viernes, 16 de abril de 2021

¿POR QUÉ LEEMOS?

¿Qué nos lleva a agarrar un libro que reposa en la estantería para quedarnos en silencio durante horas atendiendo a una realidad diferente y lejana?


La vida, la de cada uno de nosotros, no suele corresponder con la que deseamos. No quiero decir con esto que nuestra existencia se convierta en una especie de tortura continua o que una vida sea la lacra que nos tocó en un reparto estúpido para que cargáramos con ella nos gustase o no. No. Lo que digo es que el hombre tiende a buscar mejoras en su existir, lo que él cree que puede ser una tendencia a la perfección lejana e inaccesible. Si cualquiera de nosotros tuviéramos la posibilidad de accionar un mando que modificase el mundo a nuestro gusto lo haríamos sin pensar dos veces. Queremos un mundo que se parezca al nuestro soñado, queremos una existencia en la que seamos importantes, necesitamos ejercer cierto control sobre la realidad que conocemos. Y necesitamos creer en algo. Sea lo que sea. Si la religión falla, el movimiento normal del hombre es buscar alternativas que sirvan de explicación propia. Agarrarse a una religión, a una ideología o a la literatura, tienen, finalmente, un efecto parecido. La única forma de dominar un mundo como el nuestro es convertirlo en un objeto manejable, en una representación a la que puedan tener acceso las personas sin llevar por delante el poder político o religioso, la única forma de dominar el cosmos es ordenarlo, elegir un pequeño trozo del caos y convertirlo en existencia ordenada. En cada libro encontramos un mundo a la medida del autor y a la de sus lectores. El tiempo tiene un principio y un final, los personajes tienen una vida que deseamos para nosotros mismos o que detestamos y que ¿la quisiéramos para otros?, espacios que nunca conoceríamos de otra forma. Pero mundos, tiempos, espacios y personajes mentirosos porque nos enseñan lo que no ha sido ni será, lo que deseamos y nunca tendremos en nuestra realidad. Tan sólo lo incorporamos en nuestra experiencia sabiendo que es una gran mentira anhelada. Necesitamos creer en algo. Y con la literatura nos vemos capaces de hacerlo en nosotros mismos, en los fantasmas propios y en los que compartimos, en los recuerdos de nuestro pasado y los que nos ofrece la ficción. La mentira que es la ficción nos abre sus puertas para que podamos creer que una vida deseada es posible. La lectura de una novela no puede pasar por el entretenimiento como sustento único de la acción de leer. Si alguien intenta defender esa postura se está engañando y negando su propia insatisfacción con la vida. Abrir un libro significa abrir un mundo que nos puede entusiasmar o hacer estragos en la conciencia, pero un mundo que buscamos como posibilidad de vida, como alternativa a lo que somos. La literatura siempre fue ese mando que accionado dibuja una realidad parecida a la buscada, o la que odiamos y nos recuerda que el movimiento es hacia el lado opuesto de lo representado, o una parecida a la nuestra en la que ventilamos un ejército de fantasmas y miserias. Al fin y al cabo un mando que accionado nos traslada lejos de lo que somos e inunda de mentiras un día cualquiera convertido en palabras que no significan lo mismo que en la oficina o en casa.

La lectura de algunos libros marcan definitivamente, orientan el pensamiento y la mirada del lector hacia territorios poco frecuentados antes de producirse esa lectura

Una de mis amigas más jovencita acaba de terminar la novela «Mientras agonizo» de William Faulkner. Me decía ayer: ¿Cómo es posible que un mundo tan repugnante como el que se pinta en la novela pueda parecerte reconocible? Es como si ya hubiera estado allí, muchas veces. Y, sin embargo, no tiene nada que ver con mi vida. Es lo mismo que sufrir de vértigo. La caída parece arrastrarte, es como si te llamara y tú no pudieras resistirte a acudir sabiendo lo que te espera. Y lo que te espera es el horror y la muerte.

Siempre he pensado que el lector lo que quiere es conocer y reconocer su propio horror y su propia muerte en la de otros. Sería más exacto decir «en otros». Es verdad que puede ocurrir lo mismo con la diversión y el amor. La diferencia es que eso podemos conocerlo y reconocerlo en una sala de fiestas. Hay más opciones.

Una lectura que se limite a una opinión sobre lo bien escrita que está la novela es una lectura estéril porque el que nos cuenta pone a nuestro alcance mucho más que un alarde retórico o estilístico, mucho más que una sucesión de divertidas o espantosas anécdotas que sirven para entretener el pensamiento con milongas. Lo que se pone enfrente del lector al escribir ha de ser una representación de la realidad que se incorpore a la del individuo. Eso se toma o se deja. No caben opiniones. Otra cosa es que, más tarde, las personas que necesitan vivir de ello, analicen las obras y nos lo cuenten en un ensayo que puede ser de lo más interesante aunque no podrá aportar ni un ápice a la experiencia que produjo esa lectura y que nos conmocionó.

¿Hay algo más divertido que tener una experiencia que nos modifique la forma de pensar aunque sea sobre la muerte propia? Desde luego leer una patraña sobre Leonardo y la Iglesia no lo es. Mirar la televisión tampoco.

Cuando abrimos una novela vivimos en otros nuestra propia experiencia (si no la hemos tenido la descubrimos y la sumamos de forma vicaria). Sea cual sea. Y esa es una de las razones por la que una persona dedica buena parte de su tiempo a leer.

Thank you for watching

Y debe ser este uno de los motivos por los que desconfío de la crítica que se viene realizando en los últimos tiempos. Mucho tecnicismo, mucho lenguaje por aquí y por allá aunque poca experiencia vital. Es más, son pocos, poquísimos, los críticos que hacen referencia al tema de la novela por incapaces. Sí se manejan bien con los vehículos que se utilizan en la narración para llegar a ese lugar que nunca aparece, me temo que por desconocerlo. Pero del «cogollo», de la esencia de la narración casi nada. Sin embargo, el lector (sin reconocer la razón y ni falta que hace porque no le pagan un solo céntimo por ello), el lector, decía, sí llega a esos territorios porque modifican parte de su ser. Sin tecnicismos, sin grandes habilidades para la escritura. Pero con toda la vida por delante para experimentar lo que nunca ha conocido.

(Gabriel Ramírez, El Correo de Andalucía)

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