martes, 10 de enero de 2023

OCTOGÉSIMO ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DEL ESCRITOR EDUARDO MENDOZA (1943-2023)

 



Eduardo Mendoza nació en Barcelona el 11 de enero de 1943. Tras graduarse en derecho (1966), ejerció como pasante, asesor jurídico y traductor fijo en la sede de las Naciones Unidas, en Nueva York, entre 1973 y 1982. Posteriormente trabajó para la misma organización en Europa, residiendo en su ciudad natal durante la mitad del año.

Debutó en la literatura con La verdad sobre el caso Savolta (1975), novela que impresionó vivamente al ambiente literario (obtuvo el Premio de la Crítica) y que tuvo también una calurosa acogida entre el público: la verdadera protagonista era la ciudad de Barcelona, conmocionada por las tensiones revolucionarias de los años 1917-1918, en la cual se mueve una variopinta tipología de personajes caricaturescos, presentados según los cánones de la novela policíaca que, en un habilísimo "pastiche", fagocita también esquemas estructurales y lingüísticos de otros géneros narrativos, desde los antiguos tópicos de las novelas de caballerías a los estereotipos más modernos de la literatura de consumo.

Sus personajes originales y disparatados deambulan por un escenario de contrastes, donde se entremezclan los atentados anarquistas con las lujosas fiestas de la alta burguesía catalana. El narrador se sirve del marco histórico para desplegar una elegante ironía que enfatiza el carácter tragicómico del relato. Con esta obra, Mendoza se acercó al área estética de los novísimos, rechazando una excesiva caracterización específicamente española y ubicándose a la vez como continuador de la renovación narrativa de los años 60 (Juan Benet, Luis Martín Santos, Juan Marsé o Juan Goytisolo) y como uno de los más seguros valores de su generación, junto a autores como José María Vaz de Soto, José María Guelbenzu, Manuel Vázquez Montalbán, Javier Marías, Francisco Umbral o Lourdes Ortiz .

Por el contrario, su segunda novela, El misterio de la cripta embrujada (1979), representó una forma de intensificación experimental más divertida. Situada en época contemporánea, el autor maximizó la parodia de la novela negra hasta convertirla en una farsa. El laberinto de las aceitunas (1982) conservaba una ambientación similar, siendo la tercera variante de un peculiar género detectivesco que derrama su humorismo y su particular desencanto en la exasperada imitación de rigurosas investigaciones aplicadas a enigmas risibles. Ambas son historias de crímenes y misterio que comparten como protagonista a un demencial detective y esconden bajo su argumento un componente de crítica social.

La ciudad de los prodigios (1986), protagonizada por Onofre Bouvila, un anarquista que medra hasta las cimas del corrupto poder económico, es un reflejo de la vida barcelonesa del período entre las dos Exposiciones Universales de 1888 y de 1929. Eduardo Mendoza volvió en esta narración a su particular forma de entender la novela histórica, original y comprometida, retratando una vez más la sociedad barcelonesa de la época. En el pasado de un espacio urbano conocido, el autor excava y recupera nuevas identidades, inmersas en una especie de crónica activa y heterodoxa. Con su consumado oficio de narrador, exorciza, mediante múltiples mecanismos de manierismo de la mímesis literaria, cualquier posible condescendencia a las languideces del sentimentalismo.

En La isla inaudita (1989) es un empresario de la Ciudad Condal quien se desplaza a una romántica Venecia para vivir una historia de amor. En cambio, Mendoza explota directamente el recurso humorístico en Sin noticias de Gurb (1990), delirante diario personal de un extraterrestre que rastrea la pista de un congénere desaparecido en la Barcelona actual. Le siguieron El año del diluvio (1992) y Una comedia ligera (1996), dos de sus pocas obras ambientadas fuera de la capital catalana.

En La aventura del tocador de señoras (2001) retoma como protagonista al maníaco detective de la cripta embrujada; en El último trayecto de Horacio Dos (2002) relata una historia irónica que transcurre durante una expedición espacial; y en Mauricio o las elecciones primarias (2006) el autor elige por primera vez la Barcelona posterior a la transición como escenario de una novela. Este último título lo hizo merecedor de la sexta edición del premio de novela Juan Manuel Lara.

Ha publicado asimismo la guía Barcelona modernista (1989), en colaboración con su hermana Cristina y, en lengua catalana, la pieza de teatro Restauració (1990). Posteriormente publicó las novelas El asombroso viaje de Pomponio Flato (2008) y Riña de gatos. Madrid 1936 (2010), ambientada en la capital de España durante los días previos a la Guerra Civil española, que mereció el premio Planeta.

(Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004).


martes, 27 de diciembre de 2022

SESQUICENTENARIO DEL NACIMIENTO DE PÍO BAROJA (1872-2022)

Nacido en San Sebastián el 28 de diciembre de 1872, Pío Baroja fue junto con Miguel de Unamuno, Azorín y Ramiro de Maeztu, uno de los principales representantes de la «generación del 98», así llamada por el impacto que tuvo en sus miembros la pérdida de las últimas colonias españolas (el «desastre del 98»), en forma de dolorosa toma de conciencia de la decadencia en que se hallaba sumida el país. Dentro del grupo, Baroja sobresale como su más eximio novelista, con una producción orientada hacia temas existenciales y sociales, aunque también es apreciado por otra vertiente de su obra, la narrativa de acción y de aventuras.

Sus progenitores pertenecían a familias distinguidas y bien conocidas en San Sebastián; entre los ascendientes de la madre existía una rama italiana, los Nessi. Este poco de sangre italiana que llevaba en las venas no dejó nunca de halagar a Baroja, aunque su orgullo se cifró siempre en su ascendencia vasca. En casa eran tres hermanos: Darío, que murió, joven aún, en Valencia; Ricardo Baroja, que fue pintor y escritor y gozó también de alguna fama, y Pío, el menor. Ya muy separada de ellos nació Carmen, que había de ser la gran compañera del escritor.

El padre de Baroja, don Serafín, era ingeniero de minas, profesión que, unida a su temperamento inquieto y errabundo, llevó a la familia a continuos cambios de residencia. Ello no dejó de ser una suerte para el futuro novelista, que de este modo pudo conocer desde niño diversas partes de España, y sobre todo Madrid, su amor más grande después de Vasconia, donde había de florecer su vocación y conseguir por último la fama.

Baroja permaneció poco tiempo en su ciudad natal; tenía siete años cuando sus padres se trasladaron a Madrid, donde don Serafín Baroja había obtenido una plaza en el Instituto Geográfico y Estadístico; de Madrid pasaron a Pamplona, siempre por exigencias del cargo del padre y de sus deseos de mudanza. Desde Pamplona volvió la familia a Madrid; esta vez a don Serafín no le impulsaría ya solamente la inquietud o los deseos de cambio: sin duda entró también en su decisión la necesidad de educar a los hijos.

Cuando abandonó Pamplona, Baroja tenía catorce años cumplidos. Había asistido con sus hermanos a las clases del Instituto, y sobre todo reñido y correteado por las murallas; no sabemos si había ya emborronado alguna cuartilla, pero sí que había leído el Robinsón Crusoe de Daniel Defoe y las obras de Julio Verne y Thomas Mayne Reid, y había soñado ya con aventuras maravillosas junto al río Arga o subido a un árbol de la Taconera. Había cursado en San Sebastián las primeras letras, continuándolas en Madrid; antes, en Pamplona había frecuentado la escuela y el instituto; prosiguió en Madrid los estudios, y los concluyó finalmente en Valencia, donde terminó la carrera de medicina, doctorándose posteriormente en la capital de España.

Pío Baroja fue, por lo general, un pésimo estudiante; estuvo siempre mucho más interesado en las novelas que en los libros de texto; su carácter arisco y rebelde le perjudicó también en gran manera, pues acabó riñendo con algunos de sus profesores y no despertó simpatías en ninguno.

Aparte de esto, pasó toda su juventud entre dudas; nunca supo bien qué carrera le gustaba estudiar; en verdad, no le interesaba ninguna. Sólo las letras le atraían, pero tampoco en las letras veía clara su vocación. Antes de ir a Valencia había empezado algunos cuentos, artículos, tal vez una novela, pero lo rompió todo o lo dejó olvidado. Sus fracasos de estudiante, como es fácil suponer, se debieron más a falta de interés que de talento. Pocos escritores ha habido de vocación más segura y que se moviese más inseguro, con más dudas sobre su vocación, y aún mucho después, escrita ya buena parte de su obra, se preguntaba si sería verdaderamente escritor.

Al terminar sus estudios, Baroja se trasladó a Cestona, en el país vasco, donde había conseguido una plaza de médico. No tardó en advertir que aquello no era lo suyo; al poco tiempo estaba harto del oficio. Había reñido con el médico viejo, con quien compartía el cuidado de la salud de aquellos pueblos, como había reñido antes con sus profesores; se había enemistado con el alcalde y, naturalmente, con el párroco y con el sector católico del pueblo, que le acusaban de trabajar los domingos en su jardín.

Se fue de allí asqueado del pueblo, del médico y hasta de los enfermos, cuando menos de algunos de éstos, y se trasladó a San Sebastián, donde estaba en aquel momento la familia. Permaneció algún tiempo en San Sebastián, y de allí salió para Madrid. En la capital estaba su hermano Ricardo, que, también sin empleo, se ocupaba en un negocio de pan de una tía de ellos que había quedado viuda. Ricardo le había escrito a su hermano que estaba cansado del negocio y que iba a dejarlo. Baroja vio el cielo abierto ante él, y sin vacilar un instante escribió a su hermano que iba a Madrid, con la intención de ocuparse de aquel negocio.

De este modo se vio convertido en dueño de un comercio de pan, sobre lo cual se le gastarían después tantas bromas que le irritarían de tantas maneras, sin contar los disgustos que se derivarían para él de la marcha del negocio. En Madrid, no obstante, había algo para él que estaba por encima de la vulgaridad del oficio y de las burlas que se le pudiesen gastar; allí podría, en efecto, reanudar los contactos con sus antiguos amigos, frecuentar los medios literarios, ponerse, en realidad, en contacto con su vida, volver de un modo o de otro a aquello que cada vez con mayor certeza sentía que era su vocación.

A poco de llegar a Madrid, instalado ya en el negocio, empezó sus colaboraciones en periódicos y revistas; en 1900 publicaba su primera obra, Vidas sombrías, una colección de cuentos que empezó a darlo a conocer. Eran, en su mayoría, relatos escritos en Cestona sobre temas de aquella región y de sus experiencias de médico; se trataba de vidas humildes, y reflejaban toda la tristeza de aquel medio, y la tristeza, sobre todo, que reinaba entonces en su alma, mezclada con ráfagas de cólera.

Puede decirse que en su primer título estaba ya en germen toda su obra futura. Vidas sombrías constituyó un éxito del que el propio autor se sintió sin duda asombrado; de su libro se ocuparon con elogio Azorín, Benito Pérez Galdós y sobre todo Miguel de Unamuno, que se entusiasmó con él (especialmente con uno de los cuentos, titulado Mary-Belche) y quiso conocer a su autor.

A partir de entonces Pío Baroja fue dedicándose más y más a las letras, y apartándose cada vez más del negocio, hasta dejarlo del todo y consagrarse exclusivamente a su vocación. En algún momento Baroja llevó a cabo alguna incursión en el campo de la política, arrastrado menos por su convicción que por el ambiente de la época y por el ejemplo de algunos de sus compañeros, como por ejemplo Azorín. Efectivamente, Baroja se presentó para concejal en Madrid, y más adelante para diputado por Fraga. Estas tentativas, como era natural, constituyeron dos rotundos fracasos; tampoco él lo había tomado demasiado a pecho. Se retiró cada vez sin gran disgusto; se divirtió después relatando sus peripecias, y volvió al camino de las letras del que nunca habría ya de apartarse.

Fue Baroja un gran viajero; los libros y los viajes fueron sus grandes aficiones, puede casi decirse que sus únicas aficiones. Sus viajes por España los hizo casi siempre acompañado; fue unas veces con sus hermanos, Carmen y Ricardo, y otras con amigos; hizo uno con Ramiro de Maeztu y otro con Azorín, en sus comienzos, y más adelante, con José Ortega y Gasset, que le llevó en algunas ocasiones en su automóvil.

Baroja llegó a ser uno de los escritores que conoció mejor la España de su tiempo, cosa que se puede comprobar en sus novelas. La ciudad más visitada -también la más querida de las ciudades extranjeras- fue París. En ella pasó largo tiempo en sus últimos años, cuando huyó de España durante la guerra civil. También estuvo en Londres y más adelante en Italia; viajó por Suiza, Alemania, Bélgica, Noruega, Holanda y Jutlandia, escenario de su trilogía Agonías de nuestro tiempo, con la magnífica El torbellino del mundo, que encabeza la trilogía.

Fuera de esto, su residencia habitual fue Madrid, y más adelante Vera del Bidasoa, donde adquirió la casa de Itzea, y donde pasó los veranos con su familia. En este tiempo su destino estaba ya fijado, y con él su norma de vida; Baroja consagraba su tiempo a escribir y a viajar. Sus producciones iban apareciendo con gran regularidad y su fama fue creciendo hasta situarle en pocos años entre las primeras figuras de la nación. Esta actividad no cesó apenas durante su vida, de manera que es el escritor de su tiempo que cuenta con una obra más copiosa; también más diversa y más rica.

Falleció en Madrid el 30 de octubre de 1956.

Obras de Pío Baroja

Entre sus mejores títulos merecen citarse Vidas sombrías, publicado en 1900; Inventos y mixtificación de Silvestre Paradox, de 1901, novela en la cual evoca sus días de estudiante en Pamplona, con el ambiente de la ciudad; Camino de perfección (1902), confesión íntima y muy personal en que podemos verle en las dudas y vacilaciones de su juventud, y que causó vivísima impresión. Muy bella y bastante lograda, aunque de otro tono, es El mayorazgo de Labraz (1903), escrita también con recuerdos de Cestona, en la que relata admirablemente la vida en un pueblo de España, con influencias tal vez de la vieja tragedia.

Importante es también en la producción barojiana la trilogía que siguió a estas novelas, que apareció bajo el subtitulo "La lucha por la vida", formada por La busca, Mala hierba y Aurora roja; aparecidas primero en folletín, y publicadas en volúmenes sueltos en 1904, ofrecen en mucha parte, en su desarrollo, las características de aquel género; en ellas el autor recoge admirablemente el ambiente de los barrios bajos del Madrid de su tiempo, en las primeras luchas sociales. Merecen también citarse Zalacaín el Aventurero y Las inquietudes de Shanti Andía. La primera se sitúa en la tierra vasca y en la época de las guerras carlistas, y la segunda está dedicada a la vida del mar, con recuerdos de antepasados del escritor, de aventuras, de piraterías, y sobre todo con evocaciones de su infancia en San Sebastián, parte que constituye tal vez lo mejor del libro. Estas dos novelas eran aquellas por las cuales mostró Baroja una cierta preferencia, especialmente por Zalacaín y en ella por la figura del héroe.

No obstante, la obra más importante del novelista es sin duda Las memorias de un hombre de acción, novela cíclica que escribió a lo largo casi de su vida y que terminó ya en la vejez. El héroe central de esta obra de veintidós volúmenes es un antepasado suyo, Eugenio de Aviraneta, que tuvo alguna importancia en los hechos políticos de su tiempo. En tomo a la existencia de su héroe, el autor reconstruye toda una época agitada y terrible de España; se incluyen en ella las guerras de la Independencia y carlistas, con tumultos y sublevaciones, en los días de Fernando VII e Isabel II. El conjunto es una amplia evocación que tiene de novela, de historia y de folletín, pero siempre dentro de un gran rigor histórico, y todo fundido y recreado por la imaginación del escritor. Destacan en esta serie El escuadrón de Brigante, Los recursos de la astucia, El sabor de la venganza, Las figuras de cera, La nave de los locos y La senda dolorosa, dedicada ésta, en su mayor parte, al trágico fin del conde de España.

Aparte de algunos ensayos, Baroja escribió también libros de recuerdos: Juventud, egolatría (1917), Las horas solitarias (1918) y La caverna del humorismo (1919). Eran éstas las obras preferidas por Ortega y Gasset, que aconsejaba al escritor que persistiera en aquel género. Ya en sus últimos años, Baroja dio a la prensa sus Memorias, obra que constituyen un monumento de la época, una evocación de su vida y de la vida de su tiempo, y en la que aparecen las figuras más importantes con las que trató, tanto en las letras como en las artes.

Sus Memorias constituyen asimismo un documento inapreciable para el conocimiento del autor; es acaso su libro más interesante, el de lectura más agradable, y con el cual coronaba su obra y, puede decirse, su existencia. En este tiempo residía en Madrid con su familia, con la que continuó viviendo hasta su muerte; su producción alcanzaba ya una cifra elevadísima, y aunque no gozaba quizá de la fama que merecía, su nombre figuraba entre los tres o cuatro más destacados de la nación. En 1935 fue admitido como miembro de la Academia de la Lengua. Fue el único honor oficial que se le dispensó.

En sus novelas, el autor se sitúa de lleno en la escuela realista; sigue en ellas las huellas de los grandes maestros europeos, que brillaban aún más en su tiempo. Balzac, Stendhal, Tolstoi y Dickens fueron sus autores predilectos, y los pocos que admiró sin reservas al lado de Dostoievski. Se percibe también el influjo de los folletinistas franceses, cuya lectura le apasionó en su juventud, y la influencia no menos evidente de la picaresca española (Francisco de Quevedo, Mateo Alemán y El Lazarillo de Tormes.

En su ideario filosófico predominaron al principio Nietzsche y Schopenhauer, pero poco a poco este entusiasmo fue cediendo, quedando en un escepticismo muy cerca de Montaigne y, sobre todo, de Voltaire, al que leyó y admiró, pero que era también muy suyo. El fondo de sus libros es por ello pesimista; no obstante, en la forma, en sus descripciones de paisajes y de escenas, se muestra como un enamorado de la vida, un entusiasta, con una nota continua de alegría y, podría decirse, de optimismo, que contrasta con el fondo amargo y sombrío de toda su obra.

Descuella Baroja en la evocación de ambientes, en las descripciones de pueblos y paisajes, y sobre todo en la pintura de tipos; a veces tiene en sus descripciones algo de pintor, y nos recuerda en algunas ocasiones a Goya, especialmente en sus novelas de la guerra civil. No estuvo adherido a ninguna escuela, y aunque compartió inquietudes con sus compañeros de generación, puede decirse, por lo que respecta a las influencias literarias, que no formó parte de ningún grupo. Fue, en este aspecto, el más rebelde de los escritores y el más independiente en todos los sentidos.

El mundo predilecto de sus creaciones fue el de las gentes humildes, los desventurados; pero al lado de ellos, sintió una viva predilección por toda suerte de seres fantásticos, de locos, de gente rara y absurda; a todos se acercó con su ironía, con sus sarcasmos a veces, con su humor amargo, pero también con una gran piedad, con un deseo de redención y de justicia que lo emparenta con los grandes novelistas de Europa, sobre todo con Dickens, que fue al que más admiró.

Por sus ideas y por su manera de exponerlas, Baroja fue el literato más discutido y el más atacado de los escritores de su tiempo. Tal vez por el desorden habitual en sus novelas, y más aún por el tono ofensivo que adoptó para tantas cosas y por su brutal sinceridad, no alcanzó nunca la fama que merecía, la fama que alcanzaron muchos otros con menos méritos que él. El tiempo, en su labor justiciera, le ha ido situando en su lugar y hoy está considerado, dentro y fuera de su patria, como el primer novelista de la España contemporánea, al lado de Galdós, y para algunos por encima de éste.

(Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «Biografia de Pío Baroja». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004).


jueves, 15 de diciembre de 2022

CENTÉSIMO VIGÉSIMO ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DEL POETA RAFAEL ALBERTI (1902-2022)

 


Rafael Alberti nació en el Puerto de Santa María el 16 de diciembre de 1902, falleciendo en el mismo lugar el 28 de octubre de 1999. Sus padres pertenecían a familias de origen italiano asentadas en la región y dedicadas al negocio vinícola. Las frecuentes ausencias del padre por razones de trabajo le permitieron crecer libre de toda tutela, correteando por las dunas y las salinas a orillas del mar en compañía de su fiel perra Centella.

Aquella infancia despreocupada, abierta al sol y a la luz, comenzó a ensombrecerse cuando hubo de ingresar en el colegio San Luis Gonzaga de El Puerto, dirigido por los jesuitas de una forma estrictamente tradicional. Alberti se asfixiaba en las aulas de aquel establecimiento donde la enseñanza no era algo vivo y estimulante sino un conjunto de rígidas y monótonas normas a las que había que someterse. Se interesaba por la historia y el dibujo, pero parecía totalmente negado para las demás materias y era incapaz de soportar la disciplina del centro.

A las faltas de asistencia siguieron las reprimendas por parte de los profesores y de su propia familia. Quien muchos años después recibiría el Premio Cervantes de Literatura no acabó el cuarto año de bachillerato y en 1916 fue expulsado por mala conducta. En 1917 la familia Alberti se trasladó a Madrid, donde el padre veía la posibilidad de acrecentar sus negocios. Rafael había decidido seguir su vocación de pintor, y el descubrimiento del Museo del Prado fue para él decisivo. Los dibujos que hace en esta época el adolescente Alberti demuestran ya su talento para captar la estética del vanguardismo más avanzado, hasta el punto de que no tardará en conseguir que algunas de sus obras sean expuestas, primero en el Salón de Otoño y luego en el Ateneo de Madrid.

No obstante, cuando la carrera del nuevo artista empieza a despuntar, un acontecimiento triste le abrirá las puertas de otra forma de creación. Una noche de 1920, ante el cadáver de su padre, Alberti escribió sus primeros versos. El poeta había despertado y ya nada detendría el torrente de su voz. Una afección pulmonar le llevó a guardar obligado reposo en un pequeño hotel de la sierra de Guadarrama. Allí, entre los pinos y los límpidos montes, comenzará a trabajar en lo que luego será su primer libro, Marinero en tierra, muy influido por los cancioneros musicales españoles de los siglos XV y XVI. Comprende entonces que los versos le llenan más que la pintura, y en adelante ya nunca volverá a dudar sobre su auténtica vocación, aunque muchos años después, ya en el exilio, dedicaría algunos de sus poemarios a la pintura y a Picasso.

Al descubrimiento de la poesía sigue el encuentro con los poetas. De regreso a Madrid se rodeará de sus nuevos amigos de la Residencia de Estudiantes. Conoce a Federico García Lorca, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Vicente Aleixandre, Gerardo Diego, Miguel Hernández y otros jóvenes autores que van a constituir el más brillante grupo poético del siglo. Cuando en 1925 su Marinero en tierra reciba el Premio Nacional de Literatura, el que algunos conocidos llamaban "delgado pintorcillo medio tuberculoso que distrae sus horas haciendo versos" se convierte en una figura descollante de la lírica.

De aquel grupo de poetas hechizados por el surrealismo, que escribían entre risas juveniles versos intencionadamente disparatados o sublimes, surgió en 1927 la idea de rendir homenaje, con ocasión del tricentenario de su muerte, al maestro del barroco español Luis de Góngora, olvidado por la cultura oficial. Con el entusiasmo que les caracterizaba organizaron un sinfín de actos que culminaron en el Ateneo de Sevilla, donde Salinas, Lorca y el propio Alberti, entre otros, recitaron sus poemas en honor del insigne cordobés. Aquella hermosa iniciativa reforzó sus lazos de amistad y supuso la definitiva consolidación de la llamada Generación del 27, protagonista de la segunda edad de oro de la poesía española.

En los años siguientes Rafael Alberti atraviesa una profunda crisis existencial. A su precaria salud se unirá la falta de recursos económicos y la pérdida de la fe. La evolución de este conflicto interior puede rastrearse en sus libros, desde los versos futuristas e innovadores de Cal y canto hasta las insondables tinieblas de Sobre los ángeles. El poeta muestra de pronto su rostro más pesimista y asegura encontrarse "sin luz para siempre". Su alegría desbordante y su ilusionada visión del mundo quedan atrás, dejando paso a un espíritu torturado y doliente que se interroga sobre su misión y su lugar en el mundo. Se trata de una prueba de fuego de la que renacerá con más fuerza, provisto de nuevas convicciones y nuevos ideales.

En adelante, la pluma de Alberti se propondrá sacudir la conciencia dormida de un país que está a punto de vivir uno de los episodios más sangrientos de su historia: la Guerra Civil. Ha llegado el momento del compromiso político, que el poeta asume sin reservas, con toda la vehemencia de que es capaz. Participa activamente en las revueltas estudiantiles, apoya el advenimiento de la República y se afilia al Partido Comunista, lo que le acarreará graves enemistades. Para Alberti, la poesía se ha convertido en una forma de cambiar el mundo, en un arma necesaria para el combate.

En 1930 conocerá a María Teresa León, la mujer que más honda huella dejó en él y con la que compartió los momentos más importantes de su vida. Dotada de claridad política y talento literario, esta infatigable luchadora por la igualdad femenina dispersó con su fuerza y su valentía todas las dudas del poeta. Con ella fundó la revista revolucionaria Octubre y viajó por primera vez a la Unión Soviética para asistir a una reunión de escritores antifascistas.

El dramático estallido de la Guerra Civil en 1936 reforzó si cabe su compromiso con el pueblo. Enfundado en el mono azul de los milicianos, colaboró en salvar de los bombardeos los cuadros del Museo del Prado, acogió a intelectuales de todo el mundo que se unían a la lucha en favor de la República y llamó a la resistencia en el Madrid asediado, recitando versos urgentes que desde la capital del país llegaron a los campos de batalla más lejanos.

Al terminar la contienda, como tantos españoles que se veían abocados a un incierto destino, Rafael Alberti y María Teresa León abandonaron su patria y se trasladaron a París. Allí residieron hasta que el gobierno de Philippe Pétain, que les consideraba peligrosos militantes comunistas, les retiró el permiso de trabajo. Ante la amenaza de las tropas alemanas, en 1940 decidieron cruzar el Atlántico rumbo a Chile, acompañados por su amigo Pablo Neruda.

El exilio de Rafael Alberti fue largo. No regresó a España hasta 1977, después de haber vivido en Buenos Aires y Roma. Esperó a que el general Francisco Franco estuviese muerto para reencontrarse con algunos viejos amigos y descubrir que en su tierra no sólo le recordaban, sino que las nuevas generaciones leían ávidamente su poesía. Su corazón no albergaba rencor: "Me fui con el puño cerrado y vuelvo con la mano abierta". El mismo año de su llegada el Congreso de los Diputados le abrió sus puertas, tras haber sido elegido por las listas del Partido Comunista, pero no tardó en renunciar al escaño porque ante todo quería estar en contacto con el pueblo al que había cantado tantas veces.

Perplejo y regocijado, asistió a recitales, conferencias y homenajes multitudinarios en los que se ensalzaba su figura de poeta comprometido con la causa de la libertad. Fue distinguido con todos los premios literarios que un escritor vivo puede recibir en España, pero renunció al Príncipe de Asturias por sus convicciones republicanas. En la madrugada del 28 de octubre de 1999 murió plácidamente en su casa de El Puerto de Santa María, junto a las playas de su infancia, y en aquel mar que le pertenecía fueron esparcidas sus cenizas de marinero que hubo de vivir anclado en la tierra.

La poesía de Rafael Alberti

Sus primeras poesías quedaron recogidas bajo el título de Marinero en tierra, libro que obtuvo el Premio Nacional de Literatura (1924-25), otorgado por un jurado que integraban Antonio Machado, Ramón Menéndez Pidal y Gabriel Miró. A Marinero en tierra siguieron La Amante (1925) y El alba de alhelí (1925-26).

En estos primeros libros, Rafael Alberti se revela como un virtuoso de la forma con influjos de Gil Vicente, los anónimos del Cancionero y Romancero españoles, Garcilaso de la Vega, Luis de Góngora, Lope de Vega, Gustavo Adolfo Bécquer, Charles Baudelaire, Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado. La suya es una poesía "popular" -como explicó Juan Ramón Jiménez-, "pero sin acarreo fácil; personalísima; de tradición española, pero sin retorno innecesario; nueva; fresca y acabada a la vez; rendida, ágil, graciosa, parpadeante: andalucísima".

La etapa neogongorista y humorista de Cal y canto (1926-1927) marca la transición de este autor a la fase surrealista de Sobre los ángeles (1927-1928). Ésta última supone en su obra la irrupción violenta del verso libre y de un lenguaje simbólico y onírico, rotas ya las ataduras con la tradición anterior. Los ángeles aparecen como representaciones de las fuerzas del espíritu, íntimamente relacionadas con los ángeles del Antiguo Testamento.

A partir de entonces su obra deriva al tono político al afiliarse nuestro poeta al partido comunista. Esta actitud le lleva a considerar su obra anterior como un cielo cerrado y una contribución irremediable a la poesía burguesa. "Antes -escribió Alberti- mi poesía estaba al servicio de mí mismo y unos pocos. Hoy no. Lo que me impulsa a ello es la misma razón que mueve a los obreros y a los campesinos: o sea una razón revolucionaria."

La poesía de Alberti cobra así cada vez más un tono irónico y desgarrado con frecuentes caídas en el prosaísmo y el mal gusto. Así los poemas burlescos Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos (1929), Sermones y moradas (1929-1930) y la elegía cívica Con los zapatos puestos tengo que morir (1930). A partir de 1931 abordó el teatro, estrenando El hombre deshabitado y El adefesio. Recorrió luego con su esposa María Teresa León varios países de Europa, pensionado por la Junta de Ampliación de Estudios, para estudiar las nuevas tendencias del teatro. En 1933 escribió Consignas y Un fantasma recorre Europa, y en 1935, 13 bandas y 48 estrellas.

Tras la guerra civil, ya en el exilio, publicó en Buenos Aires A la pintura: Poema del color y la línea (1945) y un volumen que abarca la casi totalidad de su obra lírica, Poesía. La última voz de Alberti de esa época (reincidente en el primer tono neopopular) se nos aparece henchida de nostalgia por la patria, como se aprecia especialmente en Retornos de lo vivo lejano (1952). Otros títulos de esta etapa son Baladas y canciones del Paraná (1953), Abierto a todas horas (1964), Roma, peligro para caminantes (1968), Los ocho nombres de Picasso (1970) y Canciones del alto valle del Aniene (1972).

Después de su regreso a España en 1977, su producción poética continuó con la misma intensidad, prolongándose sin fisuras hasta muy avanzada edad. De entre los muy numerosos libros publicados cabe mencionar Fustigada luz (1980), Lo que canté y dije de Picasso (1981), Versos sueltos de cada día (1982), Golfo de sombras (1986), Accidente. Poemas del hospital (1987) y Canciones de Altair (1988). En los años ochenta publicó una continuación a su autobiografía, iniciada en 1942, La arboleda perdida. Memorias.

(Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «Biografia de Rafael Alberti». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004).

A continuación el poema "Salinero" de "Marinero en tierra":


                                        Y ya estarán los esteros

                                        rezumando azul de mar.

                                        ¡Dejadme ser, salineros,

                                        granito del salinar!


                                        ¡Qué bien, a la madrugada,

                                        correr en las vagonetas,

                                        llenas de nieve salada,

                                        hacia las blancas casetas!

                                        Dejo de ser marinero,

                                        madre, por ser salinero.


viernes, 2 de diciembre de 2022

NONAGÉSIMO QUINTO ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DEL ESCRITOR RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO (1927-2022)

 



Rafael Sánchez Ferlosio nació en Roma el 4 de diciembre de 1927, segundo de los tres hijos del escritor Rafael Sánchez Mazas y de la italiana Lucia Ferlosio.

Vivió sus primeros años en la capital italiana, donde su padre era corresponsal y cronista del diario ABC. Se educó en los jesuitas del colegio de San José de Villafranca de los Barros e inició estudios preparatorios para ingresar en la Escuela de Arquitectura, estudios que abandonó para cursar filología semiótica en la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, donde se doctoró en filosofía y letras.

En esos años en la universidad entró en contacto con un grupo de jóvenes escritores que moverían los hilos de la literatura española del medio siglo. Con Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández Santos y Carmen Martín Gaite (con quien se casaría en el año 1954), entre otros, conformaría una generación, unida por la amistad y por una actitud politizada, que pasaría a la historia como la “Generación del 50” o “Generación de los Niños de la Guerra”.

Rafael Sánchez Ferlosio comenzó su labor literaria a finales de los años cuarenta, publicando relatos en varias revistas. Junto a Ignacio Aldecoa y Alfonso Sastre asumió la dirección de la Revista Española, fundada por Antonio Rodríguez Moñino en 1953. Pese a su corta vida (dejó de publicarse en 1954), la Revista Española dio a conocer cuentos de escritores desconocidos o poco conocidos que luego fueron notables, e incluso obras teatrales de Juan Benet o algún artículo del filósofo Manuel Sacristán. En ella publicó Sánchez Ferlosio dos narraciones y la traducción de Totò, il buono, de Cesare Zavattini. En esos años su interés por el cine le llevó a iniciar estudios en la Escuela Oficial de Cinematografía, estudios que abandonaría posteriormente.

El Jarama

En 1951 Sánchez Ferlosio se dio a conocer oficialmente en el mundo de las letras con el relato Industrias y andanzas de Alfanhuí, obra en la que confluyen la ficción autobiográfica y una serie de recursos que, emparentados con lo fantástico, acentúan la sensación de descrédito de la realidad. El relato llamó la atención por la pulcritud del estilo y el interés argumental. Sin embargo, la fama y el reconocimiento internacional le llegaron a mediados de la década de los cincuenta con la novela El Jarama.

Dieciséis horas de un domingo de verano, junto al río que da título a la obra, constituyen el hilo argumental de una novela que se inscribe en la corriente neorrealista de los años cincuenta y que, sin lugar a dudas, abrió una nueva etapa en la narrativa española. En El Jarama (1955) -premio Nadal en 1955 y premio de la Crítica en 1957-, Sánchez Ferlosio retrata con minuciosa exactitud, con su tomavistas literario, el mundo de un grupo de jóvenes, recreando sus diálogos cotidianos, con sus peculiares modismos y giros populares. Es lo que se ha dado en llamar “novela magnetofón”, novela objetiva, sin narrador, registro de la pura conducta externa del individuo.

El Jarama supuso la consolidación de Sánchez Ferlosio entre los grandes nombres de la literatura del momento y tuvo una proyección decisiva en los ambientes literarios de la segunda mitad del siglo XX. Le seguirían, aunque bastantes años después, otras obras de narrativa, así como trabajos de literatura infantil y juvenil, pero sobre todo los ensayos, una de las facetas más valoradas del autor.

Ensayista y articulista

En 1974 publicó Las semanas del jardín, un volumen de reflexión crítica sobre las técnicas y los recursos narrativos, pero no sería hasta más de una década después, en 1986, cuando retomaría el género de la novela con El testimonio de Yarfoz, una historia épica e intimista con la que fue finalista del premio Nacional de Literatura, en su modalidad de narrativa. Ese mismo año aparecerían la colección de artículos La homilía del ratón, El ejército nacional, Mientras no cambien los dioses, nada habrá cambiado (espléndido ensayo contra la idea de progreso) y Campo de Marte.

Dio también a la imprenta otros libros de ensayos, entre ellos Ensayos y artículos (1992) y Vendrán más años malos y nos harán más ciegos (1993), una recopilación de textos dispersos (epigramas, versos, fábulas, aforismos) que desafían las convenciones y por el que obtuvo el premio Nacional de Ensayo y el premio Ciutat de Barcelona en 1994. Otros títulos posteriores son El alma y la vergüenza (2000), La hija de la guerra y la madre de la patria (2001) y Non olet (2003). Escribió además poesía, relatos -Y el corazón, caliente (1961), Dientes, pólvora, febrero (1961)- y narrativa infantil -El huésped de las nieves (1982), El escudo de Jotan (1989).

Por otra parte, desarrolló una intensa actividad periodística (colaboró en las revistas El Urogallo, Claves de Razón Práctica, Cuadernos Hispanoamericanos y Revista de Occidente y en los diarios Arriba, ABC, El País y Diario 16, entre otros) que se vería recompensada con prestigiosos premios, como el Francisco Cerecedo de la Asociación de Periodistas Europeos (1983), el Mariano de Cavia (2002) y el Francisco Valdés (2003). Doctor honoris causa por la Universidad La Sapienza de Roma y por la Universidad Autónoma de Madrid, sus obras han sido traducidas, entre otras lenguas, al inglés, al alemán, al francés, al italiano, al ruso y al chino.

Escritor con fama de huraño y extravagante, cita entre los autores que más le han influido a Karl Bühler, Max Weber y Theodor Adorno, y afirma sin tapujos que “no ha salido nada bueno después de Kafka”. Se ha caracterizado por mantener una postura crítica ante temas sociales como el ejército; se opuso públicamente a la guerra del Golfo y a la de Iraq, y calificó las celebraciones del quinto centenario del descubrimiento de América de “indigno festival”. Aficionado a la caza, Sánchez Ferlosio residió casi siempre en Madrid, aunque tenía una casita en Coria (Cáceres) a la que acudía siempre que podía. Tras separarse de la escritora Carmen Martín Gaite, con la que tuvo una hija, Marta (fallecida en 1982), se casó con Demetria Chamorro.

El 2 de diciembre de 2004 la ministra de Cultura, Carmen Calvo, hizo pública la decisión de concederle el premio Cervantes, el más importante de las letras españolas, en reconocimiento a su “espíritu libre” y a su “trabajo como narrador y ensayista”. Al dar a conocer su decisión, Víctor García de la Concha, presidente del jurado y director de la Real Academia Española, afirmó: “Sus ensayos son piezas literarias y ejemplo de la mejor escritura que se hace en lengua castellana”.

Sánchez Ferlosio recibió el galardón el 23 de abril de manos del rey Juan Carlos I, poco después de la aparición en las librerías de El geco. Cuentos y fragmentos, una recopilación de textos escritos entre 1956 y 2004, uno de ellos inédito, “Los príncipes concordes”, y de Un escrito sobre la guerra, publicado en la colección de inéditos del Instituto Cervantes.

El 1 de abril de 2019 falleció en Madrid.

(Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «Biografía de Rafael Sánchez Ferlosio». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004).

jueves, 1 de diciembre de 2022

PRESENTACIÓN DEL LIBRO "DÉJAME QUE TE CUENTE..." EN EL REAL E ILUSTRE COLEGIO DE MÉDICOS DE SEVILLA (29-11-2022)

El 29 de noviembre de 2022, tuvo lugar en el Real e Ilustre Colegio de Médicos de Sevilla, la presentación del libro de cuentos “Déjame que te cuente...” Son sus autores los miembros de la tertulia literaria La Literata. Agrupación de socios del Ateneo de Sevilla.

"Déjame que te cuente..." se concibió como edición, por parte de La Literata, para ser donada al Ateneo y ser empleada como regalo de reyes para niños que considerara la vocalía de acción social. Se hizo una primera edición a cargo de La Literata y una segunda edición que subvencionó el Real e Ilustre Colegio de Médicos de Sevilla. Subvención que gestionó Rosario Membrives.

La idea del proyecto “Déjame que te cuente...”partió de Ángel Nepomuceno Fernández, vicepresidente de La Literata. Toda la tertulia lo secundó. 24 autores.

La presentación en el Colegio de Médicos fue organizada por la contertulia de La Literata Rosario Membrives. Y los beneficios de la venta de libros se destinó a ANDEX, asociación de padres de niños con cáncer. Durante la presentación, la mesa de venta de libros fue asistida por voluntarias de ANDEX que, amablemente, colaboraron en la venta de ejemplares.



En el acto ocuparon la mesa el Dr. Gálvez por parte del Colegio, la doctora Álvarez Silván como fundadora de ANDEX y presidenta de La Literata. Agrupación de socios del Ateneo de Sevilla, y Ángel Nepomuceno como ideólogo del proyecto "Déjame que te cuente...", como moderadora actuó María Dolores Peña, secretaria de La Literata y amenizó, con su música, el pianista, compositor y arreglista Mariano Jesús Alda Membrives.







La Literata agradece al Colegio de Médicos de Sevilla la atención de cedernos el salón de actos para la celebración del evento, así como al Dr. Gálvez por su colaboración por parte del colegio y a la Dra. Membrives por organizar dicho evento. El cartel de presentación y divulgación del evento corrió a cargo de la contertulia de La Literata Lola Pizarraya.



La presentación audiovisual corrió a cargo de María Dolores Peña, contertulia y secretaria de La Literata.


CENTÉSIMO VIGÉSIMO ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DE GEORGE ORWELL (1903-2023)

George Orwell, seudónimo de Eric Blair, nació en Motihari (India) el 25 de junio de 1903, falleciendo en Londres el 21 de enero de 1950. E...