LOS LIBROS DE CLARAS MUJERES EN EUROPA
TRADICIÓN HUMANISTA DE VIDAS ILUSTRES
El humanismo resucitó las tendencias literarias del mundo clásico, al que tomó como modelo. Entre estos antecedentes rescatados del mundo clásico estuvo la escritura de vidas ilustres, género que contó en la Antigüedad con significados ejemplos, como las «Vidas paralelas» de Plutarco, las «Vidas de los doce césares» de Suetonio o «De viris illustribus», del mismo autor, que es la obra que, de alguna manera, dio nombre al género.
Las vidas ilustres constituyeron uno de los tópicos de la literatura romana en la línea del tropos retórico del exemplum, es decir, con la finalidad didáctica y moralizadora de ofrecer unos ejemplos de vida a imitar. También a lo largo de la Baja Edad Media hubo representaciones culturales de esta tradición en forma de galerías de varones ilustres, en particular los llamados Nueve de la Fama, representados en esculturas y tapices, y que fueron considerados como los máximos representantes del ideal de caballería de la época. En el ámbito religioso, también se cultivó esta tradición, como lo atestigua «De viris illustribus» de san Jerónimo, escrito a finales del siglo IV, donde se recogían las vidas de ciento treinta y cinco ilustres varones de la Iglesia, desde san Pedro hasta el propio san Jerónimo. San Jerónimo se fijó en vidas de hombres insignes en virtudes morales desde el punto de vista cristiano, dando gran importancia a la cantidad de obra escrita que aquellos dejaron. Otro libro de similares características, aunque de menor repercusión, fue el escrito por Ildefonso de Toledo.
Es decir, la tradición clásica ponía el acento en los valores cívicos y culturales; la medieval, en cambio, lo haría en los morales. Ambos precedentes serán la inspiración de los autores humanistas que escriben sobre vidas ilustres.
Este género literario respondía a los gustos del modelo pedagógico del Renacimiento, que puso en marcha los studia humanitatis, a través de los cuales se recuperan, en gran medida a través de las copias que llegan desde Bizancio a Venecia, muchos autores del mundo clásico que habían dejado de leerse y estudiarse, o que habían quedado diluidos por la lectura moralista que de ellos se había hecho durante la Edad Media. Estos studia humanitatis se ponen en marcha en las nuevas universidades que surgen en la época, como la de Alcalá de Henares, y suponen una gran novedad respecto a las asignaturas del escolasticismo imperante en las universidades antiguas como la Sorbona, Bolonia o Salamanca, en las que se seguía el modelo aristotélico-tomista, que primaba las disciplinas donde se había concentrado la doctrina de las autoridades: teología, filosofía moral y natural, derecho, sobre todo el canónico, y artes liberales como la medicina, y en donde las clases consistían en comentar las autoridades. Las humanidades, en cambio, introducen una pedagogía a base de ejercicios prácticos sobre textos antiguos relacionados con el universo del ser humano y sus problemas: ética, política, retórica, lingüística, gramática, lenguas clásicas, poesía; en definitiva, autores que hablaban de la experiencia humana y los asuntos mundanos.
La tradición literaria de vidas de varones ilustres experimentó una renovación en esta época. Se tomó el modelo literario del mundo antiguo, pero, al igual que sucedió con otras temáticas, incorporando novedades propias de su tiempo. Las vidas ilustres van a convertirse en una representación cultural muy extendida ya desde el siglo XIV a partir del «De viris illustribus» de Petrarca. Esta obra de Petrarca se estructuró como notas biográficas sintéticas de políticos, escritores o militares del mundo antiguo, junto a personajes bíblicos o héroes legendarios1. Eran vidas que interesaban porque proponían como modelo a un personaje público, del que se ensalzaba la dimensión ejemplar de su existencia, lo que los convertía en arquetipos de conducta y ejemplos de ciudadanía. Se construye así un modelo de honor basado en la virtud, fundamentado en las hazañas y gestas llevadas a cabo. Así, se destacaban comúnmente comportamientos abnegados, gestos de sacrificio, pero también, en ocasiones, eran mencionados defectos y rasgos de carácter poco elogiosos del personaje, ya que todo ello servía para explicar su comportamiento.
La tradición renacentista de vidas ilustres se cruzó con otra muy cultivada en la época, la hagiográfica. Esta última comenzó como género a mediados del siglo XIII con la «Leyenda áurea» de Jacobo de La Vorágine. En cierto modo, las vidas de los santos también cobraron una dimensión pública, ya que sirvieron para consolidar acciones políticas, como la conquista de un reino o la fundación de una ciudad con la intervención y mediación espiritual de un santo. Las vidas de santos, tal y como se cultivaron en la Edad Media, ponían el acento en el milagro y la leyenda. Pero será a partir del Renacimiento y del concilio de Trento cuando se cultive con un cierto criterio historicista que pretenda depurar y desterrar lo legendario, para reivindicar la santidad frente a las críticas a la veneración de los santos que esgrimían las iglesias protestantes.
Estas vidas de santos o Flos sanctorum, como se conocieron en su tiempo, llegaron a tener gran riqueza informativa. En el Renacimiento, siguiendo el sentir de la época, las vidas de santos pusieron más el acento en la dimensión humana del santo en cuestión más que en el milagro. Es un género que se seguirá cultivando con profusión durante el Barroco, atendiendo a las necesidades espirituales de su momento.
La eclosión del género de viri illustres, como producto de la síntesis de la tradición clásica y la hagiográfica, no se produjo, sin embargo, hasta el siglo XVI a partir de la obra del humanista, médico, historiador y biógrafo italiano Paolo Giovio, el cual seleccionó sus personajes en función de su oficio, pues dedicó una obra a los hombres de letras, «Elogia virorum litteris illustrium» (1546), y otra a hombres destacados en el arte de la guerra, «Elogia virorum bellica virtute illustrium» (1575). 2
En Italia, Giorgio Vasari dio un paso más en el género con su obra «Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos» (1550), creando un subgénero fundamental en la historia del arte, el de las vidas de artistas. A pesar de habérsele achacado escasa fiabilidad en cuanto a comprobación de lugares y fechas, Vasari consigue darle a los pensamientos de los pintores una relevancia que los sitúa al nivel de la narración de vidas políticas, en lo que muestra un gran sentimiento de orgullo por los cultivadores de su oficio y gran conciencia de la tradición pictórica y literaria italiana.
En los reinos españoles, el género cobró impulso desde el siglo XV, siendo varios los autores que lo cultivaron. Son dignos de destacar «Claros varones de Castilla» (1486), de Fernando del Pulgar, donde se traza la semblanza de 24 personajes de la corte de Enrique IV, o «Generaciones y semblanzas» (1450-55), de Pérez de Guzmán. En la misma línea, el pintor Francisco Pacheco, suegro de Velázquez, escribió el «Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones», escrita entre 1599 y 1637.
Una de las obras más significativas fue «De virorum doctorum», publicada en 1572, obra de Benito Arias Montano, humanista muy versado en lenguas antiguas, en la que plasma 44 retratos con sus correspondientes grabados, realizados por el impresor Philips Galle, donde recoge la vida, entre otros, de los principales humanistas (Tomás Moro, Luis Vives, Erasmo, o el propio Arias Montano), autores italianos (Dante, Boccaccio, Petrarca) o incluso el papa Adriano VI. Hay una imitatio respecto al modelo petrarquiano, una voluntad de emulación, pero también de superación. En cuanto a la estructura formal, sigue plenamente el modelo emblemático puesto de moda a partir del «Emblematum liber» de Alciato, ya que se combinan texto, poesía e imagen para glosar un lugar común relativo a un personaje, sintetizado en el mote. Sus principales innovaciones, en cuanto a los personajes tratados, son el hecho de que muchos de los retratados eran contemporáneos del autor, así como el carácter internacional de la muestra.
LAS CLARAS MUJERES
Una variante del género de vidas ilustres fueron los libros de claras mujeres, siguiendo igualmente el modelo clásico de «Mulierum virtutes» de Plutarco, que ya había defendido en su obra que «una y la misma es la virtud del hombre y de la mujer». Esta tradición se retomó en los albores del humanismo con «De claris mulieribus», de Boccaccio, obra escrita en la segunda mitad del siglo XIV, donde el autor recogió ejemplos de vidas femeninas en las que se destacaban muy diversos aspectos.
En general, son modelos de virtud femenina desde el punto de vista de sus cualidades morales, pero también figuran algunas mujeres destacables por su conocimiento o vida civil, e incluso por su maldad, atrevimiento o audacia, como pueden ser Medea o Semíramis; cualidades estas últimas negativas para la mujer en su época, pero que quedan dignificadas a través del tratamiento que de ellas hace el autor. De hecho, muchos de estos últimos aspectos fueron matizados en la traducción al romance que de la obra se hizo, editada en Zaragoza en 1494.3 Ya muchas de las historias del «Decamerón» estaban ubicadas en escenarios históricos, por lo que eran ambientes que Boccaccio conocía bien. El autor es muy sensible a la condición humana, a sus virtudes y defectos, aspecto que destaca en esta última obra. «De claris mulieribus» debió gozar de un cierto éxito, a la vista de las muchas bibliotecas de la época moderna en las que aparece consignado.
La modernidad de la obra de Boccaccio está en considerar a las mujeres como sujetos de interés, cuya vida merece ser contada al igual que la de los hombres, además de en el tratamiento que de ellas hace. Sin embargo, en la obra se comprueba que el mayor elogio que el autor puede concebir para una mujer es que tenga un espíritu viril. No hay que olvidar que estamos ante una sociedad misógina, misoginia que aparece reflejada en las fuentes en general y en particular en los escritos de los pensadores que se tomaron como modelo de estudio en la Edad Media, Aristóteles 4 y san Agustín 5, que retratan al género femenino como seres volubles y poco fiables, sometidas al varón por su inferior condición, además de fuente de tentaciones. Sin embargo, hay contradicciones en el tratamiento dado a la mujer en la obra de Boccaccio: simultáneamente a la escritura de «De claris mulieribus» compuso otra obra, «Casibus virorum illustrium», su correspondiente masculino, en el que, por el contrario, realiza un tratamiento misógino de la figura de la mujer, más acorde con la tradición cultural de su tiempo.6
En su obra dedicada a las claras mujeres, sin embargo, pretende mostrar cómo la virtud ha logrado vencer a los pobres dones que la naturaleza ha concedido a las mujeres. Se trata, pues, de mujeres que han destacado por su aplicación, esfuerzo y superación y que, incluso aunque algunas de ellas no hayan tenido vida edificante, ha quedado de ellas su fama en la historia y eso ha tenido que ser por la razón de que han sido, de alguna manera, excepcionales en su devenir en el mundo. Pero para comprender tanto las contradicciones de la obra boccacciana como el estado de la cuestión en que se inscribe, es necesario hacer primero una breve reflexión sobre las certezas imperantes en el mundo medieval al respecto de la mujer, y que eran, en general, hostiles hacia esta.
A lo largo de los siglos XIII y XIV, se desarrolló una corriente literaria, basada en el escolasticismo, fundamentalmente en Francia e Italia, dedicada a denostar a la mujer. Esto provocó, desde finales del siglo XIV y a lo largo de toda la Edad Moderna, que surgiese un debate literario y académico conocido como la querella de las damas, en el marco del cual se escribieron textos a favor y en contra de la virtud de la mujer, su capacidad intelectual y acceso a la educación, y su participación en la vida pública. No olvidemos que los más ínclitos humanistas como Erasmo o Luis Vives, escribieron acerca de la imbecilitas de la mujer y defendieron el que su educación no podía tener más objetivo que el de criar hijas y esposas sumisas, recomendando para las mujeres el silencio y la sumisión, en la línea de las epístolas de san Pablo7 a Timoteo o a los Corintios. De esta manera, la obediencia y sujeción de la mujer al marido se convertía en cuestión de ley divina.
En el siglo XV hubo abundante literatura que trató las virtudes y defectos de la mujer, tanto siguiendo la tradición anterior, como en un sentido más favorable al género femenino. Aunque no faltaron exponentes misóginos, se puede decir que en España triunfó, por su mayor producción, la versión profeminista de la polémica, hecho que Lola Pons explica por tratarse en su mayor parte de autores letrados pertenecientes a la nobleza e imbuidos de la visión del amor cortés.8
En esta línea, encontramos en España varias obras de defensa de las mujeres, como la «Defensa de virtuosas mujeres» de Pedro de Valera, «Triunfo de las mujeres» de Roís de Corella o el «Jardín de nobles doncellas» de Martín Alonso de Córdoba. También Alonso de Cartagena se ocupó de la cuestión; si bien se le atribuye un «Libro de las mujeres ilustres», recientes estudios han demostrado que se trata de una falsa atribución,9 aunque el autor sí se ocupó de la cuestión en la respuesta a la IV cuestión planteada en su «Duodenarium», donde proporciona varios ejemplos de virtud femenina.10
Pero la obra cumbre en el género en Castilla será la del condestable don Álvaro de Luna, «Virtuosas e claras mugeres», escrita en 1446. El enfoque de este autor es distinto al boccacciano, en cuanto que toma como modelos mujeres que destacan en la medida en que son buenas esposas y buenas madres. Álvaro de Luna estructura su obra en tres libros y las figuras de mujer recogidas en su obra en cuatro categorías: santas, mujeres con el don de la profecía, reinas y mujeres enseñadas. Sigue el tópico de la época de justificar por qué se escribe argumentando que lo hace para que las vidas de estas mujeres no caigan en el olvido.
«El primero tracta de las virtudes e excelencias de algunas claras e virtuosas e santas mugeres que fueron desde el comienço del mundo e so la ley divinal de escritura fasta el avenimiento de Nuestro Señor, en el qual libro se faze especial e primera mención de la santíssima Nuestra Señora santa María. El segundo libro fabla de las claras e virtuosas mugeres así romanas como otras del pueblo de los gentiles que fueron e bivieron so la ley de natura e non ovieron conoscimiento de la ley de escriptura nin de la ley de gracia. El tercero e postrimero libro tracta de algunas muy virtuosas e santas dueñas e donzellas del nuestro pueblo católico cristiano que fueron so la nuestra muy santa e gloriosa ley de gracia».
En los preámbulos de la obra esgrime una serie de argumentos probatorios que constituyen una curiosa defensa de la condición femenina, inusual para la época: los vicios no vienen a las mujeres por naturaleza, sino por costumbre, es decir, por cultura, y no les vienen en mayor medida que a los hombres. Igualmente, hace una explicación de la visión de la mujer en el mundo antiguo, refutando las ideas de los gentiles, con objeto de restablecer la dignidad por naturaleza de la mujer, además de refutar el argumento del pecado original, que servía como justificación última del tratamiento dado a la mujer en la época. Álvaro de Luna sustenta su defensa de la mujer con el razonamiento, puesto de relieve a través de su libro, de que en ninguna época Dios ha negado a la mujer la posesión de virtudes morales y conductas santas.
Al objeto de poner este punto de relieve, muestra una galería de mujeres que saben anteponer sus valores y resistir en circunstancias adversas, pese a partir de la situación de desventaja en que las coloca la debilidad de su sexo, por lo que suponen modelos de superación a costa de vencer su propia naturaleza, lo que las convierte en ejemplos de conducta.
El género se cultivó a lo largo de toda Europa. En Inglaterra encontramos el poema narrativo de Geoffrey Chaucer, «La leyenda de las buenas mujeres», que, si bien fue considerada durante mucho tiempo una obra menor del autor, los estudios de Robert Frank pusieron de manifiesto cómo constituyó un paso fundamental hacia la que sería su obra más conocida, los «Cuentos de Canterbury», escrita casi a la par y con la que comparte recursos narrativos.11 «La leyenda de las buenas mujeres» está inspirada en las «Heroidas» de Ovidio.
En Francia, Christine de Pizan escribirá su obra «La ciudad de las damas» (Le livre de la cité des dames), finalizada en 1405, concebida en forma de alegoría de ciudad construida para servir de refugio a las mujeres virtuosas, en la que se alojan ilustres personajes históricos femeninos. Las virtudes de cada una de ellas constituyen los cimientos, muros y edificios de la ciudad. A lo largo de la obra, van apareciendo estas mujeres a través de los diálogos mantenidos entre la autora y tres figuras alegóricas: Razón, Derechura y Justicia. Esta obra se enmarca en la querella de las damas y tiene como objeto desmontar los argumentos misóginos y moralizantes esgrimidos por sacerdotes y poetas que despreciaban a la mujer. Christine de Pizan emplea, entre otras, la misma argumentación de Álvaro de Luna: que es difícil sostener que, de creer a dichos autores, Dios hubiese creado un ser que fuese depositario de todos los vicios y males. La autora hace mucho hincapié en la importancia de la educación femenina, para lo cual se pone a ella misma como ejemplo, además de defender el derecho de las mujeres a no ser maltratadas ni calumniadas.
«Estos hombres que acusan a las mujeres de debilidad ¿Acaso son tan valientes en la vida diaria que nunca flaquean ni cambian de parecer?, porque, si a ellos les falta firmeza, ¿no es vergonzoso exigir a los demás lo que uno no tiene?»
Desgraciadamente, la obra de Christine de Pizan no se imprimió en Francia durante la Alta Edad Moderna y, por lo tanto, no gozó de la misma repercusión que la de Boccaccio, en la que se inspiraron la mayoría de los autores modernos, a pesar de ser superior a esta en términos de construcción literaria, ya que la obra boccacciana carece de argumento narrativo y se limita a ser una mera recopilación en orden cronológico.
También en Francia y de autoría femenina, encontramos «Les dames illustres ou par bonnes & fortes raisons, il se prouve que le sexe feminin surpasse en toutes sortes de genres le sexe masculin», escrito en 1665 por Jacquette Guillaume y dedicado a mademoiselle d’Alençon, verdadero tratado de feminismo, en el que, como su título indica, la autora va a dedicarse capítulo por capítulo a demostrar de qué manera el sexo femenino es superior en todo al masculino, utilizando para ello ejemplos de mujeres ilustres antiguas y modernas. La autora parte de la afirmación de que, al igual que en otras cosas Dios comenzó la creación por lo más abyecto y terminó por lo más noble, así creó primero al hombre y después a la mujer; de manera que cuando creó al hombre no dijo nada, pero cuando creó a la mujer dijo «Voilà qui est bien». Constata, además, cómo el hueso, con el que creó a Eva, es un material más noble y resistente que el barro con el que modeló a Adán.
En la misma línea de defensa de la condición femenina, encontramos en el país vecino «Vie des femmes célèbres», de Antoine Dufour (1504); el poema «Palais des nobles dames», de Jean Du Pré, escrito en 1534; «De praecellentia et nobilitate foeminei sexus» de Agrippa von Nettesheim, escrito en 1509 y dedicado a Margarita de Borgoña, que defiende igualmente la superioridad de la mujer sobre el varón y da argumentos de por qué una mujer puede gobernar una nación, «La Nef des dames vertueuses» (1503) de Symphorien Champier, «La galerie des femmes fortes» (1647) de Pierre Le Moyne o «Le cercle des femmes sçavantes» (1663) de Jean de La Forge. Todos estos libros, dedicados a mujeres de la alta aristocracia, tenían como objeto, además de loar las virtudes de mujeres de tiempos pasados y modernos que se proponían como exempla, el de ilustrar las virtudes de aquella a la que iban dedicados.12
En líneas generales, se observa en los autores franceses, en relación al caso español, una mayor producción y combatividad en relación a la defensa de la mujer, como correspondía a encuadrarse la mayor parte de los textos en el marco de la querella de las damas.
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1. Como curiosidad, entre los 35 personajes recogidos en los dos libros
de los que se compone la primera versión de la obra, y a pesar del
título (viris), Petrarca incluye la vida de una mujer,
Semíramis.
2. DURÁN GUERRA, LUIS, Imagen del humanismo: el retrato de hombres
ilustres en Arias Montano, Erebea Revista de Humanidades y
Ciencias Sociales Núm. 3, 2013, pp. 329-360.
3. DÍAZ-CORRALEJO, V., Cuadernos de Filología Italiana, La
traducción castellana del De mulieribus claris, ISSN:
1133-95272001, nº extraordinario, p. 241-261.
4. Así en la Política podemos leer: «El macho es por
naturaleza superior y la hembra inferior; uno gobierna y la otra es
gobernada; este principio de necesidad se extiende a toda la
humanidad» (1254b13-15); asimismo, otro pasaje es el que se afirma
que la mujer tiene función deliberativa, pero desprovista de
autoridad (1260-a).
5. En Quaestiones in Heptateuchum 1,153. CCL 33,59: «Hay también
un orden natural en los seres humanos, de modo que las mujeres sirvan
a sus maridos y los hijos a sus padres. Porque también en esto hay
una justificación, que consiste en que la razón más débil sirva a la más fuerte.
Hay, pues, una clara justificación en las dominaciones y en las
servidumbres, de modo que quienes sobresalen en la razón,
sobresalgan también en el dominio».
6. Un tratamiento contrario a la mujer se encuentra también en otras
obras de Boccaccio. Así, en el Decamerón («Somos volubles,
alborotadoras, suspicaces, pusilánimes y miedosas», dice Pampínea
al principio del Decamerón y le responde Elisa: «En verdad los
hombres son cabeza de mujer y sin su dirección raras veces llega una
de nuestras obras a un fin loable», primera jornada, Pilar Gómez
Bedare (ed.), Siruela, Madrid 1990, pág. 17.) y también en el
Corbaccio. El propio mosén Diego de Valera reprocha a
Boccaccio en su «Defenssa de virtuosas mujeres»: «e después,
olvidada la verguença de ty, escreviste en el tu Corvacho lo que mi
lengua deve callar. ¡O, vergonçosa cosa no solamente para ty, mas
aun para el ome del mundo que menos supiese!, pues cuando yo bien
piensso quánta culpa de aquesto a ti se deva atribuyr, sin duda
fallo ser mucha». (VALERA, ed. cit., p. 59). Aunque Valera sitúe la
escritura del Corbaccio como posterior a De claris
mulieribus, no fue así; la obra es anterior.
7. En palabras del apóstol, el principal papel de las mujeres en el
matrimonio es el de ser «vasos de generación».
8. PONS, LOLA, Virtuosas e claras mugeres de Álvaro de Luna,
Edición, introducción y notas de Lola Pons, Fundación
Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, 2008.
9. HERNÁNDEZ AMEZ, “Mujer y santidad en el siglo XV: Álvaro de Luna
y El Libro de las Virtuosas E Claras Mugeres”, p. 282, que recoge
las opiniones al respecto de Arturo Farinelli y Agustín Boyer. Y
principalmente los trabajos de Federica Accorsi: de Valera, Defensa…,
pp. 56-57. ACCORSI, “La influencia de Alfonso de Cartagena en la
Defensa de virtuosas mujeres de Diego de Valera”, p. 21.
10. n concreto, Lucrecia, Susana y Berenguela: FERNÁNDEZ GALLARDO, L. Y
JIMÉNEZ CALVENTE, T., El Duodenarium de Alfonso de Cartagena,
Córdoba, Editorial Almuzara, 2015.
11. FRANK, ROBERT, Chaucer and the Legend of Good Women, Harvard
University Press, 1972.
12. ABED, JULIEN, Femmes illustres et illustres reines: la
communication politique au tournant des XVe et XVIe siècles,
Questes, revue multidisciplinaire d’études médiévales, Núm.
17/2009.
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