
'La Literata' es una tertulia sevillana de escritores y amantes de la literatura que se reúne en el Ateneo de Sevilla. La fundan en junio de 2013 dos abogadas, una médico oncóloga emérita, un catedrático de lógica, un arquitecto, una funcionaria, una jubilada, una poetisa y una geógrafa. Miembros fundadores a los que con posterioridad se han sumado nuevos contertulios.
sábado, 23 de abril de 2022
viernes, 22 de abril de 2022
HOMELESS (Paz Hidalgo)
¡Búscale las vueltas! Llega pronto, no te confíes, aunque ella salga de las últimas. A las doce y media está bien, tiene muchos candidatos.
Observas el semáforo de la esquina. Tienes las piernas ágiles como gacelas en el desierto del asfalto, pero no ves tres en un burro y menos el semáforo en naranja con tres coches impacientes.
Te colocas las gafas en su sitio (antes limpias sus cristales), te subes los pantalones que se te escurren y con el pañuelo que has utilizado aseas también el escalón donde luego asientas tus reales posaderas. Sacas del bolsillo el vaso algo aplastado. Lo enderezas y oteas el horizonte. No hay “moros en la costa” ni tienes que subirte al carajo. Estás tranquilo.
Los primeros empiezan a salir de la misa de doce. Ella, como siempre sale de las últimas con la inmigrante sin papeles, que te va a mirar mal, como siempre.
No dejas de enseñar las melladuras de tu boca. Sonríe siempre. Coges el vaso con la mano, lo levantas y empiezas a escuchar el tintineo. Los dedos de los fieles actúan. Dices con voz de plañidera: “Por caridad, una limosna por caridad”. No olvidas decir a los niños a los que sus papás encargan entregar la moneda: “¡Gracias, guapo o que Dios le dé salud!” Así te aseguras la próxima.
La mamá esboza una sonrisa de satisfacción. El papá le pasa la mano por la cabeza. El niño se vuelve y te mira con curiosidad.
Oyes: ¿Por qué ese hombre es pobre, papá?
Piensa y dilo: “Por la puta caridad”.
Piensas, pero no lo dices. Solo te rascas la cabeza.
Doña Avelina aparece por fin. Se coge del brazo de la “interna”. Más bien se deja caer. Sus carnes huelen a colonia de marca. Arrastra los pies.
Te levantas, te pones de pie. La miras como quien ve a la Virgen antes de que ella deje de hablar con otra feligresa de su quinta.
Te ve y se dirige a ti. Se para, quiere palique y tú lo sabes. Te interesas por sus cataratas. Preguntas por la fecha de su operación. Haces gala de tu erudición. Hablas del cristalino, la córnea, la lente y el láser. Te sientes en este momento tu padre, oftalmólogo de fama en su tiempo. No te das cuenta del billete de diez euros que deja en el vaso. Estás en otro mundo. Lo ves cuando ella con dificultad se da media vuelta.
Te dice: “Adiós, Rufo”. Cuando se gira y ya camina hacia su casa oyes: “!Cómo se nota que este mendigo ha nacido en el barrio de Salamanca!” Incluso también oyes responder a la “interna”: “Y yo he nacido en Barranquilla como Shakira”. Te fijas en el culo de ésta y en sus muslos gordos apretados por unos vaqueros que subrayan sus pistoleras. Tú no tienes de esas.
Después te enderezas, te sacudes los pantalones y sientes que eres por un día a la semana, el bendito domingo, Rufo Santiesteban. Dejas atrás al mendigo y te sientes un caballero con el caché de un Babieca. ¡Sabes que vas de reconquista, recuerdas tu colegio de los Marianistas (el de ministros y hasta presidentes del Gobierno) y… al galope!
Te vas acercando a la terraza de los Alcores. Hueles a fritanga e imaginas el adobo antes de llegar. Doblas la esquina. “¡A por ellos!”. Ojeas el panorama. No hay una mesa vacía. El público está contento. Hablan y comen a la vez. Vuelves a mirar. Ahora te fijas en los platos con restos grasientos. ¡Deduce! Acércate y hazte el remolón como quien no quiere la cosa.
Preguntas:
—Perdone caballero, ¿se van a ir, por casualidad?
Escuchas a la señora —¡Pepe, tendrás ya ese culo de cerveza hecho un caldo!
Sientes la cara de mala leche con la que te mira Pepe. Sigues allí de pie fumando una colilla que has recogido del suelo en la puerta de la iglesia. Miras al vacío. Das dos o tres caladas. No tardas en escuchar el chirriar de la butaca de aluminio que arrastra la mujer de Pepe. Miras la mesa. Ves cacahuetes y restos de aceitunas. No te das ni cuenta de la brusca levantada de Pepe.
Te sientas, te sientes en la gloria en la que te ha colocado Pepe. Oyes al rato (no sabes cuánto tiempo llevas allí):
—¿Qué va a tomar el caballero?
Responde con seguridad:
—Una cerveza Cruzcampo de barril y una tapa de ensaladilla. ¡Bien fresquita y tirada bien, muchacho!
Te fijas en dos niños que juguetean alrededor. Los utilizas como cebo para pescar la atención de sus padres, tus vecinos de mesa. Intentas llamar la atención de los críos con alguna gracia.
Di: —¿A qué os cojo, bribones? Haces un intento de levantarte para asustarlos. Juegas con ellos que ríen nerviosos.
Los padres te miran con desconfianza y entonces hablas de tus nietos. Haces un intento de buscar en los bolsillos, primero uno, después otro. Das un golpe en la mesa de contrariedad. Te echas la mano a la frente. Hablas de la crisis con rabia y de Alemania como destino. Mientes y lo sabes. Es tu trabajo, pero en estos momentos, que eres un caballero, te toca los cojones.
Cuando no dan señales de conmoverse por tus palabras y gestos cambias de tema. !Inténtalo de nuevo! (hoy no te conformas). No te avergüenzas de tus orígenes, todo lo contrario, presumes de ello como un título heredado que te sacas del grupo de los que has oído llamar “vergonzantes” a las señoras que van de voluntarias al comedor. ¡Atrévete y dilo!: eres un homeless (has escuchado que con el inglés se apabulla).
Das la sensación de conocerlos del barrio. Preguntas si viven en la calle de Los Olmos. El papá te pregunta si quieres sacarles el carnet de identidad. Te corta el camino y notas que no te mira bien. Como último recurso hablas de derbi.
Te molestas cuando llaman a los niños y se levantan. Intentas darte importancia. Sin venir a cuento les cuentas la verdad., que tu padre fue un médico de prestigio en los años50 y que tenía un mayordomo alemán que recibía a los pacientes.
No hay reacción por su parte, sino todo lo contrario. Pronosticas entonces problemas de salud para ella como una gitana desairada. Di: “Eso no se cura”, señala su entrecejo.
Estás sentado en la terraza con las mesas de ambos lados vacías y no consigues que la mayonesa de la ensaladilla deje de resbalar por las comisuras de tus labios.
Gritas con voz gangosa:
—¡Niñoo!, ¿qué te debo?
Aquel trozo de acera donde hacen cola los sintecho huele a tetrabrik Don Simón y a orines secos. Llamas a Evaristo para que se ponga junto a ti en la cola. Le dices que no es bueno no “platicar”. Te dice si no te cansas. Filosofas sobre las ventajas del arte del lenguaje. Le aseguras que la locura es una consecuencia de la falta de este. Él no te sigue. Se toca la entrepierna varias veces con gesto de desgrado.
—¿No crees, compañero, que la comida que nos dan las Hermanas nos perjudica? —dices. Demasiados hidratos de carbono y pocas proteínas. Deberían hacer un curso de Dietética y Nutrición.
—¡Coño, lo que sabe el cabrón! Ni te entiendo ni me importa—contesta Evaristo— Me conformo con llevar la panza llena.
—No te molestes, amigo. El control mental es importante para nuestro oficio.
El oficio de chalao, ¿no? —dice otro de ellos.
Te separas del grupo y pides “por caridad” un cigarrito a una joven que distraída con el móvil no ha cambiado de acera. La chica, después de buscar nerviosa en su bolso te lo entrega y te cuadras de manera teatral. Oyes risas, sabes que te miran los demás. Entras en la cola (dentro de un orden) de un comedor de caridad.
Los culos callejeros de los mendigos no acaban de acomodarse en las sillas de formica marrones. Hueles a lejía. Haces un gesto con la nariz de desagrado. Pides a Evaristo que adivine el menú del día.
¿Y yo qué sé? —responde éste con desgana. Ahora escarba con el dedo en un orificio de su nariz con el arte de un malabarista de pelotas
Exclamas:
—¡Chicharos y san jacobos! Lo sabes.
Sor Eusebia se afana con cucharón en mano en el reparto. Una media luna debajo de las axilas de su bata XXL delata que suda.
La ves venir y te preparas. Levantas la voz (quieres que se sienta halagada).
Pregunta:
—Sor Eusebia, ¿dónde ha estado estos días? Cuando no está aquí esto no es lo mismo. Es usted una bendición.
La monja parece no escuchar. Sigue a lo suyo. Con el trasiego la toca se ha movido y deja ver unos pelos tiesos y canosos.
Coges el postre con la mano y te lo acercas a las gafas. Frunces la nariz y miras con asco el yogur de plátano. Prefieres los de fresa. Pides uno de éstos, “por caridad”.
La monja responde —No quedan. Mañana, Rufo.
Di:
-“Hijaputa”, lo tienes en la punta de la lengua. Estás a punto de soltarlo, pero te aguantas y te lo guardas allí por donde los efectos de los chícharos harán explosión Te conformas con eso.
Los jacarandás morado pasión que bordean la acera se imponen y perfuman con intensidad aquel ambiente. No entienden de caridad. Se desfloran sin más.
Vas de señorito y no es domingo. Colocas como cada año sobre tu sesera el sombrero de paja y …“carretera y manta”.
No pides. !Pon el vaso! No necesitas más. No cantas, no bailas, pero enseña tus melladuras día y noche (la siesta es buen momento, la digestión es buena para la risa tonta). Subes la famosa cuesta. Formas parte del cortejo.
El sol da de plano sobre las cabezas de los caminantes. Te echas la manta por encima del sombrero (conoces el truco de otros años) y dejas de ser anónimo. Eres original, eres…Rufo por aquí, Rufo por allá, Rufo, ven con nosotros a echar el rato…
¡Ve, coño! Escuchas tu nombre, oyes risa te sientes importante. Eres un peregrino famoso, un bufón por necesidad tuya y por la caridad de la gente.
Las carretas después de tanto traqueteo están varadas en las arenas. No pidas. Bebe lo que te echen. Estas achispado y aceptas carne mechada con broma incluida, garbanzos con espinacas y cachondeo, tortilla de papas con una invitación al cante por “burlerías”.
Miras como el de los tirantes con la bandera de España parte jamón. Te das cuenta de cómo le caen goterones de sudor que se limpia con el dorso de la mano con la que agarra el cuchillo. Observas cómo los que se le escapan van a empapar su barriga de embarazada cumplida.
Coges su sombrero del suelo. Le sacudes la arena y lo sostienes boca abajo como haces por costumbre con el vaso. El hombre seboso se da cuenta y te pregunta si quieres probar el jamón que tiene entre manos.
Contestas –Sí, quiero. Comes. No preguntas nada. Saboreas el jamón. Estás escuálido y no te disgusta la grasa.
El hombre del jamón es dueño de una mercería y vive con su madre a la que tiene como a una lady con pamela rosa adornada con flores de tul gris perla Ya has visto su foto en silla de ruedas. La saca de la cartera que guarda en el bolsillo trasero del pantalón cuando se acuesta para que no se le estropee. También lo has visto.
Las arenas y los pinos. La sombra. La siesta, el vino y el jamón bueno. ¡Vete a tomar …!
—Hace tiempo que no vemos a Rufo —dice Doña Avelina— Se habrá mudado de iglesia. La gente de por aquí no es muy caritativa.
La interna la mira con cara de perro pachón.
—Doña, cuando yo fui a buscar los papeles para ser legal bien que los pedí, ¡por caridad y más de una vez! Siempre me contestaban que no era lo mío. “Ajo y agua como dicen aquí”—se atreve a decir.
—¿Dónde has aprendido eso? Lo que faltaba. ¡Anda, tú te vas a quejar! ¿Es que no ves las noticias de la tele, muchacha? —dice la doña.
No sacas el vaso en su puerta ni en ninguna de aquel barrio. Oyes por las esquinas que han asfixiado con una bolsa de basura al dueño de la mercería para robarle. Se acerca el verano y piensas en la playa como destino. Te vas, tienes sucursales en cualquier sitio. Eres el alma de tu banco, un alma para las almas caritativas que hay en todas partes.
Aquel mar parece de plata y envidias las risas de unos surfistas que lo dejan atrás con la puesta de sol. De manera inconsciente te remangas los pantalones y recorres la playa intentando apoyar tus pies en las huellas que dejan aquellos en la arena. Sonríes cuando te tambaleas en el intento de alcanzan las suyas con las tuyas. Pierdes el equilibrio y casi caes. No dejas de sonreír. Llegas hasta la orilla y sientes la espuma que dejan las olas en tus pies al retirarse. Estás convencido de que te llaman para platicar. “¡Son tan juguetonas!”. Te adentras cada vez más y más…
En el hangar donde los socorristas guardan las lanchas motoras ya han levantado la puerta de chapa. Estos bromean y exhiben músculo. En una caja con un rótulo de “objetos perdidos” se amontonan desde un top de un bikini (hay varios) hasta un audífono. También unas gafas atrapadas por algas pegajosas se dejan ver entre aquel revoltijo que suena a pajarera vacía.
No lejos de allí un niño hace torreones de arena con un vaso de plástico mientras otro levanta las murallas de lo que será un castillo hasta que suba la marea.
PAZ HIDALGO (del libro EGOS VARIABLES)
DERECHO DE PROPIEDAD (Rafael Guillén)
DERECHO DE PROPIEDAD
Unos fuertes golpes en el portón alteraron la tranquilidad reinante en el número 7 de la Rue des Grands-Augustins de Paris. El inquilino que habitaba en él no se inmutó; estaba acostumbrado a las interrupciones así que siguió trabajando en el lienzo que ocupaba una de las paredes del estudio. Los golpes se repitieron, esta vez con más fuerza. “Se tratará de algún reportero—pensó el artista—. ¡Son tan insistentes! ¿Es que nos se dan cuenta de que un pintor necesita que no se le distraiga cuando trabaja?”. Decidió no abrir. Quizá el visitante se cansara de esperar en la puerta. Fue en vano. De nuevo volvieron a llamar y esta vez incluso zarandearon el viejo picaporte. Resignado y fastidiado, el artista se dirigió a la entrada y abrió. Dos hombres con el desagradable uniforme negro de las SS entraron sin contemplaciones y se colocaron a ambos lados de la puerta. No era inusual que aparecieran por allí. Ya habían visitado al pintor en otras ocasiones para comprobar que sus papeles estaban en regla. Esta vez lo extraño era que no venían solos. Los acompañaba un individuo vestido impecablemente con un traje gris complementado con un sombrero a juego. Con ademán obsequioso le tendió la mano al artista.
—Monsieur Picasso, ¿verdad? Soy Otto Abetz. Embajador del Reich en París. Encantado de conocerle.
El artista observó un instante la mano tendida antes de estrecharla desganadamente.
—Sí. Soy yo—contestó lacónico.
—Vamos monsieur, alegre esa cara. No tiene usted nada de que temer. Esta es una visita de cortesía. Soy un gran admirador de su obra y de la pintura en general.
Abetz entró con decisión en el estudio y fijó su atención en los numerosos lienzos existentes. De vez en cuando se detenía ante alguno que le resultaba llamativo y se acercaba para observarlo mejor. Picasso le seguía de mala gana.
—Un arte singular el suyo, monsieur—dijo el alemán cuando acabó de examinar el último lienzo.
El pintor frunció el ceño.
—¿Singular? ¿Qué quiere decir con eso, embajador?-inquirió.
—¡Oh, vamos mi estimado amigo! No se ponga así. No es mi intención criticar su obra. Es magnífica sólo que…
Abetz se detuvo ante el siguiente cuadro y lo miró con detalle desde varios ángulos.
—¿Y bien?-preguntó Picasso.
El alemán sonrió antes de contestar.
—Sólo que…está lejos de lo que podríamos denominar “cánones artísticos imperantes”.
—¿Y cuáles son esos cánones si puede saberse?
—Los que se fijan desde Alemania, por supuesto—contestó Abetz—. Lo demás se considera...¿Cómo se podría decir...? Arte marginal. Sí, eso es.
Picasso fue a replicar pero el embajador lo detuvo con un ademán.
—No se preocupe, monsieur. Su obra, aunque heterodoxa y difícil de clasificar, no está en cuestión. Puede usted seguir con su trabajo. Siempre que, claro está, no cause problemas al Reich.
—Mi única preocupación es trabajar en mis cuadros, embajador-dijo el pintor.
—Bien, entonces no ha de temer que nada le ocurra a sus pinturas. Una sabia decisión-concluyó el alemán.
Abetz dio por concluida la visita y se dirigió a la salida. De repente, reparó en una mesa sobre la que había apiladas algunas postales con reproducciones de cuadros. Cogió una al azar. En ella aparecía el famoso “Guernica” pintado apenas cinco años atrás.
—¿Es obra de usted, monsieur?
—No—respondió Picasso—, es obra totalmente suya.
Rafael Guillén
viernes, 8 de abril de 2022
POEMAS (Mª Paz Hidalgo)
El Paso Cristo
Serpeando va la cruz. Tambaleante
chorrea sangre y cera. Y en hilera
iluminan las velas la madera.
La muerte avanza sola, cimbreante.
El incienso se eleva por delante
de su rostro, que huele a calavera.
Y en el costado yo no quisiera
el hurgar para ser así su amante.
Una saeta el drama verbaliza.
Lamentos. Y un “quejío” de corneta
el juicio del romano ritualiza.
Señor, ¡Sevilla huele a primavera!
Tu dolor, tu sudor, tu pena toda
empapar con su olor yo quisiera.
Amanecer
¡Jesús! ¿, por qué te dueles todavía
después de tantos siglos de oraciones,
por sufrir por constantes peticiones
o porque se te cuelgue cada día?
¿Por qué no se libera el alma mía
cuando veo tu cruz en devociones
que ahogan los sufridos corazones
con sangre de tu eterna agonía?
Mis cruces,! Ay,Señor!, cuando anochece
desplomadas se tumban, sin erguirse,
pues me llamas, “mujer”, cuando amanece.
Que en umbrosa huerta donde el agua mana
el consuelo encuentro y la fuerza
sin mirar si viene la mañana.
Corpus Chico
Señor y tú escondido y PRESENTE
EN RUMANO TULLIDO Y PORDIOSERO
que monótono pide lastimero
y en custodia de plata refulgente.
En mitra y EN MULETA DOLIENTE
al lado de un vaso con dinero.
En el barrio adornado por entero
y en TRAVESTIDO HECHO ALTAR VIVIENTE.
Música de cornetas y ciriales,
exhibición de inciensos y latines,
fajas de karatecas y costales.
¡Señor y tú escondido y presente
por amor en CUSTODIAS SIN PAPELES,
en HOSTIA FRÁGIL, TIERNA TRANSPARENTE!
"LA FORJA DE UNA REBELDE" (Lorenzo Silva y Noemí Trujillo, 2022)
CENTÉSIMO VIGÉSIMO ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DE GEORGE ORWELL (1903-2023)
George Orwell, seudónimo de Eric Blair, nació en Motihari (India) el 25 de junio de 1903, falleciendo en Londres el 21 de enero de 1950. E...
