miércoles, 30 de marzo de 2022

ANZUELOS (Rafael Guillén)

 

ANZUELOS

    La tienda de utensilios para pesca del señor Fischer estaba extrañamente vacía ese sábado por la mañana. Luego supe que la mayoría de la gente del pueblo había ido a un festival de música folk que se celebraba cerca de allí. Ya sabéis cómo va esto: cerveza a raudales, carne chamuscada, niños correteando por doquier, padres jugando de nuevo a ser críos... Algo poco motivador para un chico de catorce años recién cumplidos como era mi caso.

    Aprovechando la escasez de público pude plantearle con total libertad al señor Fischer las dudas que me corroían sobre el tema que tenía entre manos. Ni más ni menos que la captura del “General Sherman”: el mayor barbo que vivía en las profundidades del lago Snow, catalogado por los pocos que habían conseguido verlo, como un monstruo verdoso de casi un metro de longitud. Muchos habían intentado pescarlo con toda clase de tretas: lombrices gigantes, cangrejos, maíz...Todo inútil. El pez probaba el cebo algunas veces pero nunca mordía el anzuelo. Parecía como si dijese: “ ¡Eh, estúpidos! Que soy el “General”. Un poco de respeto. Pensáis que con fruslerías como estas podéis atraparme. ¡Imbéciles!”

    El motivo principal que me impulsaba a capturar al gran pez no era otro que Jenny Stuart. Una belleza de mi misma edad que había prometido ser mi novia si conseguía que el “General Sherman” cayese en mis redes. La perspectiva de ir de su mano por el patio del colegio a la vista de todos hacía que ningún obstáculo me pareciera lo suficientemente grande para el éxito de mi proyecto. Sólo me faltaba algo de consejo profesional sobre el tipo de anzuelo adecuado. Y por eso me hallaba allí frente al viejo señor Fischer que me miró con una mezcla de incredulidad y desprecio antes de advertirme severamente.

    — Hijo, ¿esto no será una broma pesada, verdad? Porque si es así y quieres burlarte de un anciano respetable como yo te voy a dar una lección con mi bastón que nunca olvidarás. ¿Quieres sentir cómo acaricia tu trasero, eh? ¿Quieres?

    Me llevó un buen rato hacer comprender al viejo que no pretendía reírme a su costa. Lo logré exponiéndole todos mis conocimientos sobre pesca que mi abuelo John me había ido enseñando a lo largo de los años. Cuando acabé, el señor Fischer me miró con algo de respeto aunque todavía tuvo tiempo de expresar sus dudas acerca de mis posibilidades para capturar al “monstruo”.

    — Muy bien, chico listo. No se puede negar que sabes muchas cosas sobre pesca. Y el anzuelo que te voy a vender es de lo mejorcito del mercado pero hay un aspecto del que no me has hablado y que será fundamental para que pique el pez. ¿Sabes cuál puede ser?

    — ¿De que se trata, señor Fischer?-dije lo más humildemente que pude.

Me miró con condescendencia mientras rodeaba el mostrador y se situaba frente a mi.

    — ¿Y aún lo preguntas? ¡Pues vamos listos! El cebo. El cebo, chaval. Sin el adecuado no pescarás más que algún renacuajo despistado y eso con suerte porque además no te veo con muchas fuerzas para sujetar la caña.

    — ¡Aaah, el cebo! Sí. No hay problema. Lo tengo todo pensado-contesté.

    — Sí, el cebo. ¿Qué mierda piensas poner en la punta del anzuelo? ¿Gachas de avena?-rió con ganas.

    — No, señor. Algo mejor. Algo definitivo que hará que el pez salte a mi red como si nada.

    ¿Ah, sí? ¿Y de qué estamos hablando si puedo enterarme? Me interesaría mucho saberlo-dijo burlón.

    — Es un secreto, señor. Pero si pesco al “General” prometo venir y contárselo.

     Pues si es así, me quedaré sin saberlo toda mi vida. Anda, anda. Coge tu anzuelo y sal ya de la tienda que no estoy hoy para escuchar tantas tonterías.

    Los días siguientes fueron de lo más excitante. Iba cada tarde al lago con mi caña, el anzuelo que me vendió el viejo y una buena dosis de pan de centeno mezclado con azafrán: el cebo secreto que mi abuelo ideara hacia ya muchos años y que tan buenos resultados le dio siempre. Picaron algunos buenos ejemplares pero no vi ni por asomo rastro del que a mi me interesaba.

    Día tras día siempre sucedía lo mismo hasta que decidí variar mi rutina. No sabría decir que fue lo que me impulsó a ir al lago justo antes de amanecer, pero no cabe duda de que fue una magnífica idea. Sentado sobre una enorme piedra casi circular en la orilla sur encendí un cigarrillo. Apenas hacerlo percibí difusamente una sombra en la superficie del lago. Empezó a moverse en círculos, al principio lentamente y luego más rápido hasta que de improviso una enorme cabezota con largos bigotes emergió del agua. No había duda. Estaba ante el “General Sherman” en persona.

    Lancé a toda prisa la caña y me pasé la hora siguiente en una lucha denodada con el pez. Cuando ya parecía que lo tenía en mis manos, el muy puñetero se las arreglaba para escabullirse tras las rocas del fondo. Así una y otra vez como si ambos ejecutáramos una danza sincronizada. Pero pronto empecé a notar que el “General” tiraba del sedal con menos fuerza hasta que al cabo de unos minutos supe que pronto lo tendría en mi red. Cuando ya fue mío dediqué unos momentos a observarlo con atención y respeto. Había sido un buen contrincante y le debía al menos eso. Luego lo metí en la red y salí disparado hacia la casa de Jenny. Mi premio me esperaba.

    Jenny se hallaba en el columpio de la entrada de casa balanceándose a buen ritmo. Parecía muy contenta. Pero no estaba sola. A su lado, dándole impulso, había un tipo alto y fuerte de unos veinte años al que me presentó como su primo Jim. Nos estrechamos las manos con fuerza y algo de desconfianza. Jim reparó en la red que sostenía a duras penas en mi mano derecha.

    —¿Qué demonios llevas en esa red?

    — Si, Phil, dinos, qué llevas ahí-preguntó Jenny.

    —¡Es el “General Sherman”, Jenny! Lo acabo de capturar hace un rato. ¡Mira qué preciosidad!

    Jenny observó el pez con curiosidad pero enseguida mostró una mueca de asco.

    — ¡Puaaaf! Huele a cieno y es repugnante con todas esas manchas. Llévatelo lejos, Phil.

    — Pero es el “General Sherman” y tú me prometiste…

 —¿Prometí? ¿Qué prometí? No recuerdo haberte prometido nada. Es el bicho más feo que he visto nunca y lo único que quiero es que lo saques de mi jardín. Ahora. Además me tengo que ir. Jim me va a llevar en su Yamaha nueva al centro comercial.

    Jenny se dio entonces la vuelta y seguida por Jim montó en la motocicleta. Los vi alejarse por Main Street a toda velocidad mientras yo aún seguía sosteniendo al “General” en mis manos.

    Nunca volví a intentar pescar pez alguno en toda mi vida.

Rafael Guillén



1 comentario:

CENTÉSIMO VIGÉSIMO ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DE GEORGE ORWELL (1903-2023)

George Orwell, seudónimo de Eric Blair, nació en Motihari (India) el 25 de junio de 1903, falleciendo en Londres el 21 de enero de 1950. E...