viernes, 22 de abril de 2022

HOMELESS (Paz Hidalgo)

                            

                               HOMELESS

¡Búscale las vueltas! Llega pronto, no te confíes, aunque ella salga de las últimas. A las doce y media está bien, tiene muchos candidatos.

Observas el semáforo de la esquina. Tienes las piernas ágiles como gacelas en el desierto del asfalto, pero no ves tres en un burro y menos el semáforo en naranja con tres coches impacientes.

Te colocas las gafas en su sitio (antes limpias sus cristales), te subes los pantalones que se te escurren y con el pañuelo que has utilizado aseas también el escalón donde luego asientas tus reales posaderas. Sacas del bolsillo el vaso algo aplastado. Lo enderezas y oteas el horizonte. No hay “moros en la costa” ni tienes que subirte al carajo. Estás tranquilo.

Los primeros empiezan a salir de la misa de doce. Ella, como siempre sale de las últimas con la inmigrante sin papeles, que te va a mirar mal, como siempre.

No dejas de enseñar las melladuras de tu boca. Sonríe siempre. Coges el vaso con la mano, lo levantas y empiezas a escuchar el tintineo. Los dedos de los fieles actúan. Dices con voz de plañidera: “Por caridad, una limosna por caridad”. No olvidas decir a los niños a los que sus papás encargan entregar la moneda: “¡Gracias, guapo o que Dios le dé salud!” Así te aseguras la próxima.

La mamá esboza una sonrisa de satisfacción. El papá le pasa la mano por la cabeza. El niño se vuelve y te mira con curiosidad.

Oyes: ¿Por qué ese hombre es pobre, papá?

Piensa y dilo: “Por la puta caridad”.

Piensas, pero no lo dices. Solo te rascas la cabeza.

Doña Avelina aparece por fin. Se coge del brazo de la “interna”. Más bien se deja caer. Sus carnes huelen a colonia de marca. Arrastra los pies.

Te levantas, te pones de pie. La miras como quien ve a la Virgen antes de que ella deje de hablar con otra feligresa de su quinta.

Te ve y se dirige a ti. Se para, quiere palique y tú lo sabes. Te interesas por sus cataratas. Preguntas por la fecha de su operación. Haces gala de tu erudición. Hablas del cristalino, la córnea, la lente y el láser. Te sientes en este momento tu padre, oftalmólogo de fama en su tiempo. No te das cuenta del billete de diez euros que deja en el vaso. Estás en otro mundo. Lo ves cuando ella con dificultad se da media vuelta.

Te dice: “Adiós, Rufo”. Cuando se gira y ya camina hacia su casa oyes: “!Cómo se nota que este mendigo ha nacido en el barrio de Salamanca!” Incluso también oyes responder a la “interna”: “Y yo he nacido en Barranquilla como Shakira”. Te fijas en el culo de ésta y en sus muslos gordos apretados por unos vaqueros que subrayan sus pistoleras. Tú no tienes de esas.

Después te enderezas, te sacudes los pantalones y sientes que eres por un día a la semana, el bendito domingo, Rufo Santiesteban. Dejas atrás al mendigo y te sientes un caballero con el caché de un Babieca. ¡Sabes que vas de reconquista, recuerdas tu colegio de los Marianistas (el de ministros y hasta presidentes del Gobierno) y… al galope!

Te vas acercando a la terraza de los Alcores. Hueles a fritanga e imaginas el adobo antes de llegar. Doblas la esquina. “¡A por ellos!”. Ojeas el panorama. No hay una mesa vacía. El público está contento. Hablan y comen a la vez. Vuelves a mirar. Ahora te fijas en los platos con restos grasientos. ¡Deduce! Acércate y hazte el remolón como quien no quiere la cosa.

Preguntas:

Perdone caballero, ¿se van a ir, por casualidad?

Escuchas a la señora —¡Pepe, tendrás ya ese culo de cerveza hecho un caldo!

Sientes la cara de mala leche con la que te mira Pepe. Sigues allí de pie fumando una colilla que has recogido del suelo en la puerta de la iglesia. Miras al vacío. Das dos o tres caladas. No tardas en escuchar el chirriar de la butaca de aluminio que arrastra la mujer de Pepe. Miras la mesa. Ves cacahuetes y restos de aceitunas. No te das ni cuenta de la brusca levantada de Pepe.

Te sientas, te sientes en la gloria en la que te ha colocado Pepe. Oyes al rato (no sabes cuánto tiempo llevas allí):

¿Qué va a tomar el caballero?

Responde con seguridad:

Una cerveza Cruzcampo de barril y una tapa de ensaladilla. ¡Bien fresquita y tirada bien, muchacho!

Te fijas en dos niños que juguetean alrededor. Los utilizas como cebo para pescar la atención de sus padres, tus vecinos de mesa. Intentas llamar la atención de los críos con alguna gracia.

Di: —¿A qué os cojo, bribones? Haces un intento de levantarte para asustarlos. Juegas con ellos que ríen nerviosos.

Los padres te miran con desconfianza y entonces hablas de tus nietos. Haces un intento de buscar en los bolsillos, primero uno, después otro. Das un golpe en la mesa de contrariedad. Te echas la mano a la frente. Hablas de la crisis con rabia y de Alemania como destino. Mientes y lo sabes. Es tu trabajo, pero en estos momentos, que eres un caballero, te toca los cojones.

Cuando no dan señales de conmoverse por tus palabras y gestos cambias de tema. !Inténtalo de nuevo! (hoy no te conformas). No te avergüenzas de tus orígenes, todo lo contrario, presumes de ello como un título heredado que te sacas del grupo de los que has oído llamar “vergonzantes” a las señoras que van de voluntarias al comedor. ¡Atrévete y dilo!: eres un homeless (has escuchado que con el inglés se apabulla).

Das la sensación de conocerlos del barrio. Preguntas si viven en la calle de Los Olmos. El papá te pregunta si quieres sacarles el carnet de identidad. Te corta el camino y notas que no te mira bien. Como último recurso hablas de derbi.

Te molestas cuando llaman a los niños y se levantan. Intentas darte importancia. Sin venir a cuento les cuentas la verdad., que tu padre fue un médico de prestigio en los años50 y que tenía un mayordomo alemán que recibía a los pacientes.

No hay reacción por su parte, sino todo lo contrario. Pronosticas entonces problemas de salud para ella como una gitana desairada. Di: “Eso no se cura”, señala su entrecejo.

Estás sentado en la terraza con las mesas de ambos lados vacías y no consigues que la mayonesa de la ensaladilla deje de resbalar por las comisuras de tus labios.

Gritas con voz gangosa:

¡Niñoo!, ¿qué te debo?

Aquel trozo de acera donde hacen cola los sintecho huele a tetrabrik Don Simón y a orines secos. Llamas a Evaristo para que se ponga junto a ti en la cola. Le dices que no es bueno no “platicar”. Te dice si no te cansas. Filosofas sobre las ventajas del arte del lenguaje. Le aseguras que la locura es una consecuencia de la falta de este. Él no te sigue. Se toca la entrepierna varias veces con gesto de desgrado.

¿No crees, compañero, que la comida que nos dan las Hermanas nos perjudica? —dices. Demasiados hidratos de carbono y pocas proteínas. Deberían hacer un curso de Dietética y Nutrición.

¡Coño, lo que sabe el cabrón! Ni te entiendo ni me importa—contesta Evaristo— Me conformo con llevar la panza llena.

No te molestes, amigo. El control mental es importante para nuestro oficio.

El oficio de chalao, ¿no? —dice otro de ellos.

Te separas del grupo y pides “por caridad” un cigarrito a una joven que distraída con el móvil no ha cambiado de acera. La chica, después de buscar nerviosa en su bolso te lo entrega y te cuadras de manera teatral. Oyes risas, sabes que te miran los demás. Entras en la cola (dentro de un orden) de un comedor de caridad.

Los culos callejeros de los mendigos no acaban de acomodarse en las sillas de formica marrones. Hueles a lejía. Haces un gesto con la nariz de desagrado. Pides a Evaristo que adivine el menú del día.

¿Y yo qué sé? —responde éste con desgana. Ahora escarba con el dedo en un orificio de su nariz con el arte de un malabarista de pelotas

Exclamas:

¡Chicharos y san jacobos! Lo sabes.

Sor Eusebia se afana con cucharón en mano en el reparto. Una media luna debajo de las axilas de su bata XXL delata que suda.

La ves venir y te preparas. Levantas la voz (quieres que se sienta halagada).

Pregunta:

Sor Eusebia, ¿dónde ha estado estos días? Cuando no está aquí esto no es lo mismo. Es usted una bendición.

La monja parece no escuchar. Sigue a lo suyo. Con el trasiego la toca se ha movido y deja ver unos pelos tiesos y canosos.

Coges el postre con la mano y te lo acercas a las gafas. Frunces la nariz y miras con asco el yogur de plátano. Prefieres los de fresa. Pides uno de éstos, “por caridad”.

La monja responde —No quedan. Mañana, Rufo.

Di:

-“Hijaputa”, lo tienes en la punta de la lengua. Estás a punto de soltarlo, pero te aguantas y te lo guardas allí por donde los efectos de los chícharos harán explosión Te conformas con eso.

Los jacarandás morado pasión que bordean la acera se imponen y perfuman con intensidad aquel ambiente. No entienden de caridad. Se desfloran sin más.


Vas de señorito y no es domingo. Colocas como cada año sobre tu sesera el sombrero de paja y …“carretera y manta”.

No pides. !Pon el vaso! No necesitas más. No cantas, no bailas, pero enseña tus melladuras día y noche (la siesta es buen momento, la digestión es buena para la risa tonta). Subes la famosa cuesta. Formas parte del cortejo.

El sol da de plano sobre las cabezas de los caminantes. Te echas la manta por encima del sombrero (conoces el truco de otros años) y dejas de ser anónimo. Eres original, eres…Rufo por aquí, Rufo por allá, Rufo, ven con nosotros a echar el rato…

¡Ve, coño! Escuchas tu nombre, oyes risa te sientes importante. Eres un peregrino famoso, un bufón por necesidad tuya y por la caridad de la gente.

Las carretas después de tanto traqueteo están varadas en las arenas. No pidas. Bebe lo que te echen. Estas achispado y aceptas carne mechada con broma incluida, garbanzos con espinacas y cachondeo, tortilla de papas con una invitación al cante por “burlerías”.

Miras como el de los tirantes con la bandera de España parte jamón. Te das cuenta de cómo le caen goterones de sudor que se limpia con el dorso de la mano con la que agarra el cuchillo. Observas cómo los que se le escapan van a empapar su barriga de embarazada cumplida.

Coges su sombrero del suelo. Le sacudes la arena y lo sostienes boca abajo como haces por costumbre con el vaso. El hombre seboso se da cuenta y te pregunta si quieres probar el jamón que tiene entre manos.

Contestas –Sí, quiero. Comes. No preguntas nada. Saboreas el jamón. Estás escuálido y no te disgusta la grasa.

El hombre del jamón es dueño de una mercería y vive con su madre a la que tiene como a una lady con pamela rosa adornada con flores de tul gris perla Ya has visto su foto en silla de ruedas. La saca de la cartera que guarda en el bolsillo trasero del pantalón cuando se acuesta para que no se le estropee. También lo has visto.

Las arenas y los pinos. La sombra. La siesta, el vino y el jamón bueno. ¡Vete a tomar …!



Hace tiempo que no vemos a Rufo —dice Doña Avelina— Se habrá mudado de iglesia. La gente de por aquí no es muy caritativa.

La interna la mira con cara de perro pachón.

Doña, cuando yo fui a buscar los papeles para ser legal bien que los pedí, ¡por caridad y más de una vez! Siempre me contestaban que no era lo mío. “Ajo y agua como dicen aquí”—se atreve a decir.

¿Dónde has aprendido eso? Lo que faltaba. ¡Anda, tú te vas a quejar! ¿Es que no ves las noticias de la tele, muchacha? —dice la doña.



No sacas el vaso en su puerta ni en ninguna de aquel barrio. Oyes por las esquinas que han asfixiado con una bolsa de basura al dueño de la mercería para robarle. Se acerca el verano y piensas en la playa como destino. Te vas, tienes sucursales en cualquier sitio. Eres el alma de tu banco, un alma para las almas caritativas que hay en todas partes.

Aquel mar parece de plata y envidias las risas de unos surfistas que lo dejan atrás con la puesta de sol. De manera inconsciente te remangas los pantalones y recorres la playa intentando apoyar tus pies en las huellas que dejan aquellos en la arena. Sonríes cuando te tambaleas en el intento de alcanzan las suyas con las tuyas. Pierdes el equilibrio y casi caes. No dejas de sonreír. Llegas hasta la orilla y sientes la espuma que dejan las olas en tus pies al retirarse. Estás convencido de que te llaman para platicar. “¡Son tan juguetonas!”. Te adentras cada vez más y más…



En el hangar donde los socorristas guardan las lanchas motoras ya han levantado la puerta de chapa. Estos bromean y exhiben músculo. En una caja con un rótulo de “objetos perdidos” se amontonan desde un top de un bikini (hay varios) hasta un audífono. También unas gafas atrapadas por algas pegajosas se dejan ver entre aquel revoltijo que suena a pajarera vacía.

No lejos de allí un niño hace torreones de arena con un vaso de plástico mientras otro levanta las murallas de lo que será un castillo hasta que suba la marea.

PAZ HIDALGO (del libro EGOS VARIABLES)

     

DERECHO DE PROPIEDAD (Rafael Guillén)

 

DERECHO DE PROPIEDAD

Unos fuertes golpes en el portón alteraron la tranquilidad reinante en el número 7 de la Rue des Grands-Augustins de Paris. El inquilino que habitaba en él no se inmutó; estaba acostumbrado a las interrupciones así que siguió trabajando en el lienzo que ocupaba una de las paredes del estudio. Los golpes se repitieron, esta vez con más fuerza. “Se tratará de algún reportero—pensó el artista—. ¡Son tan insistentes! ¿Es que nos se dan cuenta de que un pintor necesita que no se le distraiga cuando trabaja?”. Decidió no abrir. Quizá el visitante se cansara de esperar en la puerta. Fue en vano. De nuevo volvieron a llamar y esta vez incluso zarandearon el viejo picaporte. Resignado y fastidiado, el artista se dirigió a la entrada y abrió. Dos hombres con el desagradable uniforme negro de las SS entraron sin contemplaciones y se colocaron a ambos lados de la puerta. No era inusual que aparecieran por allí. Ya habían visitado al pintor en otras ocasiones para comprobar que sus papeles estaban en regla. Esta vez lo extraño era que no venían solos. Los acompañaba un individuo vestido impecablemente con un traje gris complementado con un sombrero a juego. Con ademán obsequioso le tendió la mano al artista.

Monsieur Picasso, ¿verdad? Soy Otto Abetz. Embajador del Reich en París. Encantado de conocerle.

El artista observó un instante la mano tendida antes de estrecharla desganadamente.

—Sí. Soy yocontestó lacónico.

—Vamos monsieur, alegre esa cara. No tiene usted nada de que temer. Esta es una visita de cortesía. Soy un gran admirador de su obra y de la pintura en general.

Abetz entró con decisión en el estudio y fijó su atención en los numerosos lienzos existentes. De vez en cuando se detenía ante alguno que le resultaba llamativo y se acercaba para observarlo mejor. Picasso le seguía de mala gana.

—Un arte singular el suyo, monsieur—dijo el alemán cuando acabó de examinar el último lienzo.

El pintor frunció el ceño.

—¿Singular? ¿Qué quiere decir con eso, embajador?-inquirió.

—¡Oh, vamos mi estimado amigo! No se ponga así. No es mi intención criticar su obra. Es magnífica sólo que…

Abetz se detuvo ante el siguiente cuadro y lo miró con detalle desde varios ángulos.

—¿Y bien?-preguntó Picasso.

El alemán sonrió antes de contestar.

—Sólo que…está lejos de lo que podríamos denominar “cánones artísticos imperantes”.

—¿Y cuáles son esos cánones si puede saberse?

—Los que se fijan desde Alemania, por supuesto—contestó Abetz—. Lo demás se considera...¿Cómo se podría decir...? Arte marginal. Sí, eso es.

Picasso fue a replicar pero el embajador lo detuvo con un ademán.

—No se preocupe, monsieur. Su obra, aunque heterodoxa y difícil de clasificar, no está en cuestión. Puede usted seguir con su trabajo. Siempre que, claro está, no cause problemas al Reich.

—Mi única preocupación es trabajar en mis cuadros, embajador-dijo el pintor.

—Bien, entonces no ha de temer que nada le ocurra a sus pinturas. Una sabia decisión-concluyó el alemán.

Abetz dio por concluida la visita y se dirigió a la salida. De repente, reparó en una mesa sobre la que había apiladas algunas postales con reproducciones de cuadros. Cogió una al azar. En ella aparecía el famoso “Guernica” pintado apenas cinco años atrás.

—¿Es obra de usted, monsieur?

—No—respondió Picasso—, es obra totalmente suya.

                                                                                Rafael Guillén

viernes, 8 de abril de 2022

POEMAS (Mª Paz Hidalgo)

                                   El Paso Cristo


Serpeando va la cruz. Tambaleante

chorrea sangre y cera. Y en hilera

iluminan las velas la madera.

La muerte avanza sola, cimbreante.


El incienso se eleva por delante

de su rostro, que huele a calavera.

Y en el costado yo no quisiera

el hurgar para ser así su amante.


Una saeta el drama verbaliza.

Lamentos. Y un “quejío” de corneta

el juicio del romano ritualiza.


Señor, ¡Sevilla huele a primavera!

Tu dolor, tu sudor, tu pena toda

empapar con su olor yo quisiera.


        Amanecer


¡Jesús! ¿, por qué te dueles todavía

después de tantos siglos de oraciones,

por sufrir por constantes peticiones

o porque se te cuelgue cada día?


¿Por qué no se libera el alma mía

cuando veo tu cruz en devociones

que ahogan los sufridos corazones

con sangre de tu eterna agonía?


Mis cruces,! Ay,Señor!, cuando anochece

desplomadas se tumban, sin erguirse,

pues me llamas, “mujer”, cuando amanece.


Que en umbrosa huerta donde el agua mana

el consuelo encuentro y la fuerza

sin mirar si viene la mañana.  

 

                                    Corpus Chico


                   Señor y tú escondido y PRESENTE

                   EN RUMANO TULLIDO Y PORDIOSERO

                   que monótono pide lastimero

                    y en custodia de plata refulgente.


                    En mitra y EN MULETA DOLIENTE

                    al lado de un vaso con dinero.

                    En el barrio adornado por entero

                     y en TRAVESTIDO HECHO ALTAR VIVIENTE.


                    Música de cornetas y ciriales,

                    exhibición de inciensos y latines,

                    fajas de karatecas y costales.

                          

                     ¡Señor y tú escondido y presente             

                     por amor en CUSTODIAS SIN PAPELES,

                     en HOSTIA FRÁGIL, TIERNA TRANSPARENTE!

"LA FORJA DE UNA REBELDE" (Lorenzo Silva y Noemí Trujillo, 2022)



 
    Al igual que el primero (“Si esto es una mujer”), el segundo libro de la serie de la inspectora Manuela Mauri no defrauda en absoluto a los lectores. Escrito por Lorenzo Silva y Noemí Trujillo nos cuenta como en medio del caos provocado por la pandemia de COVID, se produce un doble crimen en Alcalá de Henares: Carlota, una joven de diecinueve años, avisa a la policía al encontrar a su padre y a su madrastra muertos a tiros en su casa. Una fiesta ilegal y el testimonio de diez jóvenes en guerra con la sociedad serán claves en la resolución del caso.

La novela va mucho más allá de lo que sería la investigación de un caso de homicidio. Así, se nos plantean diversas reflexiones sobre temas de actualidad como los choques generacionales, la educación de los hijos y la forma de enfrentarse a los problemas cotidianos. Narrada con suma maestría, lo mejor que puede decirse de “La forja de una rebelde” es que lamentas que llegue el final de la historia. Con personajes muy bien caracterizados y una ágil narrativa, Silva y Trujillo hacen pasar un rato agradable a todos los aficionados a la novela de intriga.

            Rafael Guillén

Sobre los autores

Noemí Trujillo (Barcelona, 1976) es una poeta y escritora española. Comienza a escribir poesía a los 12 años y con 14 años gana su primer galardón. Ha publicado numerosos poemarios como La Magdalena, Lejos de Valaparaíso, La muchacha de los ojos tristes (también en edición bilingüe The Girl with Sadness in her eyes ), Solo fue un post.

Junto con el escritor Lorenzo Silva funda en el 2012 el sello editorial Playa de Ákaba2​ y publica las novelas: El palacio de Petko (2017), Si esto es una mujer (2019), novela policial protagonizada por una inspectora e inspirada en un crimen real de una prostituta3​ y Suad (2013) ganadora del Premio Brújula.

Participa activamente en eventos culturales y de promoción de la literatura a través de la Asociación Cultural ANCEO4​ de la que es la presidenta y fundadora. También ha publicado relato breve y literatura infantil y juvenil .

Lorenzo Silva (Madrid, 1966) nacido en el barrio de Carabanchel; estudió Derecho en la Universidad Complutense de Madrid y ejerció como abogado de empresa en Unión Fenosa (1992-2002).

Ha escrito numerosos relatos, artículos y ensayos literarios, así como varias novelas, que le han valido reconocimiento internacional. Una de ellas, El alquimista impaciente, obtuvo en 2000 el Premio Nadal; fue la segunda en la que aparecían los que quizá sean sus personajes más conocidos, la pareja de la Guardia Civil formada por el sargento Rubén Bevilacqua y la agente Virginia Chamorro. Otra de sus obras, La flaqueza del bolchevique, que ya había sido finalista del Nadal en 1997, fue adaptada al cine por el director Manuel Martín Cuenca.

En 2010 fue nombrado Guardia Civil Honorario por su contribución a la imagen del Cuerpo; Silva suele firmar ejemplares de sus obras en acuartelamientos y unidades del Instituto Armado. En 2012, La marca del meridiano le valió el Premio Planeta.

Además de sus novelas, Silva tiene numerosos libros de no ficción, así como obras destinadas a jóvenes.

Ficha Bibliográfica:

Título: La forja de una rebelde

Autores: Lorenzo Silva y Noemí Trujillo

Editorial: Ediciones Destino

Año: 2022

Páginas: 336

PÓRTICO DE GLORIA (Sonsoles Peñacoba)

 

PÓRTICO DE GLORIA


HOY, viernes de dolores, nuestra ciudad se prepara para vivir la Semana Santa, semana que sería trágica, si no fuera porque es pórtico de la Gloria. Y Sevilla, y María, lo saben. Por eso esas Dolorosas que recorrerán nuestras calles, nos hablan todas de Esperanza. Por eso los sevillanos celebran anticipadamente la alegría de nuestra salvación al acompañar al Siervo Doliente y a su Madre, sufriente. Felicidades a todas las Dolores y Lolas a las que dedico este poema de Gerardo Diego.


Dame tu mano, María,

la de las tocas moradas.

Clávame tus siete espadas

en esta carne baldía.

Quiero ir contigo en la impía

tarde negra y amarilla.

Aquí en mi torpe mejilla

quiero ver si se retrata

esa lividez de plata,

esa lágrima que brilla.


Déjame que te restañe

ese llanto cristalino,

y a la vera del camino

permite que te acompañe.

Deja que en lágrimas bañe

la orla negra de tu manto

a los pies del árbol santo

donde tu fruto se mustia.

Capitana de la angustia

no quiero que sufras tanto.


Qué lejos, Madre, la cuna

y tus gozos de Belén:

- No, mi Niño. No, no hay quien

de mis brazos te desuna.

Y rayos tibios de luna

entre las pajas de miel

le acariciaban la piel

sin despertarle. Qué larga

es la distancia y qué amarga

de Jesús muerto a Emmanuel.


¿Dónde está ya el mediodía

luminoso en que Gabriel

desde el marco del dintel

te saludó: -Ave, María?

Virgen ya de la agonía,

martes, 5 de abril de 2022

TRIGÉSIMO ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE ISAAC ASIMOV

 


Isaac Asimov nació en Petrovich, Smolensk en la Unión Soviética, el 2 de enero de 1920. Lugar que sufrió grandes batallas, como de la Grande Armée de Napoleón Bonaparte en 1812 o la invasión nazi en 1941.

Para 1928, la Unión Soviética aún vivía los estragos de la Primera Guerra Mundial y el posterior ataque de varias naciones contra el sueño socialista. La familia Asimov partió hacia Estados Unidos, buscando mejores condiciones de vida.

Isaac fue un niño precoz, vivaz, preguntón, curioso y observador. En 1936, a sus 16 años, entró en la Universidad de Columbia, en donde estudió Física, Biología y Bioquímica. Durante la Segunda Guerra Mundial trabajó en los astilleros de Filadelfia. En 1944 contrajo nupcias con Gertrude Blugerman. Y en 1946 obtuvo su doctorado en Bioquímica, para luego ir a dar clases en la Universidad de Boston.

Durante su infancia, Asimov pasaba las tardes leyendo la revista “Amazing Stories” (Historias Asombrosas), que lo introdujo en la escritura, la ciencia y la ficción.

En 1933 publica sus primeras narraciones en la misma revista. Y en 1938: “Aislados en Vesta”. En los 40 publicó más de 400 historias de ciencia-ficción y en la siguiente década, inicia la divulgación de la ciencia y la tecnología.

La obra de Asimov es enorme, entre 1951 y 1991 publicó 542 libros, con temas de astronomía, física, biología, química, historia, literatura, religión, biografías y las más fantásticas historias sobre la humanidad, las máquinas y el Universo.

En sus primeros años como divulgador escribía un libro cada 68 a 71 días. Cuando pasó a las computadoras, su producción fue de un libro al mes, más artículos en revistas.

LIBROS

Un gran ejemplo es la trilogía “Fundación”. A través de esta obra uno se pregunta ¿se puede alterar el futuro o se puede escribir de antemano la historia? , Asimov piensa que sí.

Nos presenta una ventana abierta sobre hechos de una amplitud no sólo terrestre sino cósmicos y galácticos. Nos muestra una herramienta que traza los planes del futuro: la psicohistoria, ciencia de complicados cálculos estadísticos, cadenas de Markov y formulaciones estocásticas (probabilidad). Merced de los cuales se señalan las crisis de crecimiento (densidad de caos) que la humanidad debe superar en su marcha ascendente, mediante medios lícitos.

En 1950 publicó “Yo, Robot”, con ella, Isaac Asimov pasa a la historia al establecer las leyes de la robótica:

  • 1. Un robot no hará daño a un ser humano, ni por inacción permitirá que un ser humano sea dañado.

  • 2. Un robot debe cumplir las órdenes dadas por los humanos, a excepción de aquellas que entren en conflicto con la primera ley.

  • 3. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida que esta protección no entre en conflicto con la primera y segunda ley.

DIVULGADOR DE LA CIENCIA

En 1950, Isaac Asimov publicó su primer libro: “Un Guijarro en el Cielo”. Le siguió “Yo, Robot”, “Fundación”, “Fundación e imperio” y “Segunda Fundación”, así como: “Bioquímica y Metabolismo Humano”. En 1954 publicó “Química de la Vida: Enzimas, Vitaminas y Hormonas”. En ella muestra su estilo sencillo, directo y un fino sentido del humor. Luego publica: “El Sol Desnudo” y “Con la Tierra No Basta”.

LITERATURA

En 1958 abandona la docencia y se dedica sólo a la divulgación de la ciencia. En 1960 publica la voluminosa “Guía de la Ciencia”, en donde recopila la teoría de los descubrimientos científicos y tecnológicos. Después aparecen: “El Cuerpo Humano”, “El Cerebro Humano”, “Enciclopedia Biográfica de la Ciencia y La Tecnología”, “Historia de la Física”, “Una Breve Historia de la Química”, “El Reino de los Números”, “Grandes Ideas de la Ciencia” y, en 1968: “Opus 100”, su libro cien.

En 1966 recibe el Premio Hugo, por la trilogía “Fundación”, considerada la mejor serie de todos los tiempos.

En los 70 publica: “Historia de la Energía Nuclear”, “Los Lagartos Terribles”, “El Electrón es Zurdo”, “Cien Preguntas Básicas Sobre la Ciencia”, “Historia del Telescopio”, “Los Propios Dioses” y “El Universo”, una recopilación de artículos publicados de 1969 a 1971.

En los 80 se reeditó “La Nueva Guía de la Ciencia”, “Presente, Pasado y Futuro”, “Los Límites de la Fundación”, “Historia Universal en 14 tomos”, “Guía de la Biblia” en dos tomos y “Opus 200”.

Como se imaginará el lector, es imposible nombrar todos sus artículos, ensayos y libros.

EL ADIÓS

En su obra de crítica, “Mente Errabunda”, Asimov escribió: "Un buen día de los años 60, mi padre Judah hojeó un libro de divulgación científica, estaba intrigado. -Isaac, -me preguntó,- -¿en dónde aprendiste esto?... -de ti papá, -le dije. -¿De mí? Yo no sé nada de esto ... -Papá, -respondí, -tú me enseñaste a valorar el saber ... lo demás son detalles”.

El lunes 6 de abril de 1992, hace 30 años, se detuvo su reloj biológico. Su prodigiosa memoria compuesta por billones de unidades de información almacenada durante 72 años, terminó su ciclo. Como él decía, fuimos diseñados para morir.

Como reveló su segunda esposa, Janet, la salud de Asimov se deterioró a raíz de una transfusión de sangre en 1982, contaminada con el virus del VIH, causante del sida. En aquellos años era una enfermedad nueva y desconocida. Resulta triste, que quien soñara con robots y el conocimiento para todos, muriera por ignorancia del momento.

Lo más triste de la vida actual es que la ciencia gana en conocimiento más rápido que la sociedad en sabiduría”. Isaac Asimov


El Sol de México (Germán Martínez Hidalgo)


"EL GATO QUE AMABA LOS LIBROS" (Sosuke Natsukawa, 2022)



    El gato que amaba los libros” nos recuerda a esos cuentos que leíamos de pequeños en los que el protagonista corría innumerables aventuras. Aquí, el joven Rintaro, heredero de una pequeña librería de segunda mano a la muerte de su abuelo, es acompañado por Tora, un gato sabio e ingenioso, con la delicada misión de salvar los libros que están en peligro de desaparecer. Juntos pasarán por varias pruebas que harán cambiar la vida de Rintaro de forma definitiva.

El argumento, los diálogos y la forma en que se narra la historia hacen de esta novela una delicia para el lector a la vez que le hace reflexionar sobre temas importantes como la lectura fácil, los libros destinados al consumo, y el placer de la lectura sosegada y tranquila.

Como podemos leer al principio de la novela “Los libros tienen poder. Si lees muchos de ellos, tendrás un montón de amigos con los que podrás contar siempre”. Descubrir ese poder y encontrarse con esos viejos amigos son una de las claves de esta fábula que ha de saborearse poco a poco como los buenos vinos.

Rafael Guillén

Sobre el autor

Sosuke Natsukawa (Japón, 1978) es médico y escritor. Con más de tres millones de ejemplares vendidos de sus novelas, ha sido galardonado con el Premio de los Libreros de Japón y el Premio Shogakukan de Ficción. El gato que amaba los libros lo ha confirmado como autor best seller en Japón y se ha convertido en su carta de presentación para los entusiastas editores de más de treinta países.

Ficha Bibliográfica:

Título: El gato que amaba los libros

Autor: Sosuke Natsukawa

Editorial: Grijalbo

Año: 2022

Páginas: 256

domingo, 3 de abril de 2022

CENTENARIO DEL NACIMIENTO DEL POETA JOSÉ HIERRO

 

José Hierro, (Madrid, 3 de abril 1922 - 21 de diciembre de 2002) ocupa una posición tan destacada como difícilmente clasificable en la literatura de la posguerra. Su poesía, a la vez intimista y testimonial, es apreciada como uno de los valores más consolidados de la lírica española contemporánea.

Tenía dos años cuando su familia se trasladó a Santander, donde transcurrió la infancia del poeta. Sus versos de juventud aparecieron en diversos medios afines al frente republicano. Acabada la contienda civil sufrió cuatro años de cárcel que marcaron su trayectoria vital y tuvieron fiel reflejo en su producción poética. En 1942 formó parte del grupo fundador de la revista Proel y en 1947 publicó sus dos primeros libros: Tierra sin nosotros, en el cual describe mediante metáforas otoñales el panorama de un país en ruinas, y Alegría, contrapartida del anterior porque a través de una exaltación vitalista proclama la necesidad de la esperanza, sin abandonar totalmente un cierto tono pesimista y amargo.

Esta visión se convirtió en escepticismo y padecimiento existencial en sus siguientes obras, Con las piedras, con el viento (1950) y Quinta del 42 (1952). La década del cincuenta la consagró a escribir composiciones de mayor calado social, si bien, a diferencia de sus coetáneos, nunca dejó de preocuparse por las cuestiones formales, como puede observarse en Cuanto sé de mí (1957).

En el prólogo a la antología completa de sus poemas, publicada bajo el título Cuanto sé de mí, 1974, el autor distinguió entre dos tipos de composiciones: las "crónicas", que tratan el tema poético de modo directo y narrativo pero con un ritmo y una emoción velados, y las llamadas "alucinaciones", de tono más hermético, en las que se funden el recuerdo y la imaginación, a veces con elementos surrealistas. Entre los dos extremos, el del intimismo y el de la voluntad testimonial, se desarrolla en su poesía una tensión dramática que se manifiesta también en la relación entre tales extremos, si bien las vicisitudes personales se transforman casi siempre en colectivas, dado que el poeta, como hombre sujeto a la temporalidad, comparte con los demás una serie de problemas y, más aún, una época particularmente difícil.

En consecuencia la poesía, ya sea desde el punto de vista personal, ya colectivo, debe constituirse en el instrumento clarificador del mundo. En este sentido, el tiempo se impone como una constante de la poesía de José Hierro: a través de la memoria, el poeta recupera, en su esencia, tópicos como el de la juventud, la amistad, la tierra de Santander, el mar o la naturaleza. La euforia y la dulzura del recuerdo permiten, al superar la frustración del presente, la apertura a la gran pasión por la vida que recorre su obra, en la que participan también la realidad inmediata y el análisis introspectivo.

En cuanto a la forma, Hierro es un poeta que prefiere la expresión austera y simple, que no suele recurrir a metáforas ni utilizar un léxico complejo; en realidad, no cree tanto en la belleza de las palabras como en su "oportunidad", es decir, en su adecuación al entorno poético. Prefiere pues, el uso de vocablos sencillos, incluso cotidianos, pero reforzados en su significado por el contexto poético. En lo que se refiere a la métrica, muestra una gran variedad en un abanico que se abre a diferentes modelos de estrofas, incluido el verso libre.

Sus inquietudes estéticas se manifestaron y culminaron en Libro de las alucinaciones(1964), donde la adjetivación cromática, los elementos mágicos y el cuidado por la imagen tienden a apresar "lo imposible", según afirmación del autor, y rompen definitivamente con las categorías espaciales y temporales para desentrañar los elementos más ocultos del poema. Tras un dilatado silencio publicó Agenda (1991) en 1998 Cuaderno de Nueva York, poemario de signo narrativo repleto de ternura y tensión lírica. Vio reconocida su labor con importantes premios como el Príncipe de Asturias (1981) y el Cervantes (1998).

             Biografía de José Hierro (biografiasyvidas.com)

A continuación transcribimos uno de los poemas de su libro "Alegría" (1947):

El buen momento

Aquel momento que flota
nos toca de su misterio.
Tendremos siempre el presente
roto por aquel momento.

Toca la vida sus palmas
y tañe sus instrumentos.
Acaso encienda su música
sólo para que olvidemos.

Pero hay cosas que no mueren
y otras que nunca vivieron
y las hay que llenan todo
nuestro universo.

Y no es posible librarse
de su recuerdo.


LAS ALAS (Carmen Soto)

 

LAS ALAS

Yo no soy celoso. La prueba es que nunca pretendí que Marian solo estuviese pendiente de mí. Me parecía bien que saliera alguna vez con sus hermanas, que hablara todos los días con su madre, que se tomara una cervecita con sus colegas… pero hay cosas a las que nunca le encontré sentido y que fueron los verdaderos obstáculos en la convivencia.

Marian prescindía con facilidad de las cosas que no necesitaba, pero no las tiraba, reconozco que tenía mucha habilidad para que llegaran hasta las personas que le pudieran dar buen uso. Yo admiraba tanto esa capacidad, como odiaba su deseo de mantener a su lado sus “vivencias”. Así llamaba ella a fotos, piedras, piezas artesanales… que tenían para ella un valor sentimental. Porque, joder, yo no soy celoso, pero es que esas “vivencias” las había vivido con otras personas, muchas veces con otros novios.

Ahí nunca nos pusimos de acuerdo, yo siempre le decía que había que dejar el pasado atrás y que si ella se empeñaba en guardar cosas era porque mantenía sentimientos hacia las personas y los sitios anteriores. Marian, al principio de nuestra relación me argumentaba muchas veces que cada uno es lo que es precisamente por lo que ha vivido, que donde se ha puesto el alma es donde se ha vivido de verdad, y que por eso sus “vivencias”, tenían tanto valor para ella, eran parte de su vida. A mí, lógicamente todo aquello me parecían cursiladas de novelita rosa.

Poco a poco, muchas veces sin intención, fui haciendo desaparecer aquellas piezas. Creo que Marian nunca sospechó ni temió que yo tuviera algo que ver con aquellas desapariciones, porque nunca se enfadaba conmigo cuando se perdía o se rompía algo. Pero, no sé por qué, se ensimismaba. Bueno no se ensimismaba, se ponía a hablar con Keta, no sé si era por una necesidad suya o para fastidiarme, porque Keta no era una “vivencia” más, era una “vivencia” viva.

A Keta lo trajo de Costa Rica un novio de Marian que había estado allí cumpliendo una misión de observador internacional. Se supone que un individuo que lleva esa tarea debe tener una conducta intachable ¡no?, pues no, no la tenía. Cuando terminó su misión en Costa Rica se trajo el loro sabiendo que es una especie protegida y que están prohibidas sus ventas y la salida del país. Lo consiguió con la ayuda de un veterinario corrupto, que le dio la medicación y los consejos adecuados para que Keta hiciera todo el vuelo intercontinental dormido.

Marian me contó varias veces cómo había conocido a Keta: “Traía las alas cortadas, era la primera vez que se las habían cortado. Su despertar hubiera sido más lento si no hubiese extrañado todo lo que le rodeaba. Keta, atemorizada, intentó volar, pero su aletargamiento y el tamaño de sus alas hicieron que cayera al suelo. La recogí y la tuve entre mis manos y mi cuello y así, cobijada, estuvo un rato, el tiempo que Keta tardó en despertar y observar el nuevo mundo al que había llegado. Creo que esos momentos determinaron nuestra relación”.

Eso me lo contó Marian muchas veces, creo que lo que pretendía era que yo entendiera la relación entre ella y el dichoso loro. Bueno, esa es otra cuestión, porque a mí me molestaba llamarlo por su nombre y tampoco me acordaba que era hembra. Ni una sola vez que yo dijera loro, dejaba Marian de aclarar que era lora o que se llamaba Keta.

La primera vez que vi al loro me sentí extraño. Marian le dijo: “Keta este es Tomé, y ahora dile tu cómo te llamas. ¿Cómo te llamas, Keta?” el loro dijo “Keta”. A mí me hizo gracia y solté una carcajada. Keta repetía la carcajada tan igual a la mía que parecía que yo me había reído varias veces. Me desconcertaba cuando miraba a la persona que hablaba como si siguiera la conversación. De vez en cuando repetía las últimas palabras.

Hasta que no comencé a convivir con Marian, no fui consciente de todo el espacio que ocupaba aquel bicho. Marian lo tenía todo preparado para que él pudiera desplazarse por la casa sin tener que estar siempre en el suelo, a veces colocando un palo entre dos muebles o soportes un tanto distantes, o aproximando objetos para que él pudiera llegar a los sitios dando pequeños saltitos. A veces se caía porque instintivamente iniciaba el vuelo.

He vivido con Marian cerca de dos años, al principio me esforzaba por aceptar al loro como el que acepta a un perro y sabe que el papel que le toca es secundario porque el perro ya tiene y reconoce a su amo. Algunas veces lo cuidé, procurando que no le faltara el agua o ayudando a que le recortaran las alas; había que cuidar que no saliera volando por la ventana y se perdiera.

Últimamente se había acostumbrado a no volar y no lo intentaba siquiera. Yo no me había dado cuenta, ¡qué sé yo de loros!, yo no distinguía si tenía las alas largas o cortas, todavía si hubieran tenido distinto color en la punta… pero no, eran verde. Verde desde el comienzo hasta el final. Marian, bajando mucho la voz, casi en un susurro para que el loro no la oyera, me dijo: “Keta” tiene las alas largas, pero ella no lo sabe”. No servía de nada que yo le razonara que un loro no comprende lo que oye, que solo lo repite.

Según fue pasando el tiempo y fui viendo la relación entre Marian y el puto loro, cada vez me sentía más incómodo. No podía soportar oír a Marian el relato de su llegada, los primeros momentos que pasaron juntos. Además, de todas las “vivencias” que había en la casa, el loro era la más significativa y la más difícil de eliminar. Pero yo delante de Miriam siempre hacía como si me llevara bien con el loro.

Hace unos días le dije a Marian que convenía recortar las alas de Keta porque va haciendo calor y cada vez es más frecuente que dejemos las ventanas abiertas. Marian estuvo de acuerdo y dijo que esta vez iba a aprovechar que tenía revisión con el veterinario para que él mismo lo hiciera, porque a ella cada vez le “dolía” más molestar a Keta. Tengo que reconocer que cuando volvieron, el loro estaba radiante, como recién salido de un salón de belleza. Por un momento pensé que si le “pasara algo” lo echaría de menos.

Cuando Miriam hace turno de tarde, es de noche cuando vuelve. Ese es el turno que peor lleva el loro, hace verdaderos esfuerzos para esperarla despierto, pero se le nota el cansancio. Era el mejor momento… Parecía que el puto loro sabía mis intenciones, me evitaba. ¡Por fin! Conseguí cubrirlo con un gran trapo, y teniéndolo así, inmovilizado, salí a la terraza. Todas las luces de la casa, un quinto piso, estaban apagadas. Reteniendo el trapo, lancé el loro con todas mis fuerzas al suelo de la calle, entré inmediatamente en el salón y me dispuse a hacer como si estuviera ocupado con el ordenador. Tenía el oído puesto en los sonidos que pudieran venir del exterior. Nada.

Sonó el móvil, por la sintonía supe que era Marian, pensé que debía mostrarme natural y cariñoso, pero no me dio esa oportunidad “¡Sal de mi casa para siempre!”, -me dijo.

No supe qué pasaba hasta que distinguí las dos voces:

    - Estamos en el portal de la casa, cuando subamos, cuando lleguemos, quiero que tú no estés.

    -  ¡puto loro, puto loro, puto loro!

    -  ¡Ah, y que sepas que a Keta no le habían cortado las alas!”


                Carmen Soto (Del libro "Ruiseñores y otros relatos")

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