
'La Literata' es una tertulia sevillana de escritores y amantes de la literatura que se reúne en el Ateneo de Sevilla. La fundan en junio de 2013 dos abogadas, una médico oncóloga emérita, un catedrático de lógica, un arquitecto, una funcionaria, una jubilada, una poetisa y una geógrafa. Miembros fundadores a los que con posterioridad se han sumado nuevos contertulios.
martes, 11 de mayo de 2021
lunes, 3 de mayo de 2021
RELATO " RETORNO" (Mª Dolores Camacho)
RETORNO
Decidí regresar a mi pueblo después de tres décadas de ausencia. La vida no me había ido bien, no había enraizado en otros lugares y ahora, divorciado, sin trabajo y convicto de un montón de fracasos acumulados a mi espalda, me encaminé hacia el único sitio donde esperaba reencontrar mi identidad perdida.
En el tren ya percibí que el tiempo no había pasado en balde. No reconocía el paisaje agreste que dejé atrás. Solo las montañas aparecían inmutables y ensimismadas en el horizonte. Observé que en donde antes había pastos y prados habían levantado construcciones de todo tipo y polígonos de ventas y chatarras. Al pasar junto al río sentí una punzada de nostalgia .El paisaje nada tenía que ver con la bucólica imagen de mi recuerdo. Me pareció como si todo él se hubiera estrechado y empequeñecido y, el limpio caudal de su corriente, era ahora un turbio cenagal. Tampoco existían los árboles, los ribazos y la flora de su entorno. Nada que me situara en el mapa emocional de mi memoria. Claro que yo tampoco era ya el mismo. El hombre amargado y enjuto que se acercaba al lugar de su nacimiento nada tenía que ver con el joven bien parecido y alegre que partió un día con ganas de comerse el mundo.
Al fin, el tren paró en la estación que parecía intacta a pesar del tiempo transcurrido: la misma campana, el reloj sin hora, el banco herrumbroso y ese color azul desteñido del viejo entramado de madera. Me apeé con mi macuto al hombro y eché a andar cuesta arriba camino del pueblo. No conocía a ninguna de las personas que se me cruzaron ni nadie pareció fijarse en mí si no fuera para echarme una mirada de recelo. Así me vieron, como un desconocido, un sin patria, alguien de paso que nada bueno podría aportar al pueblo. Llegué hasta la plaza de la iglesia que a esas horas de la tarde estaba desierta y observé los vencejos revoloteando como siempre alrededor de la torre. Sentí la misma piedra desgastada, el mismo rescoldo de vida y muerte donde habían transcurridos tantos acontecimientos importantes como bautizos, bodas y entierros. Aún se veían huellas recientes de lluvias de arroz y pétalos de rosas. En un rincón, la fuente seca que aún perduraba como adorno pintoresco y la palmera cercenada por el picudo rojo como tantas otras que me fui encontrando al paso. El pueblo seguía oliendo a él mismo por la parte vieja donde la almena resistía el paso de los años y los azotes del viento. Luego fui bajando lentamente hacia el centro y allí pude observar que treinta años son demasiados para cualquier retorno. Ya no existía el edificio del cine ni la confitería de Adelita y en su lugar habían construidos edificios de pisos de cuatro plantas. También habían proliferado las tiendas y bazares de todo tipo y las antiguas tabernas se habían transformados en modernas cafeterías con terrazas en las aceras. Me costó trabajo preguntar por mi casa porque las calles habían cambiado de nombre en su mayoría. Sentí que ya nada sería igual, que era inútil regresar al pasado.
Cuando al fin encontré la que había sido mi casa me alegró verla igual en apariencia, con la misma sobria fachada de cal y tejas pero observé que ahora la habían reconvertido en una tienda de flores y pájaros. Sentada en la puerta había una mujer mayor que parecía mirarme con interés poniéndose una mano por visera. ¿No serás tú el hijo del Celestino y la Encarna que vivían aquí? –me preguntó-. “Tienes la misma cara que tu padre. Eres clavadito a él”. Iba a responderle que sí, que yo había nacido allí, cuando desde la ventana de mi antigua habitación escuché una voz gutural y desagradable que, como un eco, comenzó a repetir una y otra vez: “Vete, vete. Eres clavadito a él, clavadito a él.” Maldito loro, pensé, y azarado y confundido por un sentimiento incontrolable de pérdida y rechazo, giré sobre mis pasos y me encaminé calle abajo hacia ninguna parte. Detrás quedó la voz del loro adueñado de una historia que creía olvidada: “Clavadito a él. Fuera, vete”.
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María Dolores Camacho.
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George Orwell, seudónimo de Eric Blair, nació en Motihari (India) el 25 de junio de 1903, falleciendo en Londres el 21 de enero de 1950. E...
