jueves, 15 de diciembre de 2022

CENTÉSIMO VIGÉSIMO ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DEL POETA RAFAEL ALBERTI (1902-2022)

 


Rafael Alberti nació en el Puerto de Santa María el 16 de diciembre de 1902, falleciendo en el mismo lugar el 28 de octubre de 1999. Sus padres pertenecían a familias de origen italiano asentadas en la región y dedicadas al negocio vinícola. Las frecuentes ausencias del padre por razones de trabajo le permitieron crecer libre de toda tutela, correteando por las dunas y las salinas a orillas del mar en compañía de su fiel perra Centella.

Aquella infancia despreocupada, abierta al sol y a la luz, comenzó a ensombrecerse cuando hubo de ingresar en el colegio San Luis Gonzaga de El Puerto, dirigido por los jesuitas de una forma estrictamente tradicional. Alberti se asfixiaba en las aulas de aquel establecimiento donde la enseñanza no era algo vivo y estimulante sino un conjunto de rígidas y monótonas normas a las que había que someterse. Se interesaba por la historia y el dibujo, pero parecía totalmente negado para las demás materias y era incapaz de soportar la disciplina del centro.

A las faltas de asistencia siguieron las reprimendas por parte de los profesores y de su propia familia. Quien muchos años después recibiría el Premio Cervantes de Literatura no acabó el cuarto año de bachillerato y en 1916 fue expulsado por mala conducta. En 1917 la familia Alberti se trasladó a Madrid, donde el padre veía la posibilidad de acrecentar sus negocios. Rafael había decidido seguir su vocación de pintor, y el descubrimiento del Museo del Prado fue para él decisivo. Los dibujos que hace en esta época el adolescente Alberti demuestran ya su talento para captar la estética del vanguardismo más avanzado, hasta el punto de que no tardará en conseguir que algunas de sus obras sean expuestas, primero en el Salón de Otoño y luego en el Ateneo de Madrid.

No obstante, cuando la carrera del nuevo artista empieza a despuntar, un acontecimiento triste le abrirá las puertas de otra forma de creación. Una noche de 1920, ante el cadáver de su padre, Alberti escribió sus primeros versos. El poeta había despertado y ya nada detendría el torrente de su voz. Una afección pulmonar le llevó a guardar obligado reposo en un pequeño hotel de la sierra de Guadarrama. Allí, entre los pinos y los límpidos montes, comenzará a trabajar en lo que luego será su primer libro, Marinero en tierra, muy influido por los cancioneros musicales españoles de los siglos XV y XVI. Comprende entonces que los versos le llenan más que la pintura, y en adelante ya nunca volverá a dudar sobre su auténtica vocación, aunque muchos años después, ya en el exilio, dedicaría algunos de sus poemarios a la pintura y a Picasso.

Al descubrimiento de la poesía sigue el encuentro con los poetas. De regreso a Madrid se rodeará de sus nuevos amigos de la Residencia de Estudiantes. Conoce a Federico García Lorca, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Vicente Aleixandre, Gerardo Diego, Miguel Hernández y otros jóvenes autores que van a constituir el más brillante grupo poético del siglo. Cuando en 1925 su Marinero en tierra reciba el Premio Nacional de Literatura, el que algunos conocidos llamaban "delgado pintorcillo medio tuberculoso que distrae sus horas haciendo versos" se convierte en una figura descollante de la lírica.

De aquel grupo de poetas hechizados por el surrealismo, que escribían entre risas juveniles versos intencionadamente disparatados o sublimes, surgió en 1927 la idea de rendir homenaje, con ocasión del tricentenario de su muerte, al maestro del barroco español Luis de Góngora, olvidado por la cultura oficial. Con el entusiasmo que les caracterizaba organizaron un sinfín de actos que culminaron en el Ateneo de Sevilla, donde Salinas, Lorca y el propio Alberti, entre otros, recitaron sus poemas en honor del insigne cordobés. Aquella hermosa iniciativa reforzó sus lazos de amistad y supuso la definitiva consolidación de la llamada Generación del 27, protagonista de la segunda edad de oro de la poesía española.

En los años siguientes Rafael Alberti atraviesa una profunda crisis existencial. A su precaria salud se unirá la falta de recursos económicos y la pérdida de la fe. La evolución de este conflicto interior puede rastrearse en sus libros, desde los versos futuristas e innovadores de Cal y canto hasta las insondables tinieblas de Sobre los ángeles. El poeta muestra de pronto su rostro más pesimista y asegura encontrarse "sin luz para siempre". Su alegría desbordante y su ilusionada visión del mundo quedan atrás, dejando paso a un espíritu torturado y doliente que se interroga sobre su misión y su lugar en el mundo. Se trata de una prueba de fuego de la que renacerá con más fuerza, provisto de nuevas convicciones y nuevos ideales.

En adelante, la pluma de Alberti se propondrá sacudir la conciencia dormida de un país que está a punto de vivir uno de los episodios más sangrientos de su historia: la Guerra Civil. Ha llegado el momento del compromiso político, que el poeta asume sin reservas, con toda la vehemencia de que es capaz. Participa activamente en las revueltas estudiantiles, apoya el advenimiento de la República y se afilia al Partido Comunista, lo que le acarreará graves enemistades. Para Alberti, la poesía se ha convertido en una forma de cambiar el mundo, en un arma necesaria para el combate.

En 1930 conocerá a María Teresa León, la mujer que más honda huella dejó en él y con la que compartió los momentos más importantes de su vida. Dotada de claridad política y talento literario, esta infatigable luchadora por la igualdad femenina dispersó con su fuerza y su valentía todas las dudas del poeta. Con ella fundó la revista revolucionaria Octubre y viajó por primera vez a la Unión Soviética para asistir a una reunión de escritores antifascistas.

El dramático estallido de la Guerra Civil en 1936 reforzó si cabe su compromiso con el pueblo. Enfundado en el mono azul de los milicianos, colaboró en salvar de los bombardeos los cuadros del Museo del Prado, acogió a intelectuales de todo el mundo que se unían a la lucha en favor de la República y llamó a la resistencia en el Madrid asediado, recitando versos urgentes que desde la capital del país llegaron a los campos de batalla más lejanos.

Al terminar la contienda, como tantos españoles que se veían abocados a un incierto destino, Rafael Alberti y María Teresa León abandonaron su patria y se trasladaron a París. Allí residieron hasta que el gobierno de Philippe Pétain, que les consideraba peligrosos militantes comunistas, les retiró el permiso de trabajo. Ante la amenaza de las tropas alemanas, en 1940 decidieron cruzar el Atlántico rumbo a Chile, acompañados por su amigo Pablo Neruda.

El exilio de Rafael Alberti fue largo. No regresó a España hasta 1977, después de haber vivido en Buenos Aires y Roma. Esperó a que el general Francisco Franco estuviese muerto para reencontrarse con algunos viejos amigos y descubrir que en su tierra no sólo le recordaban, sino que las nuevas generaciones leían ávidamente su poesía. Su corazón no albergaba rencor: "Me fui con el puño cerrado y vuelvo con la mano abierta". El mismo año de su llegada el Congreso de los Diputados le abrió sus puertas, tras haber sido elegido por las listas del Partido Comunista, pero no tardó en renunciar al escaño porque ante todo quería estar en contacto con el pueblo al que había cantado tantas veces.

Perplejo y regocijado, asistió a recitales, conferencias y homenajes multitudinarios en los que se ensalzaba su figura de poeta comprometido con la causa de la libertad. Fue distinguido con todos los premios literarios que un escritor vivo puede recibir en España, pero renunció al Príncipe de Asturias por sus convicciones republicanas. En la madrugada del 28 de octubre de 1999 murió plácidamente en su casa de El Puerto de Santa María, junto a las playas de su infancia, y en aquel mar que le pertenecía fueron esparcidas sus cenizas de marinero que hubo de vivir anclado en la tierra.

La poesía de Rafael Alberti

Sus primeras poesías quedaron recogidas bajo el título de Marinero en tierra, libro que obtuvo el Premio Nacional de Literatura (1924-25), otorgado por un jurado que integraban Antonio Machado, Ramón Menéndez Pidal y Gabriel Miró. A Marinero en tierra siguieron La Amante (1925) y El alba de alhelí (1925-26).

En estos primeros libros, Rafael Alberti se revela como un virtuoso de la forma con influjos de Gil Vicente, los anónimos del Cancionero y Romancero españoles, Garcilaso de la Vega, Luis de Góngora, Lope de Vega, Gustavo Adolfo Bécquer, Charles Baudelaire, Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado. La suya es una poesía "popular" -como explicó Juan Ramón Jiménez-, "pero sin acarreo fácil; personalísima; de tradición española, pero sin retorno innecesario; nueva; fresca y acabada a la vez; rendida, ágil, graciosa, parpadeante: andalucísima".

La etapa neogongorista y humorista de Cal y canto (1926-1927) marca la transición de este autor a la fase surrealista de Sobre los ángeles (1927-1928). Ésta última supone en su obra la irrupción violenta del verso libre y de un lenguaje simbólico y onírico, rotas ya las ataduras con la tradición anterior. Los ángeles aparecen como representaciones de las fuerzas del espíritu, íntimamente relacionadas con los ángeles del Antiguo Testamento.

A partir de entonces su obra deriva al tono político al afiliarse nuestro poeta al partido comunista. Esta actitud le lleva a considerar su obra anterior como un cielo cerrado y una contribución irremediable a la poesía burguesa. "Antes -escribió Alberti- mi poesía estaba al servicio de mí mismo y unos pocos. Hoy no. Lo que me impulsa a ello es la misma razón que mueve a los obreros y a los campesinos: o sea una razón revolucionaria."

La poesía de Alberti cobra así cada vez más un tono irónico y desgarrado con frecuentes caídas en el prosaísmo y el mal gusto. Así los poemas burlescos Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos (1929), Sermones y moradas (1929-1930) y la elegía cívica Con los zapatos puestos tengo que morir (1930). A partir de 1931 abordó el teatro, estrenando El hombre deshabitado y El adefesio. Recorrió luego con su esposa María Teresa León varios países de Europa, pensionado por la Junta de Ampliación de Estudios, para estudiar las nuevas tendencias del teatro. En 1933 escribió Consignas y Un fantasma recorre Europa, y en 1935, 13 bandas y 48 estrellas.

Tras la guerra civil, ya en el exilio, publicó en Buenos Aires A la pintura: Poema del color y la línea (1945) y un volumen que abarca la casi totalidad de su obra lírica, Poesía. La última voz de Alberti de esa época (reincidente en el primer tono neopopular) se nos aparece henchida de nostalgia por la patria, como se aprecia especialmente en Retornos de lo vivo lejano (1952). Otros títulos de esta etapa son Baladas y canciones del Paraná (1953), Abierto a todas horas (1964), Roma, peligro para caminantes (1968), Los ocho nombres de Picasso (1970) y Canciones del alto valle del Aniene (1972).

Después de su regreso a España en 1977, su producción poética continuó con la misma intensidad, prolongándose sin fisuras hasta muy avanzada edad. De entre los muy numerosos libros publicados cabe mencionar Fustigada luz (1980), Lo que canté y dije de Picasso (1981), Versos sueltos de cada día (1982), Golfo de sombras (1986), Accidente. Poemas del hospital (1987) y Canciones de Altair (1988). En los años ochenta publicó una continuación a su autobiografía, iniciada en 1942, La arboleda perdida. Memorias.

(Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «Biografia de Rafael Alberti». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004).

A continuación el poema "Salinero" de "Marinero en tierra":


                                        Y ya estarán los esteros

                                        rezumando azul de mar.

                                        ¡Dejadme ser, salineros,

                                        granito del salinar!


                                        ¡Qué bien, a la madrugada,

                                        correr en las vagonetas,

                                        llenas de nieve salada,

                                        hacia las blancas casetas!

                                        Dejo de ser marinero,

                                        madre, por ser salinero.


viernes, 2 de diciembre de 2022

NONAGÉSIMO QUINTO ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DEL ESCRITOR RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO (1927-2022)

 



Rafael Sánchez Ferlosio nació en Roma el 4 de diciembre de 1927, segundo de los tres hijos del escritor Rafael Sánchez Mazas y de la italiana Lucia Ferlosio.

Vivió sus primeros años en la capital italiana, donde su padre era corresponsal y cronista del diario ABC. Se educó en los jesuitas del colegio de San José de Villafranca de los Barros e inició estudios preparatorios para ingresar en la Escuela de Arquitectura, estudios que abandonó para cursar filología semiótica en la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, donde se doctoró en filosofía y letras.

En esos años en la universidad entró en contacto con un grupo de jóvenes escritores que moverían los hilos de la literatura española del medio siglo. Con Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández Santos y Carmen Martín Gaite (con quien se casaría en el año 1954), entre otros, conformaría una generación, unida por la amistad y por una actitud politizada, que pasaría a la historia como la “Generación del 50” o “Generación de los Niños de la Guerra”.

Rafael Sánchez Ferlosio comenzó su labor literaria a finales de los años cuarenta, publicando relatos en varias revistas. Junto a Ignacio Aldecoa y Alfonso Sastre asumió la dirección de la Revista Española, fundada por Antonio Rodríguez Moñino en 1953. Pese a su corta vida (dejó de publicarse en 1954), la Revista Española dio a conocer cuentos de escritores desconocidos o poco conocidos que luego fueron notables, e incluso obras teatrales de Juan Benet o algún artículo del filósofo Manuel Sacristán. En ella publicó Sánchez Ferlosio dos narraciones y la traducción de Totò, il buono, de Cesare Zavattini. En esos años su interés por el cine le llevó a iniciar estudios en la Escuela Oficial de Cinematografía, estudios que abandonaría posteriormente.

El Jarama

En 1951 Sánchez Ferlosio se dio a conocer oficialmente en el mundo de las letras con el relato Industrias y andanzas de Alfanhuí, obra en la que confluyen la ficción autobiográfica y una serie de recursos que, emparentados con lo fantástico, acentúan la sensación de descrédito de la realidad. El relato llamó la atención por la pulcritud del estilo y el interés argumental. Sin embargo, la fama y el reconocimiento internacional le llegaron a mediados de la década de los cincuenta con la novela El Jarama.

Dieciséis horas de un domingo de verano, junto al río que da título a la obra, constituyen el hilo argumental de una novela que se inscribe en la corriente neorrealista de los años cincuenta y que, sin lugar a dudas, abrió una nueva etapa en la narrativa española. En El Jarama (1955) -premio Nadal en 1955 y premio de la Crítica en 1957-, Sánchez Ferlosio retrata con minuciosa exactitud, con su tomavistas literario, el mundo de un grupo de jóvenes, recreando sus diálogos cotidianos, con sus peculiares modismos y giros populares. Es lo que se ha dado en llamar “novela magnetofón”, novela objetiva, sin narrador, registro de la pura conducta externa del individuo.

El Jarama supuso la consolidación de Sánchez Ferlosio entre los grandes nombres de la literatura del momento y tuvo una proyección decisiva en los ambientes literarios de la segunda mitad del siglo XX. Le seguirían, aunque bastantes años después, otras obras de narrativa, así como trabajos de literatura infantil y juvenil, pero sobre todo los ensayos, una de las facetas más valoradas del autor.

Ensayista y articulista

En 1974 publicó Las semanas del jardín, un volumen de reflexión crítica sobre las técnicas y los recursos narrativos, pero no sería hasta más de una década después, en 1986, cuando retomaría el género de la novela con El testimonio de Yarfoz, una historia épica e intimista con la que fue finalista del premio Nacional de Literatura, en su modalidad de narrativa. Ese mismo año aparecerían la colección de artículos La homilía del ratón, El ejército nacional, Mientras no cambien los dioses, nada habrá cambiado (espléndido ensayo contra la idea de progreso) y Campo de Marte.

Dio también a la imprenta otros libros de ensayos, entre ellos Ensayos y artículos (1992) y Vendrán más años malos y nos harán más ciegos (1993), una recopilación de textos dispersos (epigramas, versos, fábulas, aforismos) que desafían las convenciones y por el que obtuvo el premio Nacional de Ensayo y el premio Ciutat de Barcelona en 1994. Otros títulos posteriores son El alma y la vergüenza (2000), La hija de la guerra y la madre de la patria (2001) y Non olet (2003). Escribió además poesía, relatos -Y el corazón, caliente (1961), Dientes, pólvora, febrero (1961)- y narrativa infantil -El huésped de las nieves (1982), El escudo de Jotan (1989).

Por otra parte, desarrolló una intensa actividad periodística (colaboró en las revistas El Urogallo, Claves de Razón Práctica, Cuadernos Hispanoamericanos y Revista de Occidente y en los diarios Arriba, ABC, El País y Diario 16, entre otros) que se vería recompensada con prestigiosos premios, como el Francisco Cerecedo de la Asociación de Periodistas Europeos (1983), el Mariano de Cavia (2002) y el Francisco Valdés (2003). Doctor honoris causa por la Universidad La Sapienza de Roma y por la Universidad Autónoma de Madrid, sus obras han sido traducidas, entre otras lenguas, al inglés, al alemán, al francés, al italiano, al ruso y al chino.

Escritor con fama de huraño y extravagante, cita entre los autores que más le han influido a Karl Bühler, Max Weber y Theodor Adorno, y afirma sin tapujos que “no ha salido nada bueno después de Kafka”. Se ha caracterizado por mantener una postura crítica ante temas sociales como el ejército; se opuso públicamente a la guerra del Golfo y a la de Iraq, y calificó las celebraciones del quinto centenario del descubrimiento de América de “indigno festival”. Aficionado a la caza, Sánchez Ferlosio residió casi siempre en Madrid, aunque tenía una casita en Coria (Cáceres) a la que acudía siempre que podía. Tras separarse de la escritora Carmen Martín Gaite, con la que tuvo una hija, Marta (fallecida en 1982), se casó con Demetria Chamorro.

El 2 de diciembre de 2004 la ministra de Cultura, Carmen Calvo, hizo pública la decisión de concederle el premio Cervantes, el más importante de las letras españolas, en reconocimiento a su “espíritu libre” y a su “trabajo como narrador y ensayista”. Al dar a conocer su decisión, Víctor García de la Concha, presidente del jurado y director de la Real Academia Española, afirmó: “Sus ensayos son piezas literarias y ejemplo de la mejor escritura que se hace en lengua castellana”.

Sánchez Ferlosio recibió el galardón el 23 de abril de manos del rey Juan Carlos I, poco después de la aparición en las librerías de El geco. Cuentos y fragmentos, una recopilación de textos escritos entre 1956 y 2004, uno de ellos inédito, “Los príncipes concordes”, y de Un escrito sobre la guerra, publicado en la colección de inéditos del Instituto Cervantes.

El 1 de abril de 2019 falleció en Madrid.

(Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «Biografía de Rafael Sánchez Ferlosio». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004).

jueves, 1 de diciembre de 2022

PRESENTACIÓN DEL LIBRO "DÉJAME QUE TE CUENTE..." EN EL REAL E ILUSTRE COLEGIO DE MÉDICOS DE SEVILLA (29-11-2022)

El 29 de noviembre de 2022, tuvo lugar en el Real e Ilustre Colegio de Médicos de Sevilla, la presentación del libro de cuentos “Déjame que te cuente...” Son sus autores los miembros de la tertulia literaria La Literata. Agrupación de socios del Ateneo de Sevilla.

"Déjame que te cuente..." se concibió como edición, por parte de La Literata, para ser donada al Ateneo y ser empleada como regalo de reyes para niños que considerara la vocalía de acción social. Se hizo una primera edición a cargo de La Literata y una segunda edición que subvencionó el Real e Ilustre Colegio de Médicos de Sevilla. Subvención que gestionó Rosario Membrives.

La idea del proyecto “Déjame que te cuente...”partió de Ángel Nepomuceno Fernández, vicepresidente de La Literata. Toda la tertulia lo secundó. 24 autores.

La presentación en el Colegio de Médicos fue organizada por la contertulia de La Literata Rosario Membrives. Y los beneficios de la venta de libros se destinó a ANDEX, asociación de padres de niños con cáncer. Durante la presentación, la mesa de venta de libros fue asistida por voluntarias de ANDEX que, amablemente, colaboraron en la venta de ejemplares.



En el acto ocuparon la mesa el Dr. Gálvez por parte del Colegio, la doctora Álvarez Silván como fundadora de ANDEX y presidenta de La Literata. Agrupación de socios del Ateneo de Sevilla, y Ángel Nepomuceno como ideólogo del proyecto "Déjame que te cuente...", como moderadora actuó María Dolores Peña, secretaria de La Literata y amenizó, con su música, el pianista, compositor y arreglista Mariano Jesús Alda Membrives.







La Literata agradece al Colegio de Médicos de Sevilla la atención de cedernos el salón de actos para la celebración del evento, así como al Dr. Gálvez por su colaboración por parte del colegio y a la Dra. Membrives por organizar dicho evento. El cartel de presentación y divulgación del evento corrió a cargo de la contertulia de La Literata Lola Pizarraya.



La presentación audiovisual corrió a cargo de María Dolores Peña, contertulia y secretaria de La Literata.


jueves, 17 de noviembre de 2022

PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE CUENTOS "DÉJAME QUE TE CUENTE..." A BENEFICIO DE ANDEX EN EL COLEGIO OFICIAL DE MÉDICOS DE SEVILLA

 

LOS LIBROS DE CLARAS MUJERES EN EUROPA (Resumen de la conferencia impartida por Isabel Álvarez el 16 de noviembre de 2022)

 


LOS LIBROS DE CLARAS MUJERES EN EUROPA

TRADICIÓN HUMANISTA DE VIDAS ILUSTRES

El humanismo resucitó las tendencias literarias del mundo clásico, al que tomó como modelo. Entre estos antecedentes rescatados del mundo clásico estuvo la escritura de vidas ilustres, género que contó en la Antigüedad con significados ejemplos, como las «Vidas paralelas» de Plutarco, las «Vidas de los doce césares» de Suetonio o «De viris illustribus», del mismo autor, que es la obra que, de alguna manera, dio nombre al género.

Las vidas ilustres constituyeron uno de los tópicos de la literatura romana en la línea del tropos retórico del exemplum, es decir, con la finalidad didáctica y moralizadora de ofrecer unos ejemplos de vida a imitar. También a lo largo de la Baja Edad Media hubo representaciones culturales de esta tradición en forma de galerías de varones ilustres, en particular los llamados Nueve de la Fama, representados en esculturas y tapices, y que fueron considerados como los máximos representantes del ideal de caballería de la época. En el ámbito religioso, también se cultivó esta tradición, como lo atestigua «De viris illustribus» de san Jerónimo, escrito a finales del siglo IV, donde se recogían las vidas de ciento treinta y cinco ilustres varones de la Iglesia, desde san Pedro hasta el propio san Jerónimo. San Jerónimo se fijó en vidas de hombres insignes en virtudes morales desde el punto de vista cristiano, dando gran importancia a la cantidad de obra escrita que aquellos dejaron. Otro libro de similares características, aunque de menor repercusión, fue el escrito por Ildefonso de Toledo.

Es decir, la tradición clásica ponía el acento en los valores cívicos y culturales; la medieval, en cambio, lo haría en los morales. Ambos precedentes serán la inspiración de los autores humanistas que escriben sobre vidas ilustres.

Este género literario respondía a los gustos del modelo pedagógico del Renacimiento, que puso en marcha los studia humanitatis, a través de los cuales se recuperan, en gran medida a través de las copias que llegan desde Bizancio a Venecia, muchos autores del mundo clásico que habían dejado de leerse y estudiarse,  o que habían quedado diluidos por la lectura moralista que de ellos se había hecho durante la Edad Media. Estos studia humanitatis se ponen en marcha en las nuevas universidades que surgen en la época, como la de Alcalá de Henares, y suponen una gran novedad respecto a las asignaturas del escolasticismo imperante en las universidades antiguas como la Sorbona, Bolonia o Salamanca, en las que se seguía el modelo aristotélico-tomista, que primaba las disciplinas donde se había concentrado la doctrina de las autoridades: teología, filosofía moral y natural, derecho, sobre todo el canónico, y artes liberales como la medicina, y en donde las clases consistían en comentar las autoridades. Las humanidades, en cambio, introducen una pedagogía a base de ejercicios prácticos sobre textos antiguos relacionados con el universo del ser humano y sus problemas: ética, política, retórica, lingüística, gramática, lenguas clásicas, poesía; en definitiva, autores que hablaban de la experiencia humana y los asuntos mundanos.

La tradición literaria de vidas de varones ilustres experimentó una renovación en esta época. Se tomó el modelo literario del mundo antiguo, pero, al igual que sucedió con otras temáticas, incorporando novedades propias de su tiempo. Las vidas ilustres van a convertirse en una representación cultural muy extendida ya desde el siglo XIV a partir del «De viris illustribus» de Petrarca. Esta obra de Petrarca se estructuró como notas biográficas sintéticas de políticos, escritores o militares del mundo antiguo, junto a personajes bíblicos o héroes legendarios1. Eran vidas que interesaban porque proponían como modelo a un personaje público, del que se ensalzaba la dimensión ejemplar de su existencia, lo que los convertía en arquetipos de conducta y ejemplos de ciudadanía. Se construye así un modelo de honor basado en la virtud, fundamentado en las hazañas y gestas llevadas a cabo. Así, se destacaban comúnmente comportamientos abnegados, gestos de sacrificio, pero también, en ocasiones, eran mencionados defectos y rasgos de carácter poco elogiosos del personaje, ya que todo ello servía para explicar su comportamiento.

La tradición renacentista de vidas ilustres se cruzó con otra muy cultivada en la época, la hagiográfica. Esta última comenzó como género a mediados del siglo XIII con la «Leyenda áurea» de Jacobo de La Vorágine. En cierto modo, las vidas de los santos también cobraron una dimensión pública, ya que sirvieron para consolidar acciones políticas, como la conquista de un reino o la fundación de una ciudad con la intervención y mediación espiritual de un santo. Las vidas de santos, tal y como se cultivaron en la Edad Media, ponían el acento en el milagro y la leyenda. Pero será a partir del Renacimiento y del concilio de Trento cuando se cultive con un cierto criterio historicista que pretenda depurar y desterrar lo legendario, para reivindicar la santidad frente a las críticas a la veneración de los santos que esgrimían las iglesias protestantes.

Estas vidas de santos o Flos sanctorum, como se conocieron en su tiempo, llegaron a tener gran riqueza informativa. En el Renacimiento, siguiendo el sentir de la época, las vidas de santos pusieron más el acento en la dimensión humana del santo en cuestión más que en el milagro. Es un género que se seguirá cultivando con profusión durante el Barroco, atendiendo a las necesidades espirituales de su momento.

La eclosión del género de viri illustres, como producto de la síntesis de la tradición clásica y la hagiográfica, no se produjo, sin  embargo, hasta el siglo XVI a partir de la obra del humanista, médico, historiador y biógrafo italiano Paolo Giovio, el cual seleccionó sus  personajes  en  función  de  su  oficio, pues dedicó una obra a los hombres de letras, «Elogia virorum litteris illustrium» (1546), y otra a hombres destacados en el arte de la guerra, «Elogia virorum bellica virtute illustrium» (1575). 2

En Italia, Giorgio Vasari dio un paso más en el género con su obra «Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos» (1550), creando un subgénero fundamental en la historia del arte, el de las vidas de artistas. A pesar de habérsele achacado escasa fiabilidad en cuanto a comprobación de lugares y fechas, Vasari consigue darle a los pensamientos de los pintores una relevancia que los sitúa al nivel de la narración de vidas políticas, en lo que muestra un gran sentimiento de orgullo por los cultivadores de su oficio y gran conciencia de la tradición pictórica y literaria italiana.

En los reinos españoles, el género cobró impulso desde el siglo XV, siendo varios los autores que lo cultivaron. Son dignos de destacar «Claros varones de Castilla» (1486), de Fernando del Pulgar, donde se traza la semblanza de 24 personajes de la corte de Enrique IV, o «Generaciones y semblanzas» (1450-55), de Pérez de Guzmán. En la misma línea, el pintor Francisco Pacheco, suegro de Velázquez, escribió el «Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones», escrita entre 1599 y 1637.

Una de las obras más significativas fue «De virorum doctorum», publicada en 1572, obra de Benito Arias Montano, humanista muy versado en lenguas antiguas, en la que plasma 44 retratos con sus correspondientes grabados, realizados por el impresor Philips Galle, donde recoge la vida, entre otros, de los principales humanistas (Tomás Moro, Luis Vives, Erasmo, o el propio Arias Montano), autores italianos (Dante, Boccaccio, Petrarca) o incluso el papa Adriano VI. Hay una imitatio respecto al modelo petrarquiano, una voluntad de emulación, pero también de superación. En cuanto a la estructura formal, sigue plenamente el modelo emblemático puesto de moda a partir del «Emblematum liber» de Alciato, ya que se combinan texto, poesía e imagen para glosar un lugar común relativo a un personaje, sintetizado en el mote. Sus principales innovaciones, en cuanto a los personajes tratados, son el hecho de que muchos de los retratados eran contemporáneos del autor, así como el carácter internacional de la muestra.

LAS CLARAS MUJERES

Una variante del género de vidas ilustres fueron los libros de claras mujeres, siguiendo igualmente el modelo clásico de «Mulierum virtutes» de Plutarco, que ya había defendido en su obra que «una y la misma es la virtud del hombre y de la mujer». Esta tradición se retomó en los albores del humanismo con «De claris mulieribus», de Boccaccio, obra escrita en la segunda mitad del siglo XIV, donde el autor recogió ejemplos de vidas femeninas en las que se destacaban muy diversos aspectos.

En general, son modelos de virtud femenina desde el punto de vista de sus cualidades morales, pero también figuran algunas mujeres destacables por su conocimiento o vida civil, e incluso por su maldad, atrevimiento o audacia, como pueden ser Medea o Semíramis; cualidades estas últimas negativas para la mujer en su época, pero que quedan dignificadas a través del tratamiento que de ellas hace el autor. De hecho, muchos de estos últimos aspectos fueron matizados en la traducción al romance que de la obra se hizo, editada en Zaragoza en 1494.3 Ya muchas de las historias del «Decamerón» estaban ubicadas en escenarios históricos, por lo que eran ambientes que Boccaccio conocía bien. El autor es muy sensible a la condición humana, a sus virtudes y defectos, aspecto que destaca en esta última obra. «De claris mulieribus» debió gozar de un cierto éxito, a la vista de las muchas bibliotecas de la época moderna en las que aparece consignado.

La modernidad de la obra de Boccaccio está en considerar a las mujeres como sujetos de interés, cuya vida merece ser contada al igual que la de los hombres, además de en el tratamiento que de ellas hace. Sin embargo, en la obra se comprueba que el mayor elogio que el autor puede concebir para una mujer es que tenga un espíritu viril. No hay que olvidar que estamos ante una sociedad misógina, misoginia que aparece reflejada en las fuentes en general y en particular en los escritos de los pensadores que se tomaron como modelo de estudio en la Edad Media, Aristóteles 4 y san Agustín 5, que retratan al género femenino como seres volubles y poco fiables, sometidas al varón por su inferior condición, además de fuente de tentaciones. Sin embargo, hay contradicciones en el tratamiento dado a la mujer en la obra de Boccaccio: simultáneamente a la escritura de «De claris mulieribus» compuso otra obra, «Casibus virorum illustrium», su correspondiente masculino, en el que, por el contrario, realiza un tratamiento misógino de la figura de la mujer, más acorde con la tradición cultural de su tiempo.6

En su obra dedicada a las claras mujeres, sin embargo, pretende mostrar cómo la virtud ha logrado vencer a los pobres dones que la naturaleza ha concedido a las mujeres. Se trata, pues, de mujeres que han destacado por su aplicación, esfuerzo y superación y que, incluso aunque algunas de ellas no hayan tenido vida edificante, ha quedado de ellas su fama en la historia y eso ha tenido que ser por la razón de que han sido, de alguna manera, excepcionales en su devenir en el mundo. Pero para comprender tanto las contradicciones de la obra boccacciana como el estado de la cuestión en que se inscribe, es necesario hacer primero una breve reflexión sobre las certezas imperantes en el mundo medieval al respecto de la mujer, y que eran, en general, hostiles hacia esta.

A lo largo de los siglos XIII y XIV, se desarrolló una corriente literaria, basada en el escolasticismo, fundamentalmente en Francia e Italia, dedicada a denostar a la mujer. Esto provocó, desde finales del siglo XIV y a lo largo de toda la Edad Moderna, que surgiese un debate literario y académico conocido como la querella de las damas, en el marco del cual se escribieron textos a favor y en contra de la virtud de la mujer, su capacidad intelectual y acceso a la educación, y su participación en la vida pública. No olvidemos que los más ínclitos humanistas como Erasmo o Luis Vives, escribieron acerca de la imbecilitas de la mujer y defendieron el que su educación no podía tener más objetivo que el de criar hijas y esposas sumisas, recomendando para las mujeres el silencio y la sumisión, en la línea de las epístolas de san Pablo7 a Timoteo o a los Corintios. De esta manera, la obediencia y sujeción de la mujer al marido se convertía en cuestión de ley divina.
En el siglo XV hubo abundante literatura que trató las virtudes y defectos de la mujer, tanto siguiendo la tradición anterior, como en un sentido más favorable al género femenino. Aunque no faltaron exponentes misóginos, se puede decir que en España triunfó, por su mayor producción, la versión profeminista de la polémica, hecho que Lola Pons explica por tratarse en su mayor parte de autores letrados pertenecientes a la nobleza e imbuidos de la visión del amor cortés.8

En esta línea, encontramos en España varias obras de defensa de las mujeres, como la «Defensa de virtuosas mujeres» de Pedro de Valera, «Triunfo de las mujeres» de Roís de Corella o el «Jardín de nobles doncellas» de Martín Alonso de Córdoba. También Alonso de Cartagena se ocupó de la cuestión; si bien se le atribuye un «Libro de las mujeres ilustres», recientes estudios han demostrado que se trata de una falsa atribución,9 aunque el autor sí se ocupó de la cuestión en la respuesta a la IV cuestión planteada en su «Duodenarium», donde proporciona varios ejemplos de virtud femenina.10

Pero la obra cumbre en el género en Castilla será la del condestable don Álvaro de Luna, «Virtuosas e claras mugeres», escrita en 1446. El enfoque de este autor es distinto al boccacciano, en cuanto que toma como modelos mujeres que destacan en la medida en que son buenas esposas y buenas madres. Álvaro de Luna estructura su obra en tres libros y las figuras de mujer recogidas en su obra en cuatro categorías: santas, mujeres con el don de la profecía, reinas y mujeres enseñadas. Sigue el tópico de la época de justificar por qué se escribe argumentando que lo hace para que las vidas de estas mujeres no caigan en el olvido.

«El primero tracta de las virtudes e excelencias de algunas claras e virtuosas e santas mugeres que fueron desde el comienço del mundo e so la ley divinal de escritura fasta el avenimiento de Nuestro Señor, en el qual libro se faze especial e primera mención de la santíssima Nuestra Señora santa María. El segundo libro fabla de las claras e virtuosas mugeres así romanas como otras del pueblo de los gentiles que fueron e bivieron so la ley de natura e non ovieron conoscimiento de la ley de escriptura nin de la ley de gracia. El tercero e postrimero libro tracta de algunas muy virtuosas e santas dueñas e donzellas del nuestro pueblo católico cristiano que fueron so la nuestra muy santa e gloriosa ley de gracia».

En los preámbulos de la obra esgrime una serie de argumentos probatorios que constituyen una curiosa defensa de la condición femenina, inusual para la época: los vicios no vienen a las mujeres por naturaleza, sino por costumbre, es decir, por cultura, y no les vienen en mayor medida que a los hombres. Igualmente, hace una explicación de la visión de la mujer en el mundo antiguo, refutando las ideas de los gentiles, con objeto de restablecer la dignidad por naturaleza de la mujer, además de refutar el argumento del pecado original, que servía como justificación última del tratamiento dado a la mujer en la época. Álvaro de Luna sustenta su defensa de la mujer con el razonamiento, puesto de relieve a través de su libro, de que en ninguna época Dios ha negado a la mujer la posesión de virtudes morales y conductas santas.

Al objeto de poner este punto de relieve, muestra una galería de mujeres que saben anteponer sus valores y resistir en circunstancias adversas, pese a partir de la situación de desventaja en que las coloca la debilidad de su sexo, por lo que suponen modelos de superación a costa de vencer su propia naturaleza, lo que las convierte en ejemplos de conducta.

El género se cultivó a lo largo de toda Europa. En Inglaterra encontramos el poema narrativo de Geoffrey Chaucer, «La leyenda de las buenas mujeres», que, si bien fue considerada durante mucho tiempo una obra menor del autor, los estudios de Robert Frank pusieron de manifiesto cómo constituyó un paso fundamental hacia la que sería su obra más conocida, los «Cuentos de Canterbury», escrita casi a la par y con la que comparte recursos narrativos.11 «La leyenda de las buenas mujeres» está inspirada en las «Heroidas» de Ovidio.

En Francia, Christine de Pizan escribirá su obra «La ciudad de las damas» (Le livre de la cité des dames), finalizada en 1405, concebida en forma de alegoría de ciudad construida para servir de refugio a las mujeres virtuosas, en la que se alojan ilustres personajes históricos femeninos. Las virtudes de cada una de ellas constituyen los cimientos, muros y edificios de la ciudad. A lo largo de la obra, van apareciendo estas mujeres a través de los diálogos mantenidos entre la autora y tres figuras alegóricas: Razón, Derechura y Justicia. Esta obra se enmarca en la querella de las damas y tiene como objeto desmontar los argumentos misóginos y moralizantes esgrimidos por sacerdotes y poetas que despreciaban a la mujer. Christine de Pizan emplea, entre otras, la misma argumentación de Álvaro de Luna: que es difícil sostener que, de creer a dichos autores, Dios hubiese creado un ser que fuese depositario de todos los vicios y males. La autora hace mucho hincapié en la importancia de la educación femenina, para lo cual se pone a ella misma como ejemplo, además de defender el derecho de las mujeres a no ser maltratadas ni calumniadas.

«Estos hombres que acusan a las mujeres de debilidad ¿Acaso son tan valientes en la vida diaria que nunca flaquean ni cambian de parecer?, porque, si a ellos les falta firmeza, ¿no es vergonzoso exigir a los demás lo que uno no tiene?»

Desgraciadamente, la obra de Christine de Pizan no se imprimió en Francia durante la Alta Edad Moderna y, por lo tanto, no gozó de la misma repercusión que la de Boccaccio, en la que se inspiraron la mayoría de los autores modernos, a pesar de ser superior a esta en términos de construcción literaria, ya que la obra boccacciana carece de argumento narrativo y se limita a ser una mera recopilación en orden cronológico.

También en Francia y de autoría femenina, encontramos «Les dames illustres ou par bonnes & fortes raisons, il se prouve que le sexe feminin surpasse en toutes sortes de genres le sexe masculin», escrito en 1665 por Jacquette Guillaume y dedicado a mademoiselle d’Alençon, verdadero tratado de feminismo, en el que, como su título indica, la autora va a dedicarse capítulo por capítulo a demostrar de qué manera el sexo femenino es superior en todo al masculino, utilizando para ello ejemplos de mujeres ilustres antiguas y modernas. La autora parte de la afirmación de que, al igual que en otras cosas Dios comenzó la creación por lo más abyecto y terminó por lo más noble, así creó primero al hombre y después a la mujer; de manera que cuando creó al hombre no dijo nada, pero cuando creó a la mujer dijo «Voilà qui est bien». Constata, además, cómo el hueso, con el que creó a Eva, es un material más noble y resistente que el barro con el que modeló a Adán.

En la misma línea de defensa de la condición femenina, encontramos en el país vecino «Vie des femmes célèbres», de Antoine Dufour (1504); el poema «Palais des nobles dames», de Jean Du Pré, escrito en 1534; «De praecellentia et nobilitate foeminei sexus» de Agrippa von Nettesheim, escrito en 1509 y dedicado a Margarita de Borgoña, que defiende igualmente la superioridad de la mujer sobre el varón y da argumentos de por qué una mujer puede gobernar una nación, «La Nef des dames vertueuses» (1503) de Symphorien Champier, «La galerie des femmes fortes» (1647) de Pierre Le Moyne o «Le cercle des femmes sçavantes» (1663) de Jean de La Forge. Todos estos libros, dedicados a mujeres de la alta aristocracia, tenían como objeto, además de loar las virtudes de mujeres de tiempos pasados y modernos que se proponían como exempla, el de ilustrar las virtudes de aquella a la que iban dedicados.12

En líneas generales, se observa en los autores franceses, en relación al caso español, una mayor producción y combatividad en relación a la defensa de la mujer, como correspondía a encuadrarse la mayor parte de los textos en el marco de la querella de las damas.

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1. Como curiosidad, entre los 35 personajes recogidos en los dos libros de los que se compone la primera versión de la obra, y a pesar del título (viris), Petrarca incluye la vida de una mujer, Semíramis.

2. DURÁN GUERRA, LUIS, Imagen del humanismo: el retrato de hombres ilustres en Arias Montano, Erebea Revista de Humanidades y Ciencias Sociales Núm. 3, 2013, pp. 329-360.

3. DÍAZ-CORRALEJO, V., Cuadernos de Filología Italiana, La traducción castellana del De mulieribus claris, ISSN: 1133-95272001, nº extraordinario, p. 241-261.

4. Así en la Política podemos leer: «El macho es por naturaleza superior y la hembra inferior; uno gobierna y la otra es gobernada; este principio de necesidad se extiende a toda la humanidad» (1254b13-15); asimismo, otro pasaje es el que se afirma que la mujer tiene función deliberativa, pero desprovista de autoridad (1260-a).

5. En Quaestiones in Heptateuchum 1,153. CCL 33,59: «Hay también un orden natural en los seres humanos, de modo que las mujeres sirvan a sus maridos y los hijos a sus padres. Porque también en esto hay una justificación, que consiste en que la razón más débil sirva a la más fuerte. Hay, pues, una clara justificación en las dominaciones y en las servidumbres, de modo que quienes sobresalen en la razón, sobresalgan también en el dominio».

6. Un tratamiento contrario a la mujer se encuentra también en otras obras de Boccaccio. Así, en el Decamerón («Somos volubles, alborotadoras, suspicaces, pusilánimes y miedosas», dice Pampínea al principio del Decamerón y le responde Elisa: «En verdad los hombres son cabeza de mujer y sin su dirección raras veces llega una de nuestras obras a un fin loable», primera jornada, Pilar Gómez Bedare (ed.), Siruela, Madrid 1990, pág. 17.) y también en el Corbaccio. El propio mosén Diego de Valera reprocha a Boccaccio en su «Defenssa de virtuosas mujeres»: «e después, olvidada la verguença de ty, escreviste en el tu Corvacho lo que mi lengua deve callar. ¡O, vergonçosa cosa no solamente para ty, mas aun para el ome del mundo que menos supiese!, pues cuando yo bien piensso quánta culpa de aquesto a ti se deva atribuyr, sin duda fallo ser mucha». (VALERA, ed. cit., p. 59). Aunque Valera sitúe la escritura del Corbaccio como posterior a De claris mulieribus, no fue así; la obra es anterior.

7. En palabras del apóstol, el principal papel de las mujeres en el matrimonio es el de ser «vasos de generación».

8. PONS, LOLA, Virtuosas e claras mugeres de Álvaro de Luna, Edición, introducción y notas de Lola Pons, Fundación Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, 2008.

9. HERNÁNDEZ AMEZ, “Mujer y santidad en el siglo XV: Álvaro de Luna y El Libro de las Virtuosas E Claras Mugeres”, p. 282, que recoge las opiniones al respecto de Arturo Farinelli y Agustín Boyer. Y principalmente los trabajos de Federica Accorsi: de Valera, Defensa…, pp. 56-57. ACCORSI, “La influencia de Alfonso de Cartagena en la Defensa de virtuosas mujeres de Diego de Valera”, p. 21.

10. n concreto, Lucrecia, Susana y Berenguela: FERNÁNDEZ GALLARDO, L. Y JIMÉNEZ CALVENTE, T., El Duodenarium de Alfonso de Cartagena, Córdoba, Editorial Almuzara, 2015.

11. FRANK, ROBERT, Chaucer and the Legend of Good Women, Harvard University Press, 1972.

12. ABED, JULIEN,  Femmes illustres et illustres reines: la communication politique au tournant des XVe et XVIe siècles, Questes, revue multidisciplinaire d’études médiévales, Núm. 17/2009.


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