viernes, 27 de enero de 2023

NONAGÉSIMO QUINTO ANIVERSARIO DEL FALLECIMIENTO DE VICENTE BLASCO IBÁÑEZ (1928-2023)

 

Nacido el 29 de enero de 1867 en Valencia, Vicente Blasco Ibáñez estudió derecho en Valencia y pronto ingresó en las filas del Partido Republicano. Durante algún tiempo estuvo ligado al valencianismo propugnado por Teodoro Llorente, pero poco después se distanció de él.

El talante polémico de que dio muestras en esta primera época le valió un breve exilio en París, ciudad en la cual entró en contacto con el naturalismo francés, que ejercería una notable influencia en su obra. Tal influjo se hizo ya manifiesto en Arroz y tartana (1894), obra con la que inauguró su ciclo de novelas «regionales», ambientadas en la región valenciana.

En 1894 fundó el periódico El pueblo, que sería su plataforma política, primero como portavoz del republicanismo federal liderado por Francesc Pi i Margall y después, cuando se separó de éste, para difundir su propio ideario político, que pasaría a ser denominado blasquismo y que había de alcanzar una importante repercusión popular, sobre todo a raíz de la dura campaña contra los gobiernos de la Restauración que llevó a cabo desde las páginas del periódico.

Procesado, encarcelado y condenado de nuevo al exilio (1896), Vicente Blasco Ibáñez regresó a España dos años después y fue elegido diputado a Cortes en seis legislaturas, hasta que en 1908 decidió abandonar la política. Buscó fortuna entonces en Argentina, donde intentó llevar a cabo dos proyectos utópicos de explotación agrícola que acabaron en sendos fracasos.

Blasco Ibáñez partió hacia París y en 1914 publicó la novela que le daría fama internacional, Los cuatro jinetes del Apocalipsis. En 1921 decidió retirarse a su casa de Niza, donde escribió sus últimas novelas, más pensadas para gustar al público que las de sus años de más efectiva lucha política, en las que intentó reflejar las injusticias sociales desde una óptica anticlerical, dentro del más puro estilo realista, como sucedía en La barraca (1898).

Fue un autor muy prolífico vinculado en muchos aspectos al naturalismo francés, como también lo estuvieron, aunque en menor medida, Emilia Pardo Bazán, Benito Pérez Galdós o Leopoldo Alas «Clarín». Sus obras, sin embargo, carecen de la escrupulosa documentación y rigor compositivo de Émile Zola. Por otra parte, la explícita intención político-social de algunas de las novelas de Blasco Ibáñez, aunada al escaso bagaje intelectual del autor, lo mantuvo alejado de los representantes de la Generación del 98 (Pío Baroja, Azorín, Miguel de Unamuno).

No obstante, su vigorosa imaginación y poder descriptivo hicieron de Vicente Blasco Ibáñez el último gran autor del realismo decimonónico. Su obra tuvo una gran proyección internacional, ampliada por las versiones cinematográficas de algunas de sus novelas, las más famosas de las cuales tal vez sean las dos versiones de Los cuatro jinetes del Apocalipsis, una interpretada por Rodolfo Valentino, y la segunda dirigida por Vincente Minnelli. Muy conocida es también su novela Sangre y arena (1908), dedicada al mundo de la tauromaquia.

Falleció en Mentón (Francia) el 28 de enero de 1928.

(Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «Biografia de Vicente Blasco Ibáñez». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004).


miércoles, 18 de enero de 2023

CENTÉSIMO TRIGÉSIMO ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DEL POETA JORGE GUILLÉN (1893-2023)


Nacido en Valladolid el 18 de enero de 1893, Jorge Guillén expresó, especialmente en su fase inicial, una insólita visión positiva del mundo a través de una continuada celebración de la existencia. Perteneciente a la Generación del 27, su producción es un paradigma de la denominada «poesía pura», corriente en la que también se inscriben los primeros libros de muchos de sus compañeros de generación, desde Pedro Salinas, Vicente Aleixandre o Dámaso Alonso hasta Federico García Lorca y Rafael Alberti.

En 1917 sucedió a Pedro Salinas como lector de español en la Sorbona, puesto en el que permaneció hasta 1923. Posteriormente fue catedrático de literatura en las universidades de Murcia y Sevilla, y entre 1929 y 1931 ejerció como lector en Oxford. Exiliado en Estados Unidos (1938), trabajó como profesor en el Wellesley College. Una vez jubilado residió en Italia antes de instalarse en Málaga tras la muerte en 1975 del dictador Francisco Franco.

Desde sus inicios, la poesía de Jorge Guillen quedó totalmente exenta de la ornamentación del agonizante modernismo para centrarse únicamente en la palabra depurada y ceñida al contenido con la máxima precisión. Esta búsqueda del rigor verbal hizo que tardase varios años en escribir su primer libro, Cántico, cuya primera edición, de 1928, fue ampliada sucesivamente hasta 1950.

El subtítulo de esta obra, Fe de vida, ofrece una idea exacta de su concepción poética, caracterizada por la actitud apasionada ante el maravilloso espectáculo de la existencia. El entusiasmo de Guillén se expresa de una manera estructurada y clasicista, rigurosa en la expresión intelectual, lo que ha llevado a relacionarlo con Paul Valéry a pesar de que su radical optimismo contrasta con el enfoque negativo del autor francés. La armonía del universo y la afirmación vital del hombre que lo contempla y celebra hasta en sus aspectos más vulgares es el principio esencial del poeta, que se muestra ajeno a toda imperfección.

Las fuerzas contrarias a esta plenitud, representadas por los conflictos políticos, comparecieron en una segunda etapa, constituida por las tres partes de Clamor, tituladas Maremagnum (1957), Que van a dar en la mar (1960) y A la altura de las circunstancias (1963). La conciencia de las realidades dolorosas implica un tono más grave y elegíaco, a la vez que las formas concisas de la primera época dejan paso a un discurso pausado en el que tienen cabida las construcciones largas y los poemas en prosa. A pesar de que el autor no renuncia a su emocionada postura inicial, la nostalgia del pasado, el paso del tiempo y la reflexión sobre la vejez contribuyen a que su voz se tiña de melancolía.

Por el contrario, Homenaje (1967) supone un retorno al enfoque de Cántico y recupera su impulso primordial de comunicación, con versos consagrados a la cultura, el amor y la amistad, aunque también al presentimiento de la muerte. Sus últimas obras fueron Y otros poemas (1973), con una parte dedicada a la tarea poética, y Final (1982), que según dijo el autor aclaraba o introducía variantes a sus creaciones anteriores. Premio Cervantes en 1976, desarrolló una sustanciosa labor crítica entre la que cabe destacar el libro Lenguaje y poesía (1962).

Falleció en Málaga el 6 de febrero de 1984.

(Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «Biografia de Jorge Guillén». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004).


jueves, 12 de enero de 2023

SEXAGÉSIMO ANIVERSARIO DEL FALLECIMIENTO DE RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA (1963-2023)


Ramón Gómez de la Serna nació en Madrid el 3 de julio de 1888, falleciendo en Buenos Aires el 12 de enero de 1963. Licenciado en derecho por la Universidad de Oviedo, consagró su vida exclusivamente a la actividad literaria, en la que se mostró como un escritor fecundo y pionero de un tipo de literatura que, dentro de la más pura vanguardia, se erige como una construcción personal de gran originalidad.

Sus primeras obras muestran una actitud crítica e innovadora frente al panorama literario español, dominado por la generación del 98 (Pío Baroja, Miguel de Unamuno, Azorín, Ramiro de Maeztu), y coinciden con la dirección, asumida desde 1908, de la revista Prometeo, receptora y difusora de los primeros manifiestos vanguardistas en España, de los que fue su primer e incondicional defensor e impulsor. Animador indiscutible de la vida literaria madrileña, en 1914 creó una de las tertulias más frecuentadas y famosas con que ha contado Madrid, la del Café Pombo.

Su particular visión de la literatura, concebida dentro de los presupuestos del arte por el arte, sin ningún intento de reflexión ideológica, dio lugar a un género inventado por él, las greguerías, definidas por el propio autor como «metáfora más humor». Consisten en frases breves, de tipo aforístico, que no pretenden expresar ninguna máxima o verdad, sino que que retratan desde un ángulo insólito realidades cotidianas con ironía y humor, a base de expresiones ingeniosas, alteraciones de frases hechas o juegos conceptuales o fonéticos.

Su vasta producción literaria incluye desde artículos y ensayos, algunos agrupados en libros, hasta dramas de tema erótico y obras más o menos novelísticas, muchas de ellas basadas en una trama truculenta, al modo de los folletines costumbristas, que por las incoherencias en la narración, las imágenes de tipo surrealista o el barroquismo de la expresión se convierten en una forma de absurdo que destruye todo sentimentalismo y las acerca a lo patético y grotesco.

Aplaudida por José Ortega y Gasset, la obra de Ramón Gómez de la Serna ejerció una influencia inmediata en los jóvenes poetas de la generación del 27: el culto a la metáfora, en efecto, caracterizó los comienzos de Jorge Guillén, Gerardo Diego, Federico García Lorca e incluso del joven Miguel Hernández. También en Hispanoamérica apreciaron su obra Pablo Neruda y, posteriormente, el mexicano Octavio Paz. En 1936, a raíz del estallido de la guerra civil española, Gómez de la Serna se exilió en Buenos Aires con su esposa, la escritora Luisa Sofovich, y en 1948 publicó la obra autobiográfica Automoribundia, testimonio de su vida y compendio de su estilo y su personal concepción literaria.

(Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «Biografia de Ramón Gómez de la Serna». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004).

A continuación 10 greguerías escogidas:

1 «Como daba besos lentos duraban más sus amores»

2 «Si te conoces demasiado a ti mismo, dejarás de saludarte»

3 «Un tumulto es un bulto que le sale a las multitudes»

4 «Tocar la trompeta es como beber música empinando el codo»

5 «Donde el tiempo está más unido al polvo es en las bibliotecas»

6 «Los rosales son poetas que quisieron ser rosales»

7 «La luna es un banco de metáforas arruinado»

8 «El filósofo antiguo sacaba la filosofía ordeñándose la barba»

9 «El pensador de Rodin es un ajedrecista a quien le han quitado la mesa»

10 «Los arcos de triunfo son elefantes petrificados» 

martes, 10 de enero de 2023

OCTOGÉSIMO ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DEL ESCRITOR EDUARDO MENDOZA (1943-2023)

 



Eduardo Mendoza nació en Barcelona el 11 de enero de 1943. Tras graduarse en derecho (1966), ejerció como pasante, asesor jurídico y traductor fijo en la sede de las Naciones Unidas, en Nueva York, entre 1973 y 1982. Posteriormente trabajó para la misma organización en Europa, residiendo en su ciudad natal durante la mitad del año.

Debutó en la literatura con La verdad sobre el caso Savolta (1975), novela que impresionó vivamente al ambiente literario (obtuvo el Premio de la Crítica) y que tuvo también una calurosa acogida entre el público: la verdadera protagonista era la ciudad de Barcelona, conmocionada por las tensiones revolucionarias de los años 1917-1918, en la cual se mueve una variopinta tipología de personajes caricaturescos, presentados según los cánones de la novela policíaca que, en un habilísimo "pastiche", fagocita también esquemas estructurales y lingüísticos de otros géneros narrativos, desde los antiguos tópicos de las novelas de caballerías a los estereotipos más modernos de la literatura de consumo.

Sus personajes originales y disparatados deambulan por un escenario de contrastes, donde se entremezclan los atentados anarquistas con las lujosas fiestas de la alta burguesía catalana. El narrador se sirve del marco histórico para desplegar una elegante ironía que enfatiza el carácter tragicómico del relato. Con esta obra, Mendoza se acercó al área estética de los novísimos, rechazando una excesiva caracterización específicamente española y ubicándose a la vez como continuador de la renovación narrativa de los años 60 (Juan Benet, Luis Martín Santos, Juan Marsé o Juan Goytisolo) y como uno de los más seguros valores de su generación, junto a autores como José María Vaz de Soto, José María Guelbenzu, Manuel Vázquez Montalbán, Javier Marías, Francisco Umbral o Lourdes Ortiz .

Por el contrario, su segunda novela, El misterio de la cripta embrujada (1979), representó una forma de intensificación experimental más divertida. Situada en época contemporánea, el autor maximizó la parodia de la novela negra hasta convertirla en una farsa. El laberinto de las aceitunas (1982) conservaba una ambientación similar, siendo la tercera variante de un peculiar género detectivesco que derrama su humorismo y su particular desencanto en la exasperada imitación de rigurosas investigaciones aplicadas a enigmas risibles. Ambas son historias de crímenes y misterio que comparten como protagonista a un demencial detective y esconden bajo su argumento un componente de crítica social.

La ciudad de los prodigios (1986), protagonizada por Onofre Bouvila, un anarquista que medra hasta las cimas del corrupto poder económico, es un reflejo de la vida barcelonesa del período entre las dos Exposiciones Universales de 1888 y de 1929. Eduardo Mendoza volvió en esta narración a su particular forma de entender la novela histórica, original y comprometida, retratando una vez más la sociedad barcelonesa de la época. En el pasado de un espacio urbano conocido, el autor excava y recupera nuevas identidades, inmersas en una especie de crónica activa y heterodoxa. Con su consumado oficio de narrador, exorciza, mediante múltiples mecanismos de manierismo de la mímesis literaria, cualquier posible condescendencia a las languideces del sentimentalismo.

En La isla inaudita (1989) es un empresario de la Ciudad Condal quien se desplaza a una romántica Venecia para vivir una historia de amor. En cambio, Mendoza explota directamente el recurso humorístico en Sin noticias de Gurb (1990), delirante diario personal de un extraterrestre que rastrea la pista de un congénere desaparecido en la Barcelona actual. Le siguieron El año del diluvio (1992) y Una comedia ligera (1996), dos de sus pocas obras ambientadas fuera de la capital catalana.

En La aventura del tocador de señoras (2001) retoma como protagonista al maníaco detective de la cripta embrujada; en El último trayecto de Horacio Dos (2002) relata una historia irónica que transcurre durante una expedición espacial; y en Mauricio o las elecciones primarias (2006) el autor elige por primera vez la Barcelona posterior a la transición como escenario de una novela. Este último título lo hizo merecedor de la sexta edición del premio de novela Juan Manuel Lara.

Ha publicado asimismo la guía Barcelona modernista (1989), en colaboración con su hermana Cristina y, en lengua catalana, la pieza de teatro Restauració (1990). Posteriormente publicó las novelas El asombroso viaje de Pomponio Flato (2008) y Riña de gatos. Madrid 1936 (2010), ambientada en la capital de España durante los días previos a la Guerra Civil española, que mereció el premio Planeta.

(Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004).


martes, 27 de diciembre de 2022

SESQUICENTENARIO DEL NACIMIENTO DE PÍO BAROJA (1872-2022)

Nacido en San Sebastián el 28 de diciembre de 1872, Pío Baroja fue junto con Miguel de Unamuno, Azorín y Ramiro de Maeztu, uno de los principales representantes de la «generación del 98», así llamada por el impacto que tuvo en sus miembros la pérdida de las últimas colonias españolas (el «desastre del 98»), en forma de dolorosa toma de conciencia de la decadencia en que se hallaba sumida el país. Dentro del grupo, Baroja sobresale como su más eximio novelista, con una producción orientada hacia temas existenciales y sociales, aunque también es apreciado por otra vertiente de su obra, la narrativa de acción y de aventuras.

Sus progenitores pertenecían a familias distinguidas y bien conocidas en San Sebastián; entre los ascendientes de la madre existía una rama italiana, los Nessi. Este poco de sangre italiana que llevaba en las venas no dejó nunca de halagar a Baroja, aunque su orgullo se cifró siempre en su ascendencia vasca. En casa eran tres hermanos: Darío, que murió, joven aún, en Valencia; Ricardo Baroja, que fue pintor y escritor y gozó también de alguna fama, y Pío, el menor. Ya muy separada de ellos nació Carmen, que había de ser la gran compañera del escritor.

El padre de Baroja, don Serafín, era ingeniero de minas, profesión que, unida a su temperamento inquieto y errabundo, llevó a la familia a continuos cambios de residencia. Ello no dejó de ser una suerte para el futuro novelista, que de este modo pudo conocer desde niño diversas partes de España, y sobre todo Madrid, su amor más grande después de Vasconia, donde había de florecer su vocación y conseguir por último la fama.

Baroja permaneció poco tiempo en su ciudad natal; tenía siete años cuando sus padres se trasladaron a Madrid, donde don Serafín Baroja había obtenido una plaza en el Instituto Geográfico y Estadístico; de Madrid pasaron a Pamplona, siempre por exigencias del cargo del padre y de sus deseos de mudanza. Desde Pamplona volvió la familia a Madrid; esta vez a don Serafín no le impulsaría ya solamente la inquietud o los deseos de cambio: sin duda entró también en su decisión la necesidad de educar a los hijos.

Cuando abandonó Pamplona, Baroja tenía catorce años cumplidos. Había asistido con sus hermanos a las clases del Instituto, y sobre todo reñido y correteado por las murallas; no sabemos si había ya emborronado alguna cuartilla, pero sí que había leído el Robinsón Crusoe de Daniel Defoe y las obras de Julio Verne y Thomas Mayne Reid, y había soñado ya con aventuras maravillosas junto al río Arga o subido a un árbol de la Taconera. Había cursado en San Sebastián las primeras letras, continuándolas en Madrid; antes, en Pamplona había frecuentado la escuela y el instituto; prosiguió en Madrid los estudios, y los concluyó finalmente en Valencia, donde terminó la carrera de medicina, doctorándose posteriormente en la capital de España.

Pío Baroja fue, por lo general, un pésimo estudiante; estuvo siempre mucho más interesado en las novelas que en los libros de texto; su carácter arisco y rebelde le perjudicó también en gran manera, pues acabó riñendo con algunos de sus profesores y no despertó simpatías en ninguno.

Aparte de esto, pasó toda su juventud entre dudas; nunca supo bien qué carrera le gustaba estudiar; en verdad, no le interesaba ninguna. Sólo las letras le atraían, pero tampoco en las letras veía clara su vocación. Antes de ir a Valencia había empezado algunos cuentos, artículos, tal vez una novela, pero lo rompió todo o lo dejó olvidado. Sus fracasos de estudiante, como es fácil suponer, se debieron más a falta de interés que de talento. Pocos escritores ha habido de vocación más segura y que se moviese más inseguro, con más dudas sobre su vocación, y aún mucho después, escrita ya buena parte de su obra, se preguntaba si sería verdaderamente escritor.

Al terminar sus estudios, Baroja se trasladó a Cestona, en el país vasco, donde había conseguido una plaza de médico. No tardó en advertir que aquello no era lo suyo; al poco tiempo estaba harto del oficio. Había reñido con el médico viejo, con quien compartía el cuidado de la salud de aquellos pueblos, como había reñido antes con sus profesores; se había enemistado con el alcalde y, naturalmente, con el párroco y con el sector católico del pueblo, que le acusaban de trabajar los domingos en su jardín.

Se fue de allí asqueado del pueblo, del médico y hasta de los enfermos, cuando menos de algunos de éstos, y se trasladó a San Sebastián, donde estaba en aquel momento la familia. Permaneció algún tiempo en San Sebastián, y de allí salió para Madrid. En la capital estaba su hermano Ricardo, que, también sin empleo, se ocupaba en un negocio de pan de una tía de ellos que había quedado viuda. Ricardo le había escrito a su hermano que estaba cansado del negocio y que iba a dejarlo. Baroja vio el cielo abierto ante él, y sin vacilar un instante escribió a su hermano que iba a Madrid, con la intención de ocuparse de aquel negocio.

De este modo se vio convertido en dueño de un comercio de pan, sobre lo cual se le gastarían después tantas bromas que le irritarían de tantas maneras, sin contar los disgustos que se derivarían para él de la marcha del negocio. En Madrid, no obstante, había algo para él que estaba por encima de la vulgaridad del oficio y de las burlas que se le pudiesen gastar; allí podría, en efecto, reanudar los contactos con sus antiguos amigos, frecuentar los medios literarios, ponerse, en realidad, en contacto con su vida, volver de un modo o de otro a aquello que cada vez con mayor certeza sentía que era su vocación.

A poco de llegar a Madrid, instalado ya en el negocio, empezó sus colaboraciones en periódicos y revistas; en 1900 publicaba su primera obra, Vidas sombrías, una colección de cuentos que empezó a darlo a conocer. Eran, en su mayoría, relatos escritos en Cestona sobre temas de aquella región y de sus experiencias de médico; se trataba de vidas humildes, y reflejaban toda la tristeza de aquel medio, y la tristeza, sobre todo, que reinaba entonces en su alma, mezclada con ráfagas de cólera.

Puede decirse que en su primer título estaba ya en germen toda su obra futura. Vidas sombrías constituyó un éxito del que el propio autor se sintió sin duda asombrado; de su libro se ocuparon con elogio Azorín, Benito Pérez Galdós y sobre todo Miguel de Unamuno, que se entusiasmó con él (especialmente con uno de los cuentos, titulado Mary-Belche) y quiso conocer a su autor.

A partir de entonces Pío Baroja fue dedicándose más y más a las letras, y apartándose cada vez más del negocio, hasta dejarlo del todo y consagrarse exclusivamente a su vocación. En algún momento Baroja llevó a cabo alguna incursión en el campo de la política, arrastrado menos por su convicción que por el ambiente de la época y por el ejemplo de algunos de sus compañeros, como por ejemplo Azorín. Efectivamente, Baroja se presentó para concejal en Madrid, y más adelante para diputado por Fraga. Estas tentativas, como era natural, constituyeron dos rotundos fracasos; tampoco él lo había tomado demasiado a pecho. Se retiró cada vez sin gran disgusto; se divirtió después relatando sus peripecias, y volvió al camino de las letras del que nunca habría ya de apartarse.

Fue Baroja un gran viajero; los libros y los viajes fueron sus grandes aficiones, puede casi decirse que sus únicas aficiones. Sus viajes por España los hizo casi siempre acompañado; fue unas veces con sus hermanos, Carmen y Ricardo, y otras con amigos; hizo uno con Ramiro de Maeztu y otro con Azorín, en sus comienzos, y más adelante, con José Ortega y Gasset, que le llevó en algunas ocasiones en su automóvil.

Baroja llegó a ser uno de los escritores que conoció mejor la España de su tiempo, cosa que se puede comprobar en sus novelas. La ciudad más visitada -también la más querida de las ciudades extranjeras- fue París. En ella pasó largo tiempo en sus últimos años, cuando huyó de España durante la guerra civil. También estuvo en Londres y más adelante en Italia; viajó por Suiza, Alemania, Bélgica, Noruega, Holanda y Jutlandia, escenario de su trilogía Agonías de nuestro tiempo, con la magnífica El torbellino del mundo, que encabeza la trilogía.

Fuera de esto, su residencia habitual fue Madrid, y más adelante Vera del Bidasoa, donde adquirió la casa de Itzea, y donde pasó los veranos con su familia. En este tiempo su destino estaba ya fijado, y con él su norma de vida; Baroja consagraba su tiempo a escribir y a viajar. Sus producciones iban apareciendo con gran regularidad y su fama fue creciendo hasta situarle en pocos años entre las primeras figuras de la nación. Esta actividad no cesó apenas durante su vida, de manera que es el escritor de su tiempo que cuenta con una obra más copiosa; también más diversa y más rica.

Falleció en Madrid el 30 de octubre de 1956.

Obras de Pío Baroja

Entre sus mejores títulos merecen citarse Vidas sombrías, publicado en 1900; Inventos y mixtificación de Silvestre Paradox, de 1901, novela en la cual evoca sus días de estudiante en Pamplona, con el ambiente de la ciudad; Camino de perfección (1902), confesión íntima y muy personal en que podemos verle en las dudas y vacilaciones de su juventud, y que causó vivísima impresión. Muy bella y bastante lograda, aunque de otro tono, es El mayorazgo de Labraz (1903), escrita también con recuerdos de Cestona, en la que relata admirablemente la vida en un pueblo de España, con influencias tal vez de la vieja tragedia.

Importante es también en la producción barojiana la trilogía que siguió a estas novelas, que apareció bajo el subtitulo "La lucha por la vida", formada por La busca, Mala hierba y Aurora roja; aparecidas primero en folletín, y publicadas en volúmenes sueltos en 1904, ofrecen en mucha parte, en su desarrollo, las características de aquel género; en ellas el autor recoge admirablemente el ambiente de los barrios bajos del Madrid de su tiempo, en las primeras luchas sociales. Merecen también citarse Zalacaín el Aventurero y Las inquietudes de Shanti Andía. La primera se sitúa en la tierra vasca y en la época de las guerras carlistas, y la segunda está dedicada a la vida del mar, con recuerdos de antepasados del escritor, de aventuras, de piraterías, y sobre todo con evocaciones de su infancia en San Sebastián, parte que constituye tal vez lo mejor del libro. Estas dos novelas eran aquellas por las cuales mostró Baroja una cierta preferencia, especialmente por Zalacaín y en ella por la figura del héroe.

No obstante, la obra más importante del novelista es sin duda Las memorias de un hombre de acción, novela cíclica que escribió a lo largo casi de su vida y que terminó ya en la vejez. El héroe central de esta obra de veintidós volúmenes es un antepasado suyo, Eugenio de Aviraneta, que tuvo alguna importancia en los hechos políticos de su tiempo. En tomo a la existencia de su héroe, el autor reconstruye toda una época agitada y terrible de España; se incluyen en ella las guerras de la Independencia y carlistas, con tumultos y sublevaciones, en los días de Fernando VII e Isabel II. El conjunto es una amplia evocación que tiene de novela, de historia y de folletín, pero siempre dentro de un gran rigor histórico, y todo fundido y recreado por la imaginación del escritor. Destacan en esta serie El escuadrón de Brigante, Los recursos de la astucia, El sabor de la venganza, Las figuras de cera, La nave de los locos y La senda dolorosa, dedicada ésta, en su mayor parte, al trágico fin del conde de España.

Aparte de algunos ensayos, Baroja escribió también libros de recuerdos: Juventud, egolatría (1917), Las horas solitarias (1918) y La caverna del humorismo (1919). Eran éstas las obras preferidas por Ortega y Gasset, que aconsejaba al escritor que persistiera en aquel género. Ya en sus últimos años, Baroja dio a la prensa sus Memorias, obra que constituyen un monumento de la época, una evocación de su vida y de la vida de su tiempo, y en la que aparecen las figuras más importantes con las que trató, tanto en las letras como en las artes.

Sus Memorias constituyen asimismo un documento inapreciable para el conocimiento del autor; es acaso su libro más interesante, el de lectura más agradable, y con el cual coronaba su obra y, puede decirse, su existencia. En este tiempo residía en Madrid con su familia, con la que continuó viviendo hasta su muerte; su producción alcanzaba ya una cifra elevadísima, y aunque no gozaba quizá de la fama que merecía, su nombre figuraba entre los tres o cuatro más destacados de la nación. En 1935 fue admitido como miembro de la Academia de la Lengua. Fue el único honor oficial que se le dispensó.

En sus novelas, el autor se sitúa de lleno en la escuela realista; sigue en ellas las huellas de los grandes maestros europeos, que brillaban aún más en su tiempo. Balzac, Stendhal, Tolstoi y Dickens fueron sus autores predilectos, y los pocos que admiró sin reservas al lado de Dostoievski. Se percibe también el influjo de los folletinistas franceses, cuya lectura le apasionó en su juventud, y la influencia no menos evidente de la picaresca española (Francisco de Quevedo, Mateo Alemán y El Lazarillo de Tormes.

En su ideario filosófico predominaron al principio Nietzsche y Schopenhauer, pero poco a poco este entusiasmo fue cediendo, quedando en un escepticismo muy cerca de Montaigne y, sobre todo, de Voltaire, al que leyó y admiró, pero que era también muy suyo. El fondo de sus libros es por ello pesimista; no obstante, en la forma, en sus descripciones de paisajes y de escenas, se muestra como un enamorado de la vida, un entusiasta, con una nota continua de alegría y, podría decirse, de optimismo, que contrasta con el fondo amargo y sombrío de toda su obra.

Descuella Baroja en la evocación de ambientes, en las descripciones de pueblos y paisajes, y sobre todo en la pintura de tipos; a veces tiene en sus descripciones algo de pintor, y nos recuerda en algunas ocasiones a Goya, especialmente en sus novelas de la guerra civil. No estuvo adherido a ninguna escuela, y aunque compartió inquietudes con sus compañeros de generación, puede decirse, por lo que respecta a las influencias literarias, que no formó parte de ningún grupo. Fue, en este aspecto, el más rebelde de los escritores y el más independiente en todos los sentidos.

El mundo predilecto de sus creaciones fue el de las gentes humildes, los desventurados; pero al lado de ellos, sintió una viva predilección por toda suerte de seres fantásticos, de locos, de gente rara y absurda; a todos se acercó con su ironía, con sus sarcasmos a veces, con su humor amargo, pero también con una gran piedad, con un deseo de redención y de justicia que lo emparenta con los grandes novelistas de Europa, sobre todo con Dickens, que fue al que más admiró.

Por sus ideas y por su manera de exponerlas, Baroja fue el literato más discutido y el más atacado de los escritores de su tiempo. Tal vez por el desorden habitual en sus novelas, y más aún por el tono ofensivo que adoptó para tantas cosas y por su brutal sinceridad, no alcanzó nunca la fama que merecía, la fama que alcanzaron muchos otros con menos méritos que él. El tiempo, en su labor justiciera, le ha ido situando en su lugar y hoy está considerado, dentro y fuera de su patria, como el primer novelista de la España contemporánea, al lado de Galdós, y para algunos por encima de éste.

(Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «Biografia de Pío Baroja». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004).


CENTÉSIMO VIGÉSIMO ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DE GEORGE ORWELL (1903-2023)

George Orwell, seudónimo de Eric Blair, nació en Motihari (India) el 25 de junio de 1903, falleciendo en Londres el 21 de enero de 1950. E...