaje varias veces. Los viajes de negocios ya estaban de moda, aunque hubiera que cruzar el océano en barco de vela y lo de un amor en cada puerto también. Pero éste parece que no fue muy amigo del gran Cortés. Por ello lo veo con menos posibilidades.

La verdad es que sólo cuento para hacer un retrato de Domingo a través de sus amistades documentadas

Lo que es evidente, por las anteriores nombradas, que el padre de MARÍA NIÑO y ALONSO DAZA, ganadero y mercader, estaban bien relacionados con la clase mas poderosa de aquella sociedad de Nueva España donde Cortés y los suyos tenían el poder en medio de crueldades e intrigas.

Una fecha a tener en cuenta para esta historia, 1545. Es cuando cuando los frailes Mínimos conceden a MARÍA NIÑO la licencia para llevar a cabo el deseo de su difunto esposo, hacer realidad la fundación establecida en testamento para levantar en TRIANA la capilla funeraria. Es lógico pensar que estaba antes, por el tiempo necesitado para los trámites.

No sé si lo intentó en otro lugar sagrado, pero en aquel momento, después de la catedral, el citado convento gozaba de gran prestigio. El difunto Alonso Daza había embarcado hacia el nuevo mundo pocos días antes de la expedición de Magallanes y sabemos que ya entonces estaba de moda entre la gente del mar este cenobio. No es de extrañar por tanto su elección.

Los Mínimos habían llegado a Sevilla en 1512 y según cuenta Alonso Morgado en la Historia de Sevilla de 1587 fueron muy bien recibidos y REGALADOS por el arzobispo Diego de Deza. Rechazan vivir en Sevilla y se trasladan extramuros por ir mas en línea con su regla de “ora et labora”. Aceptan una capilla llamada de san Sebastián en Triana, que fue un antiguo hospital cuyos cofrades estaban en decadencia y que les piden seguir con su culto al santo y poco más.!No confundir con la de los Mártires en la actual Paraíso del gremio de calafates de mediados del XVI!

El abad Gordillo en 1632, fecha del perdido pero copiado documento “Religiosas estaciones que frecuenta la religiosidad sevillana”, relata una procesión que se llevaba a cabo desde la catedral a dicha ermita de san Sebastián porque según cuenta la tradición fue aquí donde estuvo por primera vez la imagen de la Virgen de los Reyes, ya que fue éste el lugar del campamento de las tropas cristianas en la conquista de la ciudad por el rey S. Fernando.

El terreno del CONVENTO DE LA VICTORIA desde Salado se adentraba ocupando gran extensión de “Tierras de cultivos, naranjal y un albercal”.

Morgado comenta el desencuentro de éstos con el atípico y estrafalario fray Pedro y su barraca a orillas del río (germen del Convento de los Remedios) ya que por la vecindad y proximidad les quitara protagonismo económico en la zona, como así ocurrió con los años. Pero el tozudo ermitaño llegó a recurrir a Roma para que no lo echaran del sitio escogido.

“Pero queriendo Nuestro Señor que permaneciese”, dice el citado Morgado. Es decir que los Mínimos de La Victoria no pudieron con él y sus devotos.

Sin embargo, es curioso, no se opusieron al establecimiento de otras instituciones religiosas al otro lado del convento. Deduzco sería porque obtenían beneficios económicos de ellas: La Hermandad de la Estrella, la capilla de los Mártires del gremio de calafates, las posesiones de María Niño, la ermita de la Encarnación…

De la importancia del convento de la Victoria, sobre todo para las gentes del mar, nos puede dar idea la pompa y fiesta que hubo en Triana por la bendición en su Iglesia de las banderas y pendones que llevaron Magallanes y Elcano en su vuelta al mundo antes de zarpar el 1o de Agosto de 1519 Precisamente sería sólo la Nave N. S de la Victoria la única que volvería después de tan memorable viaje.

Pero, además, la Iglesia que levantaron en 1524 bajo el patronazgo de D Francisco Duarte y Mendicoa para el enterramiento de él y su mujer Catalina Alcocer resultó grandiosa. Está bastante aceptado que el actual retablo de la iglesia de S.Jacinto perteneció a ésta y nos da idea de sus proporciones, aunque no sería el original porque éste es de finales del XVII (artículo de la historiadora Matilde Fernández Rojas). Fue famosa su escalera de mármol roja con artesonado de madera en su techumbre.

MARÍA NIÑO estaría orgullosa. La capilla funeraria de su esposo compartía espacio nada menos que con tan ilustre señor, Factor de la casa de Contratación, Proveedor de la Armada y los Ejércitos, Contador del Emperador en Italia y fundador del Mayorazgo de Benazuza…muerto en 1554 y enterrado allí, en el altar mayor (hoy sus esculturas yacentes están en el panteón de sevillanos ilustres). ¡Todo un lujo de vecino!

Además, dicha Iglesia estaba de moda y era visitada por sus famosas reliquias: leche de la Virgen, un diente del Bautista, y pelos de la barba de S. Pedro entre otras.

En este tema me remito a una monjita jerónima del convento de Santa Paula, quien con mucha gracia, cuando hoy enseña los relicarios se su museo, por si acaso, añade “que yo sepa nunca fueron un dogma”. Y así acalla bromas y risitas.

De su grandeza nos da también idea las Hermandades que aquí surgieron, de sus procesiones desaparecidas, y de las que hasta hoy han perdurado.

La Hermandad de La Estrella (1560 -- 66), que primero ocupó una capilla dentro del convento, pero que luego levantan una propia en un solar contiguo cedido por los frailes por la renta de dos ducados anuales en 1570. La fusión de la Estrella con la del señor de las Penas, nacida en la ermita de la Candelaria es ya del s.XVII.

Está documentada la presencia y supuesta vecindad de María Niño en Triana y que interviene activamente en ejecutar su plan, pero que lo hace (la mujer además de sola hay que pensar como se sentiría en ambiente desconocido) a la sombra de un hombre que es su apoderado, y que en su nombre contrata a Juan de Gante para que fabrique el retablo en madera de castaño con columnas de cedro, a Pedro de Campaña para que pinte las tablas y entre ellas, la de la figura al natural del difunto. Incluso para que contrate a los albañiles que adecuarán la estancia en una capilla lateral del mismo con artesonado de madera, revestimiento de azulejos trianeros y ventana al exterior.

El hombre en cuestión es Hernando de Ballesteros. He elucubrado al pensar que tipo de relación podía unirlos para llegar a la conclusión de que el nexo que los unía era tan prosaico que deja fuera de toda duda algo más allá del negocio, ya que este hombre era un platero reputado en la Sevilla de entonces.

En definitiva, supongo, le ayudó puliendo (lo digo en su doble sentido) la plata traída, sus posesiones convertidas en el noble metal.

Ballesteros el Viejo poco después en 1551 es nombrado platero de la catedral y María Niño se instalaría en un montículo de la cava nueva, con una enorme huerta que llegaba hasta la actual calle de Esperanza de Triana.

La imagino extrañándolo todo menos las famosa riadas, que le serían familiares por su vida en la ciudad lacustre de Tenochtitlán y mirando cada día la ventana del cercano convento que la esperaba en su descanso eterno, si ocupó como vivienda el lugar donde la ubico.

El que escogiera Triana para vivir en principio no tiene que extrañar pues está documentado que dos personajes aquí citados de alcurnia y posibles poseían huertas de recreo en ella aquellos años.

Así, dentro del Mayorazgo de Benazuza, se describe la huerta llamada “Quitapesares” donde irían a disfrutar de su arboleda y de la vista animada de la Torre del Oro desplazándose de la colación de S. Nicolás donde vivían, D.Francisco Duarte y Dª CATALINA con sus hijos.

¿Estarán debajo de la hoy “Casa de las Columnas” y del Hospital y Capilla de los Mareantes, las huellas de esta familia (en 1554 muere D. F. Duarte y en 1561 ya hay constancia de los esfuerzos económicos por comprar el lugar donde levantarían su sede, luego Escuela, los citados Mareantes)?

También en un paisaje a plumilla de la Triana de 1567 del flamenco Antón Van de Wyngarde encargado por Felipe II (entre otros de distintas ciudades españolas) se le da nombre por escrito a la hermosa heredad con las casas del nombrado Mariscal, don Diego Caballero, situadas en esta orilla del río.

Triana era hermosa y valorada, pero lo que no se entiende mucho es que a pocos metros de la que iba a ser su tumba esta mujer ubicara su casa por muy apetecible que fuese el monte. Supongo se libró, de momento, del fuego por la terrible explosión de la fábrica de pólvora que en 1579 se encontraba cercana a la actual plaza de Cuba en la que murieron cientos de personas muchos trozos de las cuales (Morgado habla de brazos y piernas) aparecieron en la otra orilla del río.

¿Era esta mujer una persona triste y lúgubre? Puede, pero me inclino más por una mujer desarraigada e insegura a la que le costó adaptarse al nuevo ambiente que no era el suyo por mucho que se llamara María Niño y fuera dueña de una porción grande de esta Triana, su tierra prometida, por la que cruzó un océano y convirtió sus pertenencias, o vivencias (eso le resultaría más doloroso), en plata.

Presupongo que no volvió a casarse porque si hubiera sido así (además de perder la herencia como viuda) el segundo marido no hubiera consentido el protagonismo del nombre de María en Triana, lo hubiera eclipsado.

Es posible que viniera con algún hijo (CAPILLA FUNERARIA PARA EL Y SU FAMILIA). En un documento de 1602 sobre un pleito de los frailes Mínimos de la Consolación de Utrera contra los Terceros de Sevilla un tal Alonso Daza actúa como jurado a favor de aquellos. Después de lo conocido, es lógico pensar fuese algún descendiente de María Niño, todavía en estrecha relación con los mismos.

Lo más sorprendente es que después de casi 500 años su nombre, aunque desfigurado, haya seguido pronunciándose para identificar el lugar en el que vivió esta mujer.

Mucho debió impactar su presencia materializada en ser propietaria de extensión tan considerable, aunque Morgado no aluda a ella y Justino Matute no la considere trianera ilustre

Para mí ha sido una casualidad vivir en lo que debió ser su huerta y una suerte el poder presentarla en Triana, al tiempo que escudriñar a través suya en la historia.

Y no creo que fuera sólo por su riqueza y exotismo, sino que algún halo de misterio debía envolverla que ella no se preocupó en disipar y al que contribuyó, a buen seguro, la enorme extensión de terreno que habitó a extramuros, o detrás de la cava, que era lo mismo, ya que ésta era realmente una defensa del río y de malhechores. Lugar, por cierto, que después de ella las Mínimas habitaron y abandonaron un tiempo por “peligroso, por inundaciones y hombres malos que saltaban las tapias del convento”.

Por su físico debió estar acomplejada. Lo normal, como en el caso de la capilla del Mariscal en la que tienen protagonismo no sólo su mujer y su hijo sino hasta cuñada, sobrinas y madre, es que hubiera sentido la tentación lógica de quedar inmortalizada en su retablo junto a su marido y no fue así. En sus tablas, con escenas de la pasión (Jesús atado a la columna y el lavatorio de pies) lo adornaron, además de san Joaquín y santa Ana, san Francisco de Paula, y hasta santa Catalina de Siena, pero de ella ni rastro.

A pesar de la falta de datos documentales me voy a arriesgar a decir que en 1564 María Niño ya había fallecido (otra opción es que dejase de vivir en Triana). Los datos al alcance de mi mano en los fondos del Archivo Histórico Nacional los he dejado estar. Es una pasta el que vean la luz y la investigación no es mi profesión a estas alturas.

Pienso que parte de su Monte fue comprado por la cofradía que levantó la ermita de la Encarnación en 1565(¿a los frailes con los que esta Hermandad en su fundación estuvo relacionada, o a los herederos de María?). Sobre todo porque las MINIMAS se establecen en Triana en 1566 y de alguna manera ocupan su monte

Según A. Morgado “Las TRAEN Y lAS COLOCAN EN TRIANA MUY CERCA DE ELLOS LOS MINIMOS DEL CONVENTO DE LA VICTORIA”.

No sé si fue un intercambio de favores entre María o sus descendientes con los frailes de la Victoria o fue una venta en toda regla.

Es muy probable que los Mínimos de la Victoria negociaran con nuestra María. Primero vendiéndole el monte y luego a su muerte comprándoselo, o cambiándoselo por misas (una capellanía).

Cuando el superior de los Mínimos de la Victoria pide licencia al racionero de la catedral, Gil de Cervadilla, para el traslado de las monjas debido a la pobreza y necesidad extrema con la que viven en Segura de León dice textualmente: tenemos TRATADO y constatado ya el sitio, y PUESTO (¿puede interpretarse que contaban con edificio construido?) “que lo mande ver y que hay peligro en la tardanza. Nuestra orden ha procurado buscar sitio para ellas y han hallado, que ninguno hay mejor”. Este documento está fechado en 1564.

El peligro al que hace referencia, deduzco, sería desaprovechar la ocasión producida por la muerte de María Niño, que enterrada en su convento les facilitaba cualquier tipo de trato con los herederos o de venta por parte de los herederos a terceros.

La huerta debió ser, además de hermosa, olorosa con los naranjales en flor cuando llegaba la primavera. También una buena despensa para aquellas monjas que llegaron hambrientas de Extremadura a pesar de los buenos guarros que daba la tierra. Pero ni carne, ni huevos ni leche…. Solo pescado y verduras.

El nombrado Morgado, también extremeño, que las visita por ser cura de Santa Ana desde 1573 espontáneamente dice de ellas “Que a pesar de la dieta las monjas más ricas de Sevilla no las exceden en hermosura. Y Para que nadie piense mal añade “Como quiera que los manjares del alma son los perfectamente saludables “.

Mi sexto sentido es el que me lleva a describir a María como una mujer misteriosa, que no rara, aunque no alcanzara el grado de emparedamiento algún rasgo de este estado le atribuyo.

Todavía quedaba alguno de estos establecimientos en Sevilla cuando ella se ubica en Triana. Estos lugares eran casa particulares pegadas a alguna iglesia o convento con el que se comunicaban por una ventana enrejada. De este modo tenían el poder disfrutar de la iglesia vecina. Allí se recogían mujeres viviendo de su patrimonio o trabajo.

En Triana había habido uno pegado al castillo de san Jorge y otro en Santa Ana pero quedaban todavía en Sevilla en S. Idelfonso, Santa Catalina y san Miguel en esos años.

¿Fue María Niño una Beata sin reja, (que por otra parte no necesitaba para divisar cada mañana a través de los naranjos de su monte la ventana de su morada definitiva), y sin otra compañía que sus criadas algunas venidas con ella de la tierra que la vio nacer? Da bastante el perfil.

¿Sabían que el callejón que lleva su nombre en un mapa de Moreno Gálvez del XIX se llama, a medida que avanza y se mete entre huertas, al principio de María Niño y luego de LA FANTASMA?

No lo puedo evitar hay algo, o alguien que me empuja a estas alturas de sus peripecias a imaginar su rostro.

La María que se me aparece sonríe, a pesar de las llamas que convirtieron en cenizas sus restos con su querida capilla aquella noche de 1704 cuando una vela en la sacristía del convento de la Victoria casi acaba con el famoso sitio.

Su mirada es transparente y profunda. Un mar de cristal y plata antigua en sus ojos oblicuos.

Manto negro, toca blanca velan una sedosa cabellera y enmarcan su piel de aceituna.

De su pecho asciende al expirar el perfume suave de cientos de dalias (aztaxochitl, flor nacional de Méjico descubiertas por los españoles y extendidas por todo el mundo). Luego, la inspiración del azahar la embelesa y extasía,

Y su boca, ¡ay su boca, ocarina roja de arcilla! suena por soleares.

Ella no me lo dice, pero, creo, le gustaría floreciera en Triana, de nuevo su nombre, su nombre de mujer.

Mª PAZ HIDALGO

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